La tentación de creer que todo se arregla con asignaturas
02/12/2024
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Foto: Vicerrector de Investigación

Simulación de reunión académica:

“Los alumnos –opina un docente– nos llegan cada vez con menos habilidades para la lectoescritura, con poca o nula experiencia en redacción de productos académicos (reportes de lectura, síntesis, ensayos, etc.), con unas lagunas impresionantes en ortografía y sintaxis…” ¿qué hacer? Obvio: añadamos una materia de escritura, al menos como remedial o paliativo al problema.

“Los alumnos –dice otro colega de buena línea– han pedido cada vez más los valores familiares, ahora vienen de familias rotas y eso les impide tener referentes de masculinidad positiva en sus existencias, no confían en el matrimonio como hipótesis de una vida con sentido, prefieren los perrhijos a los hijos, hay una confusión tremenda en temas de identidad sexual. No nos podemos quedar de brazos cruzados ante esta embestida cultural” Claro está: impartamos a todos los alumnos una materia sobre familia.

Levantan la mano dos investigadoras: una afirma: “los alumnos están perdiendo su identidad nacional, es ya un auténtico problema su falta de espíritu patrio, sano y auténtico, y esto se debe al desconocimiento mayúsculo de la historia nacional”; la otra dirige su mirada al hueco, al gran hueco de la formación matemática, de razonamiento lógico, y argumenta que “ese déficit trae consecuencias catastróficas: falta de criterio, nula capacidad de argumentar, falta de consistencia, validez, secuenciación, formalización y abstracción”. Por eso hay que poner asignaturas de historia y de razonamiento matemático.

Hay otro que dice… “a ver, si a esas vamos, el espíritu de transformación social que pretendemos que caracterice a todos nuestros egresados precisa, al menos, que tomen una materia de Doctrina Social de la Iglesia. Que aprendan los principios básicos, las nociones clave, el último magisterio, etc. Porque si no se llevan esa impronta, serán muy buenos odontólogos e ingenieros, pero no llevarán nuestro espíritu”.

Los filósofos no se quedan atrás en la conversación: “¿y cómo es que los estudiantes no recibirán lo básico del humanismo: antropología y ética? Desde Cicerón sabemos que, sin estas bases, está en duda la humanidad de las humanidades”. Por tanto, apúntenle dos asignaturas más al plan de estudios.

En la euforia de las manos levantadas, quieren tomar la palabra: el que lleva prácticas profesionales, la que imparte metodología de la investigación científica para elaboración de tesis, los de la academia de artes, una miss que hace yoga y quiere que los alumnos asistan, el politólogo que nos urge a ser pertinentes con la situación por la que atraviesa la patria, un poeta que anda en la reunión, un maestro fundador, el que promueve relaciones interinstitucionales en el extranjero, una colega activista en temas de feminismo … todos con magníficas sugerencias de clases que podrían complementar y afianzar aspectos de la formación integral de los estudiantes.

Examen de conciencia curricular:

¿Por qué tenemos la tentación de creer que toda deficiencia formativa se subsana con asignaturas?

¿Cómo damos vida, unidos y a lo largo del tiempo, a los aprendizajes y competencias transversales indispensables para la formación integral, los cuales, sin embargo, “no caben” en una asignatura?

¿Qué haríamos si no existieran “materias” formativas? ¿Qué estrategia creativa detonaríamos para compartir una cosmovisión, formar en convicciones y enamorar a un proyecto de vida con sentido sin esos “espacios” curriculares?

¿Cómo nos hacemos cargo de egresar estudiantes reflexivos con espíritu crítico, extraordinarios lectores, asiduos escritores…? ¿Los alumnos nos ven en la biblioteca? ¿Damos testimonio de estudiar arduamente?

¿Nos esforzamos en que nuestros vínculos familiares –los que actualmente están bajo nuestra responsabilidad– antojen a formar una bella familia donde se viva felizmente?

¿Nos esforzamos por cultivar distintos lenguajes científicos (por ejemplo, el lógico-matemático) que dan potencia, rigor y alcance a nuestros saberes? 

¿Podemos dar razón de nuestra fe? ¿Sabemos el abc de la Doctrina Social de la Iglesia y tenemos suficiente solvencia para explicar cómo vivir sus principios en cada una de nuestras profesiones? 

Dos alternativas:

Si las incómodas preguntas anteriores no las pudimos contestar o la respuesta fue negativa, entonces se comprende que caigamos en la tentación de creer que con “asignaturas” se resuelve todo.

Pero siempre hay otro camino para afrontar el desafío de una formación integral: la creatividad, el ejemplo, la competencia y el testimonio de cada docente.