Aterosclerosis coronaria
02/12/2025
Autor: José Eduardo Vázquez Rodríguez
Programa Académico: Estudiante de la Facultad de Medicina

Desde hace décadas, la aterosclerosis coronaria se ha consolidado como una de las principales causas de morbilidad y mortalidad en el mundo. Esta enfermedad, que consiste en el depósito progresivo de lípidos, colesterol y tejido fibroso en las paredes de las arterias coronarias, representa un serio desafío para la medicina moderna. Su avance silencioso y su capacidad de desencadenar eventos graves como el infarto agudo de miocardio han hecho que sea considerada una verdadera epidemia cardiovascular del siglo XXI.

A nosotros, como profesionales y estudiantes del área de la salud, nos afecta que esta patología sea consecuencia directa de múltiples factores modificables: una dieta rica en grasas saturadas, el tabaquismo, la hipertensión arterial, la diabetes mellitus y el sedentarismo. Sin embargo, considero que a nivel clínico resulta aún más preocupante la manera en que muchos pacientes ignoran los signos iniciales de la enfermedad, llegando al hospital solo cuando el daño ya es extenso. La aterosclerosis no se desarrolla de un día para otro; es el resultado de años de agresión endotelial y mala regulación metabólica. Ignorarla es como permitir que un problema pequeño se convierta en una crisis de gran magnitud dentro del organismo.

Me atrevo a destacar la aterosclerosis coronaria porque su evolución guarda paralelos con otros episodios históricos de la medicina. Durante gran parte del siglo XX, las enfermedades infecciosas fueron la principal causa de muerte hasta que se comprendió su mecanismo y se desarrollaron estrategias preventivas. Hoy ocurre algo similar con las enfermedades cardiovasculares: solo mediante la educación, el diagnóstico precoz y la prevención se podrá reducir su impacto. Ambas etapas reflejan cómo el conocimiento científico puede transformar el destino de la salud pública cuando se aplica de manera oportuna.

La magnitud de esta patología ha dejado en evidencia la enorme responsabilidad que tienen los sistemas de salud y los profesionales en la toma de decisiones clínicas. Las fallas en la prevención primaria, el acceso limitado a la atención médica y el enfoque excesivo en el tratamiento farmacológico, más que en los cambios de estilo de vida, solo perpetúan el problema. La aterosclerosis coronaria no puede seguir viéndose como un destino inevitable, sino como una condición prevenible si se actúa con responsabilidad y conciencia. Es momento de que tanto los médicos como la población comprendan que el futuro del corazón depende de la educación, la detección temprana y la adherencia terapéutica. Solo así se podrá poner fin a un proceso que, de manera silenciosa, continúa debilitando no solo al corazón, sino a la salud global de las sociedades contemporáneas.