Sucesión en la empresa familiar: el arte de soltar y preparar
08/05/2025
Autor: Dra. Marcela Haydée Ruiz Vázquez
Cargo: Profesora Administración de Empresas

Hablar de sucesión en la empresa familiar no es solo referirse al relevo generacional en un  negocio. Es, sobre todo, asumir una responsabilidad compartida entre el predecesor y el  sucesor, en la que están en juego no solo la estabilidad financiera de la empresa, sino  también la armonía familiar.

Como predecesor, es indispensable comprender que la sucesión no es un evento puntual,  sino un proceso de largo plazo que debe comenzar con tiempo y sensibilidad. Requiere  preparación emocional, estructuración institucional y un acompañamiento genuino del  fundador hacia quien tomará la estafeta. Dejar una empresa en manos de otros, aunque  sean los propios hijos, es un ejercicio de confianza, humildad y visión.

Uno de los pilares para que esta transición sea exitosa es fomentar una cultura de  comunicación dentro de la familia. Reuniones semanales con la familia nuclear y encuentros  trimestrales con la familia extendida ayudan a compartir avances, resolver conflictos  latentes y fortalecer vínculos. Además, considerar la terapia psicológica como una  herramienta permanente, no como una medida correctiva, puede marcar una gran  diferencia en la calidad del proceso.

Desde la infancia, se puede involucrar a los hijos en ciertas dinámicas empresariales, no  para imponer un destino, sino para que crezcan con un conocimiento orgánico del negocio.  A quienes muestren interés, hay que ofrecerles formación profesional rigurosa y permitirles  construir una trayectoria fuera de la empresa. Solo así podrán ganarse el respeto de  empleados y proveedores y volver con una visión externa que enriquezca al negocio  familiar.

Por otro lado, profesionalizar la empresa es indispensable. No puede haber una sucesión  exitosa si la organización sigue funcionando con base en la intuición del fundador. Se  requiere definir roles, establecer órganos de gobierno, documentar procesos, rendir cuentas  y construir un equipo directivo sólido. Todo esto genera las condiciones para que el nuevo  liderazgo sea legítimo y eficaz.

Elegir al sucesor o sucesora debe ser una decisión consciente, informada y libre de  favoritismos. No se trata de premiar a quien ha sido más obediente, sino de confiar en quien  tenga la vocación, las competencias y la disciplina para liderar. Esa elección debe  oficializarse, y una vez tomada, el predecesor debe soltar el timón y permitir que el nuevo  capitán tome decisiones, incluso si algunas de ellas resultan incómodas o distintas a las  esperadas.

El fundador también debe prepararse para la sucesión. Dejar la empresa no significa  jubilarse del todo, sino abrir un nuevo capítulo: dedicarse a nuevos proyectos, a la formación  de las siguientes generaciones, a compartir su experiencia con otros empresarios o incluso  a emprender nuevamente. Planear esta etapa con ilusión, más que con nostalgia, es una  forma de honrar su legado. En cuanto al papel de la familia y los sucesores, éstos deben  tener la sensibilidad para saber agradecer al fundador por su legado y ayudarlo a transitar  por esta nueva etapa de su vida.

La sucesión, bien llevada, puede ser una oportunidad para revitalizar la empresa, fortalecer  la familia y permitir que el fundador disfrute una nueva etapa con plenitud. Mal llevada,  puede fracturar vínculos, desestabilizar el negocio y borrar años de esfuerzo. Por eso, el  acto de soltar no debe ser visto como una pérdida, sino como el último gran acto de  liderazgo de quien fundó una historia que merece continuar.