Trump, J. D. Vance y Kamala Harris
05/08/2024
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Foto: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

En las semanas recientes hemos visto cómo la dinámica y las tendencias en la campaña presidencial estadounidense han cambiado dramáticamente: antes del atentado fallido contra Donald Trump, las probabilidades del magnate para vencer a Joe Biden en la carrera por la Presidencia se veían bastante favorables, sobre todo después del desastroso desempeño del actual presidente en el debate televisivo. El atentado le dio un gran impulso a Trump, pues lo elevó a los altares de los republicanos más extremistas, además de que este supo aprovechar las circunstancias para colocarse como un “casi mártir” ante sus simpatizantes. Todo ello se conjuntó para que, por fin, Biden se diera cuenta de que lo mejor para todos era dejar la campaña; quien tomó la estafeta fue la Vicepresidente Kamala Harris, en una especie de elección natural. Esto, por un lado, le dio muchas esperanzas a la hasta entonces alicaída campaña demócrata, y, por otro, sacó de balance a los republicanos, que habían limitado su campaña en señalar que Biden ya estaba muy viejo, de tal manera que no han sabido encontrar un punto flaco atacable en Harris, hacia el cual puedan dirigir sus críticas.

De hecho, en los días recientes Trump ha tenido que actuar a la defensiva: ahora el “anciano decrépito” ya no es Biden, sino Trump mismo, comparado con los 59 años de edad de Harris. Por eso, el locuaz republicano ahora dice que la edad avanzada edad no es un impedimento. También afirma, insidiosamente, que su contrincante Kamala se ve como si tuviera más de 60 años.

Ante los ataques insulsos del candidato republicano, es necesario comentar que Harris, en contra de los que Trump afirma, no es una “persona ultraliberal” -cosa que asusta sobremanera a los republicanos más mojigatos-, sino que pertenece en realidad al grupo más moderado del Partido Demócrata. Es cierto que no ha sido una personalidad destacada en la política interna de su partido y tampoco hizo una carrera política muy vistosa como Vicepresidente de su país. Sin embargo, tomando en cuenta que los indecisos son por naturaleza moderados antes que exaltados, la señora Kamala tiene más probabilidades de lograr que las personas que aún no deciden por quién votar se inclinen por ella, máxime que la campaña de Trump se está enfocando en criticar de manera grotesca y grosera a su oponente por cuestiones que a muchos pueden parecer intrascendentes: que si se ríe mucho, que si se hizo de piel más obscura a propósito (¿?), que si odia a los judíos (aunque está casada con uno), etc. El hecho de que aún no haya sido posible encontrar en el pasado político de Harris ninguna declaración o conducta que la pudiesen identificar como perteneciente al ala izquierda del Partido Demócrata la hace más robusta frente a los ataques republicanos y más cercana a las minorías, los moderados y los indecisos.

Días después del atentado, Trump eligió como su compañero de fórmula al joven senador J. D. Vance, quien años atrás era un feroz crítico del candidato republicano (a quien incluso llegó a comparar tontamente con Hitler). Es digno de señalar que la figura política que inspira al candidato a la vicepresidencia por parte del partido republicano es nada menos que uno de los autócratas más exitosos de nuestros días: el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán.

Tan es así, que Vance tiene rasgos más autoritarios que Trump, buscando obtener el apoyo de una figura algo difusa: la de la clase trabajadora “blanca”. Además, es partidario de una mayor intervención del Estado, lo que lo hace contraponerse a posturas liberales, pues habla abiertamente de la necesidad de imponer una suerte de “moral pública” muy conservadora, con lo que pretende hacerse del voto del “ala derecha” del Partido Republicano. El mismo Vance ya ha dicho quién lo inspira en esta lucha por restringir libertades y ampliar el dominio del Estado: Viktor Orbán, el autócrata húngaro. Por eso no es de extrañar que haya muchos republicanos de visita en Budapest, en donde buscan aprender los fundamentos de la autocracia que está consolidando Orbán y que se caracteriza, si la vemos superficialmente, por no parecer una autocracia. Esto se logra, por ejemplo, substituyendo a la burocracia profesional por simpatizantes leales al líder (en algo semejante a la máxima obradorista de “10% capacidad y 90% lealtad”). De esta inspiración “orbanista” procede el “Project 2025: Presidential Transition Project”, una guía voluminosa sobre qué hacer en los primeros tiempos de un nuevo gobierno republicano: desregulación económica, proteccionismo económico, férrea política antiinmigrante, favorecimiento de las energías fósiles, oposición a combatir el cambio climático, etc.

