El papel de la Fuerza Aérea Mexicana en la detención de Ovidio Guzmán
14/01/2023
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Foto: Decano de Ciencias Sociales

Hace unos días, el 5 de Enero, fue detenido en la ciudad de Culiacán el narcotraficante Ovidio Guzmán, hijo menor del tristemente célebre “Chapo” Guzmán. No se trata del más poderoso de los cabecillas de la delincuencia organizada en México, pero sin duda es uno de los más conocidos, en parte por ser hijo de quien es, y en parte también por haber sido el protagonista del llamado “culiacanazo”, la fallida y vergonzosa aventura militar de Octubre de 2019 para capturarlo. Las razones para su captura no hay que buscarlas en los deseos del gobierno mexicano para hacerlo, pues la Fiscalía no ha elevado cargos contra él, sino que se encuentran en los deseos del aparato de justicia estadounidense para juzgarlo en aquel país debido, entre otras cosas, a su papel en el contrabando de fentanilo. Este opioide sintético es hasta 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más fuerte que la morfina; su consumo en el país vecino ha llevado a la muerte a más de cien mil personas en el 2022. Esto quiere decir que la epidemia de sobredosis produce una muerte cada cinco minutos. Y como los gringos históricamente han preferido perseguir a los culpables afuera (los que ofrecen la droga) en lugar de buscar también las causas de la demanda interna y de desmantelar las enormes redes domésticas de distribución de las drogas, son ellos quienes generalmente están interesados en la captura de las cabezas de las organizaciones criminales.

Esta idea no está mal del todo, lo que pasa es que es incompleta, pues no se interesa por las raíces sociales y culturales del problema a ambos lados de la frontera, ni busca atacar los enormes intereses económicos de las mafias no solamente de narcotraficantes, sino también de cuerpos policiales corruptos, el contrabando de substancias básicas para la producción de drogas sintéticas, la corrupción en las aduanas de ambos países, los intereses criminales de las armerías, las complejas redes internacionales de lavado de dinero, la diversificación de actividades de las organizaciones criminales (extorsión, venta de seguridad, cobro de derecho de piso, secuestro, chantaje a migrantes), etc.

El Presidente López ha sido muy criticado por su “estrategia” (digámosle así) de “abrazos, no balazos”, que más bien es un lema de campaña, bueno para engañar a ingenuos, pero no para enfrentar un problema tan grave, complejo y profundo como el de la delincuencia organizada en todas sus facetas. Lo que parece es que no tiene una estrategia bien planeada (al menos, yo no la conozco o, por ser corto de entendederas, no la comprendo). Una prueba de ello es lo que pasó en Culiacán hace unos días, pues allí el ejército y la fuerza aérea no repartieron abrazos, sino balazos. Y más que en Octubre de 2019. Si en aquella ocasión el pretexto para abortar la misión fue que no se quería causar un baño de sangre (al final murieron 9 personas, ninguna de ellas pertenecientes al ejército), ahora se siguió adelante, a pesar de que las bajas fueron más: 29 personas, entre ellas 10 militares. Altísima, la cuota de sangre que el ejército pagó para esta detención que, según veo, tuvo muchas fallas. Es además sumamente reprobable que López, como comandante de las fuerzas armadas, no haya acudido al funeral de estos valientes soldados, al igual que tampoco acudió, en Julio de 2022, al funeral de los 14 infantes de marina que perecieron al estrellarse su helicóptero en el marco de la detención de Rafael Caro Quintero. Esa labor de comandante supremo le queda grande, pues la empatía que debe mostrarse con la tropa es esencial para la moral de las fuerzas armadas.

Una revisión pormenorizada del despliegue militar requeriría de un espacio del que carecemos, y no quiero empezar el año cansando a mis amables y fieles cuatro lectores, así que me concentraré en analizar solamente la participación de la fuerza aérea en la detención de Ovidio Guzmán.

Hace años, en Tepic, en Febrero de 2017, fue abatido en una operación de la Armada de México el narcotraficante Juan Francisco Patrón, el “H2”. Fueron impactantes las imágenes de un helicóptero artillado de la Marina, que cubrió a las tropas de tierra abriendo el fuego contra los delincuentes apostados en una casa. El entonces líder opositor Andrés Manuel López Obrador, hoy Presidente de la República, criticó duramente esa acción, diciendo que la Marina había “masacrado seres humanos”. En esa ocasión se utilizó un helicóptero utilitario UH-60M “Blackhawk”, capaz de transportar hasta 4 530 kg de carga y de portar armamento muy poderoso, como dos ametralladoras tipo M240H calibre 7.62 mm o 2 “Minigun” M134 de 7.62 mm, 2 GAU-19 de 12.7 mm. (ametralladora rotativa); también puede equiparse con cohetes, misiles antitanques o cañones de 20 o 30 mm. Es decir, este helicóptero utilitario puede convertirse en una poderosa aeronave artillada.

