Noche Saturnal
05/09/2025
Autor: Susana Aparicio Paredes

Alas de la Memoria es un Espacio de Creación literaria de la Facultad de Humanidades a cargo del Mtro. Noé Blancas.

 

I: Desde adentro

El cielo se contrae y abre un ojo cálido que me mira, esta luna cae en pedazos a mitad de tierra, me parece bien y no creo en nada que pueda invocar, solo es mi ser en este mundo que me abandona. Quisiera pronunciar una plegaria, pero se me arranca la vida.

No puedo explicarlo, aunque lo intento, solo está aquí, conmigo, como las estaciones del año que se hospedan en el jardín o como el polvo que se acumula entre las esquinas, entre los lindes de las hojas.

Lo escucho soplando, ese éter bajo mis pies, esperando entre las ramas de estos árboles. Tal vez el sacrificio de mi persona es más significativo ante esta soledad que me alumbra, que me acongoja, que me parece plácida, exótica y un tanto benevolente. Tal vez debí planear este momento para que el frío que me invade no se sienta extraño, me siento descolocada de todo lugar, de todo tiempo.

Lo sé, lo sé, sé que no todo tiene eternidad, lo tengo claro y lo asumo como un cordero en el altar de los sacrificios, lo entiendo ahora que me encuentro ante la muerte, en este lugar oscuro, me pregunto si me encontrará alguien o si mis sedimentos terminarán despejados con el paso de los días, con el paso del tiempo; si los animales tendrán compasión o, por el contrario, se alimentarán de mí como todo lo terrenal, como todo lo que les pertenece. No puedo pedir un final digno, no tengo derecho, me parecería incongruente de mi parte pedir algo en este momento.

Y no sé si debería estar pensando en esto, en lugar de enfrentar la agonía de los pasos por seguir; debería hacer ese recorrido de imágenes, mirar los momentos felices, mi primera caída en un patio de juegos, mi primer beso, mi primer desamor, mi primer deseo por dejar la vida, tal vez recordar cuando lloré inconsolablemente, cuando me abandonaron en un viernes, cuando me maltrataron hasta las lágrimas. Todo parece una amalgama de peste y dulce menta, no creo que este bocado le guste a nadie, nadie habla del sabor de la agonía: a sangre vieja acumulada, a óxido, a mala hierba, a tierra mojada [la peor de todas si se me preguntan], a mal recuerdo.

Quisiera decir que esta transición de luces me deslumbra, la vista al cielo estrellado me entristece, [la verdad] y solo pienso en lo infinitamente insignificante que es mi existencia: soy nadie; soy nada; no existo más y me parece bien ser consciente de este monumento que se construye desde mi raíz, semilla que florecerá en este suelo que me está absorbiendo.

«No te asustes», me digo… ni siquiera sé si soy yo quien habla en este momento o si me he rendido a la locura, o tal vez solo sea el recuerdo de un pensamiento, de alguien que se detuvo en esta montaña.

II: Desde afuera

Gusto de caminar por los senderos de este jardín, este paraíso que he construido con los años, me fascinan los filos de las ramas, la delicadeza de los pliegues de los caracoles, el rechinar de las piedras, los sutiles colores desbordados de las rosas, el delicado aroma de las orquídeas silvestres, los dédalos salientes de las bergamotas, los extraños colores de aquellas plantas que no conozco; aprecio los sabores de las pulpas de las flores pequeñas, de mirar, mirar por dentro, dentro de mí, detrás de mis ojos, hasta el fondo de las entrañas para perderme, para encontrar aquello que gusto de explorar, a mí, dentro de mí; pensar en los contactos pasados, en las posibilidades de un presente, en el miedo al futuro. 

Camino tranquilamente como todas las noches por el jardín, como un fantasma en su vestido blanco, hechizada por algo que reconozco bien, algo que está en mí y que he aprendido a manipular, a reconocer como lo hago con la belleza de estas baldosas, esa humedad que se me ha colado hasta la médula; lo sé y presiento que algo no está bien; un mal crece entre la sangre, algo que se multiplica y se congela, a veces en forma de pez, a veces en forma de lobo, a veces se siente como si una pelusa me invadiera por debajo de la piel, como los hongos que crecen escondidos entre la gravilla y el suelo; lo siento, aunque no sé qué es: un veneno puro en color azul, recorriéndome cada día, más contaminado, tan familiar que no me asusta más ni me preocupa.

Cae la noche en este jardín y presiento algo extraño, lo veo como un ente, desde que aquellas aves volaron sobre los encinos, desde que los gatos se asoman por las noches, desde que he encontrado serpientes de agua danzando en las losas: todos los presagios se desenvuelven como un pañuelo, como un tiro de dados, como las mariposas negras en la noche. Sé que la naturaleza  habla, pero no logro comprender el mensaje; finalmente callo y me siento en esa pequeña gradilla, siento un rumor en la nuca, me pregunto cómo un lugar alojado se siente como un agujero insondable, no puedo responderme, no puede moverme, palpo un aire caliente que retumba, rebota en mis entrañas [algo pasa], siento esporas explotar en los pulmones, algo me oprime, cierro los ojos y brinca una felpa ennegrecida, no más fosfeno en los ojos, siento tiranos dorados naciendo de mi pecho, aletean furiosamente, cristales salen de mi boca, centellean, abro de nuevo los ojos, miro al cielo y todo se enfoca en este sitio, me encuentro en nuevo lugar donde ahora soy observada como si fuera el firmamento, no importa nada y estoy tranquila, los caminos se trazan para regresar al mismo sitio, muero lentamente. 

 

II: Desde un lugar espeso de la red

«Por último, la ciudad amaneció con una noticia paranormal, le cuento: una mujer es encontrada muerta en su jardín. Sus vecinos se dieron cuenta después de percibir un intenso olor a flores y se alarmaron cuando apareció una extraña niebla sobre la casa con número 13. Se dice que la persona murió cerca de tres noches anteriores, cuando fue picada por una abeja. Sus restos fueron llevados al ministerio para su análisis ya que, se rumora, el cuerpo empezó a flotar sobre el suelo, expertos dicen que esto es posible por los gases de la tierra; los vecinos creen que es un milagro y han comenzado a rondar la casa para dejar ofrendas y rezos, dicen que no quieren que les caiga una maldición; otros piden milagros; unos más, nos dicen que tal vez sea producto de brujería. La superstición ha invadido a este sitio y vivimos tiempos donde la histeria colectiva puede tornarse en escenarios de paz o de violencia, aún no lo sabemos, ¿usted qué haría? Sin más por reportar, me despido y buenas noches.»