¿Qué fuimos para nuestros estudiantes durante este semestre que recién acabó? Todos tenemos la esperanza de haber influido en sus vidas: fortaleciendo sus convicciones, dando ejemplo, siendo cercanos y empáticos, compartiendo experiencias profesionales, transmitiendo conocimientos técnicos y especializados, guiando sus vidas para adquirir aprendizajes profundamente significativos.
Este semestre me tocó ayudar a un chico que tenía serios problemas de sentido de vida y que en varias ocasiones tuvo la ideación de acabar con los problemas acabando con la vida. Junto con varios colegas, desarrollamos un instrumento para diagnosticar a las personas en situación de calle en el ayuntamiento de Puebla, luego capacitamos al DIF y sistematizamos la información recabada (información que no puede leerse sin lágrimas y desde la torre de marfil de la indiferencia). En el verano fui a Ciudad Juárez, junto con el Padre Ríos, toqué de cerca la vida de los que más mal la pasan en esa frontera. Amanecía temprano, y durante la jornada visitaba lugares y hogares, hacía entrevistas, tomaba fotografías, realizaba más entrevistas, iba a mis lecturas, acudí a visitas con autoridades, empresarios y hasta con el obispo; todo me ayudó a hacerme una idea de la gravedad de los problemas que estaba investigando.
Al final, he comprendido que lo que puedo poner para la solución de los problemas de mi amada patria es sólo un granito de arena y, sin embargo, si no lo pongo yo, nadie más lo hará. Pero si hago algo y los demás también, entonces poco a poco la realidad se transforma.
¿Qué fuimos para nuestros colegas durante este semestre que recién acabó? ¿Fuimos amigos leales, sinceros, amables y gentiles? ¿Fuimos asidero en sus dificultades y escucha atenta a sus problemas, fuimos alegría ante sus tristezas y generosidad al compartir nuestro saber, nuestros tips, nuestros libros y nuestro consejo? ¿Qué fuimos en sus vidas?
Yo puedo -y hay quién se lo propone- “aparentar” ser un ángel. Uno que habla correctamente y que viste impecablemente pero que por ello resulta distante, que es distinto y admirable, apacible pero lejano, que publica, es investigador ejemplar y da clases rankeadas como las mejores. ¿Pero desde esa distancia y frialdad realmente tocaría la vida de mi alumno con problemas y de mi vecino de oficina? Para algunos, el costo de hacerse cercano y próximo es la pérdida de reputación; para mí, la ganancia de la proximidad es la posibilidad efectiva de incidir en la vida de otro ser humano, tan digno y valioso como yo.
¿Qué fuimos para nuestro jefe o nuestra jefa este semestre que recién acabó? ¿Fuimos causa de orgullo? ¿Supimos arrimar el hombro cuando le vimos agobiado? ¿Le dimos más alegrías y satisfacciones que problemas? ¿Fuimos leales, sinceros y solidarios? ¿Acaso cedimos a la tentación de creer que nuestra jefa o jefe es menos humano que nosotros y que por ello no necesita afecto, ayuda y hasta compasión?
Quienes se mantuvieron en el pedestal de la perfección y no se dignaron abajarse a mí durante mi vida, que nunca me ayudaron en mis caídas y en mis fracasos, que nunca hablaron mi lenguaje ni entendieron mis problemas, que nunca tuvieron la valentía de decirme la verdad y ayudarme a madurar, y prefirieron la distancia, nunca fueron mis educadores. En cambio, los que se “abajaron” a mi corazón, los que escucharon mi voz, secaron mis lágrimas, atendieron mi ignorancia, corrigieron con valentía mis metidas de pata, quienes no escatimaron palabras para zarandearme y hacerme crecer cuando más lo necesitaba, quienes me sonreían en las mañanas y tomaban un café conmigo, quienes me confortaron en mi dolor… esos, y no otros, han sido mis maestros. Pero para serlo, se despojaron de su perfecta y angelical figura, para aparecer a mis ojos como auténticos seres humanos, más humanos que nunca.
El lema del Cardenal J. H. Newman decía: “cor ad cor loquitur” (el corazón habla al corazón). ¡Qué cierto! Sólo un corazón conmueve a otro. Sólo cuando muestro mi humanidad al prójimo, éste comienza a confiar, y desde allí se establece un encuentro que nos cambia y perfecciona a ambos.
Al final habré sido menos angelical. ¿Y por qué pretendería yo aparentar lo que, por cierto, nunca he sido ni seré? Desde la autenticidad de mi humanidad la vida me ha enseñado que la existencia puede ser transformada, y que otro corazón puede ser consolado y emprender el camino del cambio.