Mucho se ha escrito ya sobre el Papa Francisco. En esta ocasión quiero llevar al lector a recordar algo de historia, a saber, dos antecedentes fundamentales que a mi gusto pueden ayudarnos a reflexionar qué es el perdón y por qué para algunos sigue siendo incómodo el Papa Francisco.
San Calixto I, Papa número 16 de la Iglesia Católica, ejerció su pontificado a inicios del siglo tercero (217-222). Fue un esclavo criado por una familia griega, que tras ser liberto sirvió a un funcionario del emperador que lo introdujo al cristianismo. Ya cristiano, tuvo la oportunidad de apoyar tanto a Víctor I como a Ceferino, quienes le precedieron en el pontificado. Lo interesante es que, para aquellos entonces, alguien sí quería ser Papa: el diácono Hipólito, pero no fue electo tras la muerte de Ceferino, sino que fue elegido Calixto. Ambos tuvieron serias disputas, pero una muy célebre fue la acusación que hiciera Hipólito a Calixto de laxitud moral, pues Calixto permitió el reingreso a la comunión a aquellos que habían realizado ofensas graves: adúlteros, fornicarios, etc. Recordemos que la Ley de Moisés prescribía la excomunión (e incluso la pena capital) para varios pecados. Calixto defendía la eficacia del sacramento de la reconciliación, defendía el hecho de que “Dios lo perdona todo”, por eso, a los que, tras un proceso de penitencia sinceramente se arrepentían, los admitía de nuevo al seno de la Iglesia. Hipólito se separó durante varios años de la Iglesia, y curiosamente –creyéndose ortodoxo–, llamaba al resto de la Iglesia “la secta de Calixto”. Afortunadamente se reconcilió al final de sus días.
¿Qué objetó Hipólito a Calixto? Que la pretendida misericordia que Calixto predicaba atentaba contra la doctrina, iba en contra de las Escrituras. Por supuesto que lo anterior no es cierto, pues también la Escritura afirma que “lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos” (Mt 16,19). El Concilio de Trento reafirmó la doctrina de Calixto, que es la del Evangelio, afirmando que la reconciliación es el tribunal donde se absuelven todos los pecados cometidos después del bautismo, y declarando anatemas a todos aquellos que, como los novacianos, negasen a la Iglesia el poder de perdonar los pecados.
Nuestro segundo hito es justo hace quinientos años. A finales de marzo de 1515, León X emite una bula que reconoce como comisarios pontificios para impartir indulgencias al Arzobispo de Maguncia y al encargado de los franciscanos de esa ciudad a fin de recabar fondos para la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma (recordemos que parte de lo recabado se lo quedaba el mismo emperador y que no todo fue a parar a las arcas de San Pedro). Como fuere, y ciertamente sin querer hacer una apología de los hechos, sí tuve la oportunidad de leer un bulario tanto de Julio II y de León X (ambos papas grandes mecenas de Miguel Ángel, Rafael, Bramante…) y ¡la concesión de indulgencias era muy frecuente!, tanto por rezar por el Papa, como por ayudar a los pobres, por visitar iglesias, por ir de peregrinación, etc. Como sabemos, a finales de octubre de 1517, Martín Lutero clava en las puertas de la Iglesia del Palacio de Wittenberg, 95 proposiciones o tesis en contra del uso que hiciera León X de las indulgencias. Ahí y así comenzó la Reforma Protestante.
¿Qué objetó Lutero a León X? Ciertamente hay un punto que, en medio de toda precisión requerida –y no es el momento de hacerla–, es inobjetable: con la fe no se comercia. La Iglesia, mucho antes que Lutero, condenó toda forma de simonía. Sin embargo, quiero llamar la atención a un punto menos trillado de la historia y más sugerente: Lutero argumenta en contra del poder del Papa de “remitir los pecados”, de “perdonar”, de “volver al seno de la Iglesia a los pecadores”. Usted podrá leer completas las 95 tesis de Lutero; por ahora sólo señalo algunas frases entresacadas de algunas proposiciones: “El papa no puede remitir culpa alguna…”; “Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios”; “las indulgencias papales no pueden borrar el más leve de los pecados veniales”.
