¿Qué es educar?
11/11/2023
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Foto: Vicerrector de Investigación

Cientos de libros se han escrito sobre el tema. Definiciones hay muchísimas. Alguna vez hice una colección de definiciones del término ‘educación’, desde Platón hasta Vasconcelos. Aún conservo ese acopio y me gusta pensar que los educadores siempre hemos tratado de capturar la esencia de un fenómeno tan profundo e íntimo y a la vez tan común y universal para la humanidad.

Y cada investigador educativo debe, de alguna manera, ensayar su propia definición. En ella proyecta su cosmovisión y sus apuestas. Yo hace años intenté la mía. Y cuando gustosamente creí capturar lo más esencial y radical, me puse a buscar en internet y encontré que ya antes la había formulado en los mismos términos el pensador español Leonardo Polo. Y así como los alpinistas encajan su bandera cuando alcanzan la cima, aunque haya otras banderas antes que la suya, así yo también descubrí algo importante, aunque aquello ya lo hubieran visto con meridiana claridad otras personas. Mi hallazgo fue el siguiente: educar es ayudar a crecer.

Educar no es propiamente “hacer crecer” al alumno. Eso implicaría una concepción demasiado activa del educador y demasiado pasiva del educando. El educador sería -como decía un querido profesor- un Pigmalión esculpiendo a su alumno, labrando, en esa roca que no opone resistencia, el ser humano que debe llegar a ser.

Educar tampoco es simplemente observar, registrar, no intervenir, no dirigir la vida del alumno. El sueño de Summerhill que ensayó Alexander Neill en una granja de Inglaterra terminó fracasando. Si, como decía Rousseau en su Emilio, la naturaleza humana es perfecta y sana al inicio, y es la sociedad quien la infecta y daña, entonces estaríamos moralmente obligados a no introducir la basura social en el niño. Educar implicaría, para no pervertir la naturaleza, una inacción prudente, una distancia.

La verdad rara vez se encuentra en los extremos. Y aquí los extremos son el mito de Pigmalión y el postulado de Rousseau. Por supuesto que educar es un acto libre, una intervención efectiva, un encuentro… pero nunca un acto que mina la libertad y que resta protagonismo y responsabilidad al propio educando. ¿Cuál es ese justo medio? La ayuda. Además, ayudar tiene una connotación de solidaridad, apoyo, compromiso, corresponsabilidad, generosidad, auxilio en algo valioso. Ayuda no es meramente ‘intervención’, es intervención meliorativa. Por eso abona al crecimiento integral de la persona.

¿De lo que se trata es de crecer? Sí. Ese es el meollo de la educación. Crecer es madurar moralmente. Crecer es potenciar los talentos que uno tiene. Crecer es adquirir habilidad o perfeccionarla. Crecer es desarrollar competencias (mentales, sociales, emocionales, comunicativas, creativas…). Crecer es salir de sí y ser un don para la vida de los demás. Crecer es trascender.

Lo que sucede es que no siempre ‘crecer’ es placentero. Aquí es donde el párrafo anterior, que parecía rosa y romántico, adquiere un toque dramático. ‘Ayudar a crecer’ en ocasiones implica que el educador desafíe, rete, confronte, y eso no siempre causa deleite al educando. Cuando era adolescente me dolían los huesos y las articulaciones: porque dar el estirón duele. Crecer en la vida espiritual es una batalla campal que se libra en el corazón contra los propios afectos, no siempre ordenados y no fácilmente modificables. La conversión, desde esta óptica, es una de las modalidades de la educación y del crecimiento. ¡Y vaya que la conversión duele!

Pero si lo anterior es verdad, también lo es el hecho de que los seres humanos no ‘crecemos’ en solitario. Nos ‘ayudamos’ unos a otros en este afán. Más aún, ayudando a crecer a otros es que me descubro ayudado a crecer yo mismo. En ese sentido, no poseo un rol fijo y estable de ‘educador’, más bien me descubro en una relación donde educo y soy educado, donde ayudo a crecer a otros y otros me ayudan a crecer a mí. ¡Hay de aquellos que se suben al pedestal de la perfección y desde allí pretenden ayudar a todos a crecer! Yerran más por ignorancia que por soberbia.

Por cierto, ‘crecer’ no siempre tiene la forma de una recta ascendente con pendiente positiva. A veces crecemos cuando, al caer, nos arrepentimos sinceramente. A veces crecemos cuando nos estabilizamos y ponemos orden y paz en nuestras vidas. Aunque, por supuesto, también se da el crecimiento cuando hay logro, éxito y conquista.

Permítanme una última observación. El crecimiento educativo se da en la forma gramatical del ‘gerundio’. Nos encontramos ‘creciendo’. Educar es una actividad que no concluye, que no conoce la quietud. Siempre se puede crecer más. Los maestros de la espiritualidad (Benito, Teresa, Francisco de Sales…) enseñaban que “quien no avanza, retrocede”. Lo mismo sucede en el terreno de la educación.