Las Voces de Ingenierías: Letras y números
20/05/2022
Autor: Dr. Damián Emilio Gibaja Romero, Mtro. Julio Alberto Villavicencio Díaz
Foto: Área de Matemáticas

En apariencia, la Literatura y las Matemáticas no tienen conexión la una con la otra pues las obras literarias y los resultados matemáticos difieren tanto en su creación, como descubrimiento y comunicación. Por un lado, las obras literarias parecen resultar de una expresión creativa sin límites. Por otra parte, entendemos a los teoremas, o resultados matemáticos, como la consecuencia de fórmulas y procesos bien estructurados. 

Aunque lo anterior tiene algo de verdad, no refleja al 100 por ciento la realidad que envuelve al literato y al matemático. Contradictoriamente, la escritura de una obra literaria requiere de un proceso ordenado en el que la lógica es fundamental para que la obra literaria tenga sentido. Entonces, la literatura posee un proceso formal que se puede observar en estructuras tan simples como los cuentos donde siempre encontramos introducción, nudo, y desenlace para comunicar eficientemente una historia. Por otra parte, muchas de las “fórmulas” y “expresiones” matemáticas que utilizamos para analizar y resolver problemas particulares provienen de la curiosidad. Por ejemplo, la fórmula general, que proporciona las soluciones de una ecuación cuadrática, surge de la curiosidad por transformar una expresión compleja (una ecuación cuadrática) en una estructura más simple (un binomio al cuadrado). En este sentido, debemos de ser creativos para saber lo que hay que sumar y multiplicar para lograr la simplificación anterior.

Por lo anterior, no es extraño encontrar intersecciones entre las matemáticas y la literatura pues ambas disciplinas promueven un pensamiento creativo y estructurado que a su vez desarrolla la comprensión lectora y el análisis crítico. Gracias a lo anterior, Bertrand Rusell cimentó las bases de los fundamentos matemáticos y su relación con la lógica; reflexiones que lo llevaron a ganar el Premio Nobel de Literatura en 1950. Rusell no fue el primer matemático en obtener dicho galardón; ese honor le corresponde al español José Echegaray, quien lo obtuvo en 1904 por una producción literaria que abarcó distintos temas, al igual que se producción matemática relacionada al cálculo de variaciones, la teoría de Galois y la geometría.

De igual manera, existen literatos que se han interesado en conceptos matemáticos para alimentar sus obras. En este sentido, Jorge Luis Borges es uno de los más representativos pues muchos de sus cuentos giran en torno a los misterios que encierran al infinito y al quiebre que su entendimiento causó en los matemáticos y en la sociedad. Por su parte, Wislawa Szymborska le dedicó un poema al número PI en el que describe las características que tiene como número irracional cuya parte decimal lo está “empujando a durar a la perezosa eternidad.”

Indudablemente, los números y el infinito han inspirado a muchos autores. Pero también podemos encontrar obras literarias que se inspiran en objetos más intrincados como la cinta de Möebius, o en disciplinas más cercanas como la Geometría. La importancia que tiene esta última disciplina en la La Carta Esférica, de Arturo Pérez-Reverte, será el tema por desarrollar en el Café Literario de Matemáticas del próximo 16 de junio, en el que se hablará. Los esperamos.