En realidad, pocas de las 95 tesis tienen que ver con el dinero y el hecho de “vender” indulgencias; la mayoría tienen que ver con minar la autoridad papal respecto al perdón de las penas. Lutero defenderá la doctrina, de nuevo, desde una pretendida “recta y ortodoxa” lectura de la Escritura, y declarará laxitud moral en Roma. De nuevo se revive la historia de Hipólito.
El tercer hito, como usted se puede imaginar, tiene que ver con el amado Papa Francisco. Desde el sínodo de la Familia, que concluyó con la Exhortación Amoris laetitia y la comprensión a los divorciados vueltos a casar; el Sínodo para la Amazonia, con su respectiva Exhortación Querida Amazonia; el “quien soy yo para juzgarlos” ante la pregunta de un periodista sobre las personas gays; la oposición a la criminalización de la homosexualidad en distintos países; el documento Fiducia Supplicans que contempla cierto tipo de bendiciones para uniones del mismo sexo; la Iglesia como hospital de campaña; la petición de perdón a las víctimas de abuso sexual por parte de miembros del clero, y tantas y tantas otras intervenciones, mayores y menores, donde el Papa suele expresar su persistente prédica sobre la misericordia, la acogida, el perdón, la comprensión... Y, por qué no decirlo, su persistente combate a la soberbia, a la cerrazón, al “indietrismo” (los tradicionalistas que van hacia atrás desoyendo al Espíritu que nos impulsa hacia adelante).
¿Qué le suelen objetar al Papa Francisco? Un común denominador, que recorre desde las dubia planteadas por Cardenales, hasta los sitios web y los periódicos conservadores, es la siguiente: consideran que el Papa es heterodoxo. Sí, en otras palabras, que el Santo Padre se aleja de las Escrituras y de la Tradición; que no es doctrinalmente seguro; que coquetea con la verdad lo mismo que con lo políticamente correcto. Yo me pregunto, ¿por qué tanto veneno y tanta crítica a un Papa? ¿Por qué tanto ‘fuego amigo’? ¿Por qué no se terminan de fiar de él? Por un tema, un tema que es crítico y genera crisis: EL PERDÓN.
Algo tienen en común los críticos del perdón: la soberbia; creerse en posesión de la verdad; considerarse en el pedestal del bien. Los críticos son los neofariseos que no admiten que sean bienvenidos al seno de la Iglesia las prostitutas y los publicanos –aunque Jesús haya dicho que ellos nos llevan la delantera en el Reino–. Los críticos suelen argumentar que no pueden admitir una misericordia que sea a costa de la verdad, en otras palabras, que se abra un indiscriminado perdón que atente contra la Escritura o contra la doctrina. La apertura da miedo.
Hace un poco más de 1800 años ocurrió la ruptura de Hipólito (217). Hace un poco más de 500 años ocurrió una dolorosa ruptura entre católicos y protestantes (1517). Antes de esas rupturas, hubo Papas que predicaron el perdón, tanto de las culpas (Calixto I) como de las penas (León X)… Las rupturas fueron, en parte, porque no sabemos comprender la belleza del perdón. Porque nos cuesta ser misericordiosos y acoger. Porque somos la viva imagen del hermano mayor del hijo pródigo que recrimina a su Padre el ser tan “injustamente” amoroso.
Es hora de incorporar inequívocamente el magisterio del perdón y la misericordia de Francisco, pues no es otro que el del Evangelio de Jesucristo. Hay que incorporarlo en nuestras familias, en la Universidad, en la parroquia, en la calle, con nuestros amigos, con los alumnos, con los colegas, con uno mismo.