Ha pasado el miércoles de ceniza, lo que nos recuerda que estamos en periodo de penitencia, conversión y reconciliación mejor conocido como “cuaresma” y para todos aquellos que no son cercanos a la religión y para los que sí, pero que con la modernidad y la velocidad del mundo en el que vivimos, las nuevas generaciones se van alejando un poco más no solo de la religión sino de temas históricos de arraigo, tales como la forma en la que se celebraban las fiestas en generaciones pasadas o simplemente las formas de vida en el México del ayer.
El número cuarenta tiene sentido al recordar eventos como los 40 días y 40 noches de diluvio, los 40 días de oración de Moisés, los 40 años que tardó el pueblo judío en llegar a la tierra prometida, los 40 años de gobierno de David, así como los hechos donde aparece la figura del pescador.
Es la época donde comercialmente nos enteramos y observamos en cada esquina que la temporada de productos del mar comienza. Nos encontramos desde cocinas económicas hasta lugares de cadena en las zonas diamante de las ciudades de nuestro país, ya sea de pésima calidad o muy bien ejecutada donde la creatividad juega un papel fundamental para atraer al comensal de todos los gustos y niveles.
Vivimos en un mundo donde hay tantas opciones de lugares donde comer que la opción de comer en casa y de preparar algún tipo de menú específico se ve lejana, en una sociedad donde comprar comida es la opción también es bueno meditar para poder recordar algunos platos de antaño.
Los productos del mar siempre han sido, son y serán la opción para poder degustar, encontramos de todos los precios y posibilidades, también es verdad que, debido a la gran demanda, hay productos que literalmente se van al cielo con los precios.
Año con año existe una gran expectativa por la temporada, después de pandemia y con la reactivación absoluta de todos los eventos religiosos hay una densidad de población interesante para la reactivación de diferentes tipos de locales dedicados a los alimentos y bebidas, variedad que de alguna u otra forma ha abonado a que la sociedad busque una opción diferente a casa para degustar diferentes opciones para la temporada litúrgica.
Es un privilegio escuchar historias de generaciones donde el romanticismo se desborda en cada detalle. Hay que recordar y saber que la temporada de cuaresma incluye aspectos de la vida gastronómica que la actualidad no permite contemplar.
Existe un concepto de cuaresma llamado “las 7 cazuelas” todavía conocido en algunos mercados del país con disminución de popularidad año con año, es muy interesante ya que dependiendo la zona del país va modificando sus elementos.
En nuestra región tiene elementos tales como nopales, pescado, capirotada, torrejas, agua de ensalada, lentejas y habas, todos ellos con elementos mexicanos y de la conquista así que prácticamente aquí se muestra el mestizaje culinario siempre sorprendente.
En el México de los 50 en nuestra región es muy recordado el “caldo de habas con pescadito tenso o tencho” tiene sentido cuando sabemos que Puebla es uno de los principales productores de haba y que el pescado salado tipo bandera o bagre son el mejor ejemplo de los pescados más económicos de la temporada, para familias grandes de la época, sí que era una opción, el agua de ensalada también llamada sangre de cristo debido al color que le da el betabel a la mezcla, la capirotada y las torrejas, el mejor ejemplo del viejo mundo.
El “revoltijo” es otra estrella de la cuaresma donde tenemos los famosos romeritos, considerados unos de los quelites más utilizados y versátiles, acompañados con tortitas de camarón, que antiguamente se hacían con ahuautle (hueva de mosco de laguna) con un sabor similar al del camarón, éste mismo ya con el toque conventual de un delicioso mole.
“Los tacos de sardina y arroz con huevo” cocido y papa tienen también un lugar en la nostalgia.
Tenemos una gran responsabilidad con las nuevas generaciones, seguir predicando no sólo las creencias que nos dan motor para la vida, sino ser los mejores narradores de nuestras vivencias cotidianas para que el tesoro invaluable de la gastronomía y de la vida cotidiana no se diluyan en el tiempo.