Pues bien, en esta ocasión, en Enero de 2023, la Fuerza Aérea Mexicana (FAM) no utilizó un Blackhawk”, sino dos. Y sumó otros aparatos a la misión, como ahora veremos. Pero ahora, el Presidente ya no habló de “masacrar seres humanos”, como en sus años de líder opositor. Bueno, así es la política. Recordemos al canciller alemán Konrad Adenauer: “¿Qué me importan a mí mis disparates de ayer?” 

La FAM desplegó dos aviones de turbohélice Beechcraft T-6 Texan II, aviones de adiestramiento y de ataque ligero, con una tripulación compuesta por el piloto y el navegante; su rango de velocidad en vuelo va de los 250 km/h a los 586 km/h; puede ser equipado con ametralladoras de 7.62 mm y de 12.7 mm., bombas de propósito general y bombas guiadas, así como cohetes FFAR y diferentes tipos de misiles. Es un tema curioso en México: la FAM acostumbra emplear aviones de adiestramiento como aviones de combate; lo mismo hizo con los venerables Pilatus PC-7, aviones de adiestramiento avanzado que utilizó en contra de la guerrilla zapatista a fines del siglo pasado, lo que provocó un altercado diplomático con Suiza, en donde se producen esos aviones. La FAM dispone de unos 60 aviones de este tipo, algunos de los cuales han sido artillados, convirtiéndolos en la versión T-6 C +. De esta forma, puede disparar con sus ametralladoras hasta 3 000 proyectiles por minuto, por lo que, si unimos la velocidad a la que vuelan por encima del enemigo y disparando, podemos concluir que, debido a la alta velocidad y a que los convoyes de narcotraficantes no eran muy largos, las pasadas durarían unos tres segundos, disparando, con las Minigun, unos 300 proyectiles por pasada, desde una altura de unos 300 metros. Volar a alturas más bajas incrementaría de manera considerable el riesgo para el piloto, el avión y la población civil inocente.

Creo que el efecto de usar estos aviones en la batalla de Culiacán del jueves 5 fue sobre todo psicológico, pues la velocidad de pasada es muy alta, el tiempo de las ráfagas muy corto y el tamaño de los objetivos, muy pequeño, por lo que la precisión no fue mucha. Pero hay que destacar la enorme pericia de los pilotos militares, pues ninguna de las dos aeronaves de este tipo sufrió daños, hasta donde sabemos, ni fue derribada, ni se accidentó. Eso sí, creo que el riesgo era muy alto, pues cualquier error de las tripulaciones pudo haber ocasionado daños a la población civil o la pérdida del avión. Ante esta comparación de poca precisión y de un riesgo alto, creo que hubiese sido mejor emplear helicópteros artillados, de los cuales la FAM tiene muchos: su flota de UH-60 es la segunda más grande de Latinoamérica. La ventaja del helicóptero es que es más maniobrable, puede moverse en diversas direcciones con más libertad que un avión y, al actuar en parejas, puede ser verdaderamente letal. Su desventaja podría ser su menor velocidad, aunque, en el rango de los 200 km/h, no es poca cosa: equivale a la velocidad de pasada de los Texan. Pero esta baja velocidad también es una ventaja, pues le permite disparar con mayor precisión.

Es evidente que el hecho de que una de estas aeronaves de ala fija o de ala rotatoria pudiese ser derribado en una zona urbana hubiese podido meter al gobierno de López en un verdadero brete político nacional e internacional. Lo bueno es que la pericia de los pilotos quedó demostrada.

La FAM también puso en el aire a un C-295M, avión de transporte táctico medio, de construcción española, que prestó excelentes servicios al efectuar labores de reconocimiento aéreo, facilitando las labores de las tropas en tierra. Esta labor de vigilancia, patrulla y reconocimiento le dio al ejército una ventaja táctica sobre el terreno determinante para el éxito. Sin embargo, a pesar de volar a mayor altura que los Texan, el C-295M fue alcanzado por un arma de gran calibre de los narcotraficantes, al parecer en un motor, lo que obligó al piloto a realizar una maniobra de aterrizaje forzado verdaderamente brillante. Como he dicho, el empleo de estas aeronaves no está exenta de riesgos.

Por último, unas palabras en cuanto al empleo de los UH-60. No entiendo por qué, si se dispone de tantas unidades de este tipo, sólo se emplearon dos, una de las cuales se destinó a extraer al tal Ovidio de Culiacán y llevarlo directamente a la Ciudad de México. Generalmente, lo ideal es que estas aeronaves operen por parejas, cubriéndose mutuamente, pero sólo se quedó una unidad. Además, si la operación total y los combates duraron alrededor de 12 horas, es evidente que el helicóptero restante tenía que repostar combustible cada cierto tiempo, dejando durante esa operación de recarga los cielos libres, perdiendo las tropas en tierra el apoyo aéreo cercano tan esencial en este tipo de operaciones. 

En fin, como conclusión: creo que hubiese sido tácticamente más útil prescindir de los Texan y desplegar en su lugar a más UH-60, quizá unas 4 o 5 parejas, es decir, 11 aparatos, pues hay que descontar al que se empleó en la extracción del objetivo. Considero que el empleo del C-295M fue acertado y, nuevamente, hay que resaltar la calidad verdaderamente encomiable de los pilotos de la FAM.