Debido a ello, muchos estudiosos de la escena política de los Estados Unidos consideran a Vance aún más peligroso que Trump para la democracia de su país, por lo que un eventual triunfo de esta pareja de republicanos en noviembre próximo significaría que tendrían el camino libre para socavar las instituciones democráticas estadounidenses, ocupar los principales cargos públicos con simpatizantes incondicionales, derruir los valores democráticos que aún permanecen en la sociedad y, en la política internacional, no oponerse seriamente al avance de Putin tanto en Ucrania como después, muy probablemente, en el resto de Europa.

Una de las señales que la actual campaña presidencial estadounidense nos manda es el hecho de que los partidos políticos, particularmente el republicano, no están funcionando bien internamente. Una democracia requiere de partidos políticos fuertes y funcionales, y ninguno de los dos partidos ha mostrado estructuras sólidas para seleccionar a su candidato respectivo, además de que no han sabido generar candidaturas más lozanas, jóvenes y frescas. Kamala Harris sí ha traído frescura a la campaña, pero fue por el abandono de Biden, no porque las estructuras del partido la hayan aprovechado e impulsado para ser la candidata.

En el Partido Republicano los problemas son más serios, pues ha caído en un grosero culto a la personalidad, carecen de estructuras democráticas internas y no existe una oposición interna seria a Trump, quien se ha apoderado totalmente del partido y de su forma de pensar y de hacer política. En el Partido Demócrata, a su vez, tampoco hubo una oposición a la candidatura de Biden. Lo cambiaron forzados por las circunstancias, literalmente al cuarto para las doce, a partir de su renuncia a la candidatura.

Esto explica quizá en parte la extrema polarización de la sociedad estadounidense, pues los partidos no tienen estructuras de discusión y de elección internas fuertes que favorezcan la negociación, la argumentación y la contienda, por lo que la polarización política y social se recrudece.

Tristemente, lo que vemos sobre todo en el bando republicano nos indica que no es ninguna coincidencia que los autócratas dirijan así sus partidos: sin discusión interna, sin oponentes, sin argumentos. Veamos a Orbán en Hungría, Erdogan en Turquía o López en México: ¿Alguien en el respectivo partido oficialista discute o pone en duda sus instrucciones? ¿Desde cuándo no hay críticos internos en sus respectivos partidos? ¿Los procesos partidistas de selección de candidatos muestran estructuras democráticas fuertes, transparentes y plurales? ¿Hay consecuencias serias e institucionales cuando alguien miente o se corrompe?

El papel de caudillos que juegan estos personajes es evidente, así como la idea de que encarnan al pueblo, como una especie de mesías; en el caso de Trump, después del atentado ya no es solamente el héroe que rescatará a los Estados Unidos de la decadencia, sino que ya es casi un mártir, es una víctima de los malvados y poderosos y un elegido por Dios para guiar a su nación.

Un elemento que caracteriza a la política práctica es, desafortunadamente, la mentira. Dicen que el canciller prusiano Otto von Bismarck decía: “Nunca se dicen tantas mentiras como antes de las elecciones, durante la guerra y después de una cacería”. Las mentiras que decimos en la vida cotidiana tienen consecuencias más o menos graves, de acuerdo a las circunstancias. Las consecuencias que tienen las mentiras en la política, empero, suelen por lo general tener repercusiones más serias. Obviamente no podemos esperar que en una democracia no haya mentiras, pues habría que transformar por completo la naturaleza humana, cosa imposible de lograr.

Uno puede preguntarse si el objetivo de los populistas es simplemente gobernar por medio de mentiras, desacreditando la verdad. Ya se ha escrito mucho sobre la facilidad con la que López, Trump o Boris Johnson mienten, y sobre cómo insultan -igualmente con mucha facilidad- a sus oponentes. En las democracias, a diferencia de las autocracias -como la que pretende instaurar Maduro en Venezuela-, hay muchas opiniones que se expresan libremente y que esperan ser respetadas y escuchadas; pero para que la democracia funcione, las opiniones deben respetar los hechos, alejándose de la mentira, lo cual, hemos dicho, no siempre es posible. Por eso es necesario que reconozcamos que el conflicto y la diversidad son imprescindibles en una sociedad democrática, pues ayudan a enriquecer el debate y la reflexión sobre los problemas que hay que resolver. Así que no hay que tenerle miedo a la diversidad, que requiere que haya respeto entre todos los actores. El problema de los autócratas de todo tipo -entre los cuales están los populistas- es que no respetan a quien piensa de manera distinta y automáticamente lo descalifican y segregan. Esto no es legítimo en ningún ámbito de nuestra vida, pero eso los tiene sin cuidado.