Hablar de sucesión en la empresa familiar no es solo referirse al relevo generacional en un negocio. Es, sobre todo, asumir una responsabilidad compartida entre el predecesor y el sucesor, en la que están en juego no solo la estabilidad financiera de la empresa, sino también la armonía familiar.
Como predecesor, es indispensable comprender que la sucesión no es un evento puntual, sino un proceso de largo plazo que debe comenzar con tiempo y sensibilidad. Requiere preparación emocional, estructuración institucional y un acompañamiento genuino del fundador hacia quien tomará la estafeta. Dejar una empresa en manos de otros, aunque sean los propios hijos, es un ejercicio de confianza, humildad y visión.
Uno de los pilares para que esta transición sea exitosa es fomentar una cultura de comunicación dentro de la familia. Reuniones semanales con la familia nuclear y encuentros trimestrales con la familia extendida ayudan a compartir avances, resolver conflictos latentes y fortalecer vínculos. Además, considerar la terapia psicológica como una herramienta permanente, no como una medida correctiva, puede marcar una gran diferencia en la calidad del proceso.
Desde la infancia, se puede involucrar a los hijos en ciertas dinámicas empresariales, no para imponer un destino, sino para que crezcan con un conocimiento orgánico del negocio. A quienes muestren interés, hay que ofrecerles formación profesional rigurosa y permitirles construir una trayectoria fuera de la empresa. Solo así podrán ganarse el respeto de empleados y proveedores y volver con una visión externa que enriquezca al negocio familiar.
Por otro lado, profesionalizar la empresa es indispensable. No puede haber una sucesión exitosa si la organización sigue funcionando con base en la intuición del fundador. Se requiere definir roles, establecer órganos de gobierno, documentar procesos, rendir cuentas y construir un equipo directivo sólido. Todo esto genera las condiciones para que el nuevo liderazgo sea legítimo y eficaz.
Elegir al sucesor o sucesora debe ser una decisión consciente, informada y libre de favoritismos. No se trata de premiar a quien ha sido más obediente, sino de confiar en quien tenga la vocación, las competencias y la disciplina para liderar. Esa elección debe oficializarse, y una vez tomada, el predecesor debe soltar el timón y permitir que el nuevo capitán tome decisiones, incluso si algunas de ellas resultan incómodas o distintas a las esperadas.
El fundador también debe prepararse para la sucesión. Dejar la empresa no significa jubilarse del todo, sino abrir un nuevo capítulo: dedicarse a nuevos proyectos, a la formación de las siguientes generaciones, a compartir su experiencia con otros empresarios o incluso a emprender nuevamente. Planear esta etapa con ilusión, más que con nostalgia, es una forma de honrar su legado. En cuanto al papel de la familia y los sucesores, éstos deben tener la sensibilidad para saber agradecer al fundador por su legado y ayudarlo a transitar por esta nueva etapa de su vida.
La sucesión, bien llevada, puede ser una oportunidad para revitalizar la empresa, fortalecer la familia y permitir que el fundador disfrute una nueva etapa con plenitud. Mal llevada, puede fracturar vínculos, desestabilizar el negocio y borrar años de esfuerzo. Por eso, el acto de soltar no debe ser visto como una pérdida, sino como el último gran acto de liderazgo de quien fundó una historia que merece continuar.