Menos conejitos: Manifiesto contra el Responder a todos
09/07/2021
Autor: Dr. Juan Pablo Aranda Vargas
Foto: Profesor Investigador UPAEP

De vez en cuando me ocurre vomitar un conejito

(Cortázar, “Carta a una señorita en París”).

Aquel hombre vomitaba conejitos, nosotros vomitamos correos electrónicos.

Seré breve, en atención a la tremenda necesidad que tenemos de una economía digital. Se terminaron las cartas y los oficios, y así entendimos que podíamos vivir sin tanto papel. Los árboles respiraron hondamente, con esa sensación de estar a salvo de la vorágine humana, magistralmente descrita por Steve Cutts (https://www.youtube.com/watch?v=WfGMYdalClU); se abrazaron y celebraron la era digital, y de su corteza brotaron lágrimas de felicidad.

Y, de pronto, encontramos una nueva adicción: el tiránico responder a todos. Movidos ya por la angustiosa necesidad de hacer patente nuestra existencia, de anunciar que seguimos ahí, con el cuello metido en la pantalla, los ojos rojos y la garganta seca en un tiempo solitario y enfermo, ya por la pereza de decidir, para cada comunicación, quién debería ser su destinatario—¡algunos llegando incluso a programar el infernal botoncito como respuesta automática a cada correo!—hemos convertido el correo electrónico en lugar virulento por excelencia. Ahí, como en un cuerpo enfermo, los correos se multiplican igual que lo hacían los gremlins al contacto con el agua, pasando de tiernas criaturas a engendros destructivos.

Así pasa: alguien envía un correo—informativo, digamos—: “se anexa tal o cual, se reporta x o y…” y, de inmediato y como movido por el diabólico impulso hacia el ruido de las sociedades industriales, de uno emergen cinco, luego diez, o veinte. Una cadena de “gracias”, “abrazos”, “recibidos” y “felicitaciones” que van cayendo como duro granizo que nos golpea en la cabeza. Un correo enviado a 80 personas se convierte en 20 (asumiendo, optimistamente, que la enfermedad de vomitar conejitos—propongo llamarles por su nombre: gremlins—afecta a una quinta parte de la población). Y este es apenas un evento comunicativo. Si, en promedio, uno recibe diez o veinte comunicaciones informativas (todos saben que estoy siendo tremendamente optimista aquí), el drama de una invasión de monstruosidades se hace patente.

Así, pues, propongo un manifiesto, en tres axiomas:

  1. Principio de discernimiento. Siempre que vaya usted a contestar un correo electrónico, respire hondo (mindfulness puede ayudar) y hágase dos preguntas: (1) ¿Qué aporta mi correo a la discusión? (2) ¿Quién necesita enterarse de este correo?
  2. Principio de economía. Si la respuesta a la pregunta (1) es “nada”, considere no enviar su correo. Hagamos una vida libre de gremlins el mayor agradecimiento que podemos dar. Y pierda cuidado: el correo electrónico guarda acuses de recibido, no hace falta confirmación.
  3. Principio humanitario. Si la respuesta a la pregunta (2) es “sólo quien me mandó esto y no los ciento cincuenta pobres copiados en este correo”, envíe su respuesta solamente a aquel que terminará siendo beneficiado. Los 149 restantes le mandaremos un abrazo virtual (¡no por correo!, sino a través de la fuerza viva de la imaginación y la fraternidad).

Por una cultura de eficiencia, libre de ruido y basura digital: Queridos colegas, menos conejitos.