A 202 años del inicio de nuestra soberanía nacional, el Ejército Trigarante, con su entrada triunfal a la Ciudad de México, dio fin a un periodo de inconformidad, hartazgo y líderes políticos con una visión escasa de beneficio para el país. La independencia de México es uno de los sucesos más trascendentes e importantes para nuestra nación, el cual estuvo lleno de momentos dolorosos y complicados, liderados por valientes hombres y mujeres decididos a tomar acción para generar un cambio.
Hemos de recordar que la independencia la anteceden sucesos como: las reformas borbónicas, el impacto de la crisis política de España, el Decreto de la Consolidación de Vales Reales o la explotación del pueblo, que dan pie a que diversos mexicanos y mexicanas con cualidades en común, tales como la valentía, el ingenio y un liderazgo encausado, se unieran por el amor, orgullo y patriotismo
hacia una nación ¡hacia México!
Nosotros, somos el resultado entramado del conjunto de acciones de las personas que nos anteceden, es decir, en primera instancia somos el producto de nuestra historia familiar y cultural, de todos aquellos que han conformado la sociedad mexicana, mestiza por su origen y en su identidad; de todos aquellos que han levantado la voz, de los políticos (buenos y malos) que han dirigido nuestro país, de los grandes artistas (famosos y anónimos) que han llenado de color y sabor a México dando por resultado una cultura llena de identidad y riqueza intangible, inigualables.
Con esto, resulta inevitable plantearse ¿Qué hemos hecho nosotros para preservar la esencia de nuestra nación? Hoy en día, como consecuencia de la lucha por un estado democrático y del perfeccionamiento de los mecanismos y/o entes que conforman al gobierno, se han diseñado —en el ideal— instituciones sólidas con objetivos claros: brindar servicios de calidad para solventar las necesidades de los ciudadanos.
Pareciera una encomienda noble para el Estado, sin embargo, los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas deficientes, los distintos medios de comunicación que nos dan a conocer hechos inimaginables ,y los sucesos que vivimos día con día en las calles de nuestro país, han dado como resultado un desencanto absoluto del sistema democrático; identificamos una serias deficiencias
dentro de los servicios públicos —ya sea por corrupción o fraude—, dentro de nuestros sistemas legales —como la impunidad que hace que prevalezca la injusticia— y demás situaciones que nos acongojan de nuestro México.
Si bien, el desempeño del papel del gobierno dentro de la sociedad resulta importante y es fundamental para el funcionamiento del país, éste no se puede efectuar debidamente sin la participación comprometida del ciudadano, elemento esencial del engranaje para la construcción de una cultura de paz y consecución del bien común.
Con base en lo anterior resulta importante preguntarse ¿Cuál es nuestro papel como ciudadanos? dado que nos hemos acostumbrado a una estructura social en la que el gobierno nos provee de los servicios necesarios a través de distintos programas y proyectos de impacto -políticas públicas-, permitiendo con ello que se convierta en un gobierno paternalista, del cual se espera obtenerlo todo con un mínimo esfuerzo o participación y es que ¡ya no es posible seguir así!
Hoy nuestra revolución va más allá de un levantamiento armado o de un color de partido político; hoy nuestro reto consiste en construir una sociedad participativa, la cual exija una rendición de cuentas honesta, el respeto a los mecanismos de transparencia existentes, servicios públicos de calidad. Una sociedad pendiente de sus representantes —desde diputados federales hasta presidentes municipales— que no únicamente espere a que estos puedan resolver todos los problemas, sino más bien que busquen trabajar codo a codo con el gobierno para suscitar una generación de cambio la cual decida, proponga y actúe.