Cara de Pintor
21/11/2025
Autor: David Sánchez Sánchez

Alas de la Memoria es un Espacio de Creación literaria de la Facultad de Humanidades a cargo del Mtro. Noé Blancas.

Una luz blanca conquistaba las esquinas de una sala de arte mientras los techos y los suelos esperaban su turno. Los interruptores, en lenta procesión, se sucedían para ser despertados del letargo de la madrugada donde el sistema antirrobo había pasado una mala noche por sucesivos cortes de luz que le provocaron un luminoso ritmo cardiaco irregular. Tan solo una leve luz canela se atrevía a romper tanta claridad. Dicha luz, no se disipaba en infinidad de puntos, sino que se dirigía en su dimensión hacia el letrero de la puerta: “Galería Magritte”. Los cuadros, a modo de metopas sobre una globalidad blanquecina, esperaban a ser contemplados. Admirados o rechazados, lo principal era provocar una reacción. El olor a canapé recorrió el pasillo. Sin bodegones colgados, las bandejas soportadas por atlantes y cariátides, repartían cosas muy curiosas. Se podía salivar frente a mantequilla salada con huevas de esturión emperador, jamoncito transparente sobre capa achocolatada de vinagre o bolitas engaña maridos a base de harina y huevo.

Era el día de la inauguración y los cuerpos se fueron clasificando a lo largo del espacio. En la entrada dominaban los trajes de noche negros con toque de perlas y las camisas de puños amplios con zapatos relucientes, todo un escaparate. La zona media era de familiares y amigos cuya función era escuchar las diversas opiniones que surgieran para suavizar posibles críticas. El fondo era para jóvenes estudiantes de arte que habían sido los primeros en analizar la muestra. 

Giremos la cabeza y dirijamos la mirada hacia la puerta. Dos tonos de color más tarde, la llegada del artista era inminente. Seguramente llegaría andando deleitándose en las últimas horas de sol, quizás buscando inspiración… Mirando al tendido, todos intentaban divisar a un personaje cincuentón con camisa blanca a rayas y vaqueros. Eran como faros tras una gruesa capa de cristal. Los que llevaban melena eran descartados como candidatos, eso ya no se lleva en un artista, decían. Lo de fumar era otro tema. Si fumara debería ser o sustancia ilegal o puros importados. La teoría de tener en la prolongación de su mano un maletín perdía peso frente a la de tener una carpeta de esas que casi no puedes abarcar y te hacen un cortafuego en la axila. Tendría cara de bonachón, pero con espíritu alocado. Por supuesto el pelo nevado o lo que quedara de él. Las gafas sencillas, nada de monturas al aire, pero tirando a colorear metálicamente sus patillas. Los zapatos huirían de lo náutico para adentrarse, ladera arriba, hasta modelos de montaña por eso de darle un toque especial al flamante todoterreno que tendría en su cochera. Si la pregunta fuera su manera de estar esculpido, todos apuntaban a la barriga tipo burbuja, que en perfecta forma semicircular haría que su camisa se abriese levemente.

Una voz vigía alertó con la fuerza de un destello que había reconocido al artista. El taxi frenó de manera gradual hasta detenerse frente a la puerta. Ana María Migolla salió de aquel vehículo para ser aplaudida en la primera exposición que realizaba. Aún con su mochila de recién salida del gimnasio, dedicó una sonrisa a la grada y bajó la cabeza por timidez. Sus treinta años de esperanzas, de copas vacías y frustración, terminaban allí donde la luz canela la bañaba. Finalmente, detuvo su mirada en una lona que decía: “Bienvenida Ana, eres el prototipo de artista que todos estábamos esperando”.