San Francisco y la música
07/10/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Foto: Decano de Ciencias Sociales

Francisco de Asís, cuya fiesta acabamos de celebrar el 4 de Octubre, es, sin lugar a dudas, uno de los santos más populares no solamente de su época, sino hasta nuestros días. Generalmente lo identificamos como un personaje que contribuyó a reformar la Iglesia del siglo XIII, que le dio nuevos bríos, que retornó a la pobreza evangélica, que llevó una vida sencilla y que dedicó su vida enteramente a los más desprotegidos. Sin embargo, poco se habla de que “il poverello di Assisi” era una persona muy alegre y aficionada a la poesía y a la música. 

Con el nombre de Giovanni di Pietro di Bernardone, Francisco nació en Asissi, Umbría, perteneciente en esa época a los Estados Pontificios, en torno al 1181/1182; era hijo de Pietro Bernardone dei Moriconi y de Joanna Pica de Bourlémont, perteneciente esta última a una familia noble provenzal, es decir, era natural del sur de lo que hoy es Francia. Esta ascendencia francesa es una de las posibles razones que explicarían el surgimiento del apodo “francesco”, es decir, “el francés” o “el francesito”. Otras versiones hablan de que ese apodo lo recibió de su padre, quien había hecho su fortuna vendiendo telas en Francia, como un reconocimiento a ese país, tan importante en la prosperidad de su familia. Una tercera razón es que el niño Giovanni tenía una especial debilidad por la poesía y la música del sur francés.

Aquí es menester recordar que el sur de Francia era una región que, ya para esa época, acusaba una vigorosa tradición musical y poética; había sido la cuna del arte de los trovadores, que ya para cuando nació Francisco se había extendido hacia el norte de Francia y llegaría hasta Inglaterra, de la mano de una persona de enorme peso político y cultural: Eleonor de Aquitania (1122-1204), la mujer más rica y poderosa de esos días, y contemporánea de Francisco. Eleonor era nieta nada menos que de Guillermo IX de Aquitania y VII de Poitiers (1071-1126), conocido como Guillaume le Troubadour, el primero de los trovadores del que tenemos noticia; este personaje, cuya vida fue una constante aventura (fue excomulgado dos veces, por ejemplo), escribió sus poemas en lengua provenzal, una variable regional del idioma occitano, que se sigue hablando hasta el día de hoy en el sureste de Francia.

Los trovadores fueron músicos y poetas, generalmente de origen noble, que componían sus obras dedicadas generalmente al amor (al llamado “amor cortesano”), y cuyo arte, como dijimos, nació en el sur de Francia hacia el siglo XI, para después extenderse hacia el norte (los llamados “troveros”) en el siglo XII. Hacia fines del siglo XIII y principios del XIV el arte de los trovadores y troveros vino a menos, cediendo su lugar al “Minnesang” alemán.

Así que, si la mamá de Francesco era noble de Provenza, quiere decir que estaba totalmente familiarizada con el arte de la trova, es decir de “encontrar” la música adecuada para un poema. En italiano, “trovare” significa eso: encontrar; en francés, “trouver”. Por eso no es de extrañar que su hijo heredara ese gusto por la música y la poesía; sabemos, además, que Francisco era bilingüe: hablaba el dialecto umbro y el provenzal. Los testimonios de la época lo presentan como un joven bastante amigo de las fiestas; y aunque después cambió esta actitud, su amor por la música y la poesía no desapareció, sino que lo aprovechó para otros fines, diferentes a los de la diversión mundana.

La aportación franciscana más característica en estos campos hay que buscarla en unos himnos de carácter espontáneo y de estructura muy libre llamados “alabanzas” o “loas espirituales”, cuyo origen parece estar directamente en el santo de Asís o en su círculo más cercano. La práctica de cantar espontáneamente himnos continuó y sobrevivió a San Francisco, convirtiéndose, ya en el siglo XIV, en la forma más popular de música religiosa. Aún en nuestros días existen en Italia agrupaciones musicales llamadas “Compagnie dei Laudesi”, que siguen esta antigua tradición.

Hay una biografía de San Francisco llamada “La leyenda de los tres compañeros”, en donde se narra la forma en la que él cantaba las alabanzas o laudes, y en donde también leemos que, cuando iba de viaje con sus compañeros, acostumbraba cantar esas mismas alabanzas en lengua provenzal, “con voz potente y clara”. En esta mezcla enriquecedora de dos culturas, es muy interesante señalar que él se denominaba a sí mismo y a sus compañeros “jongleurs de Dieu”, es decir, “juglares de Dios”. El juglar era un músico aficionado de carácter más popular que los trovadores. De este modo, el santo se identificaba, al rezar, con los músicos del pueblo, y no tanto con los músicos poetas de la cultura del amor cortesano.

Así que, lo mismo que en su obra religiosa, San Francisco conjuntó las tradiciones sacras y mundanas con las cortesanas y las populares, en un verdadero y asombroso sincretismo. No podemos dudar, entonces, que sus alabanzas y laudes fueron un puente poético y musical entre la música tradicional de la Iglesia, la música en las cortes caballerescas y la música en las calles y mercados. Los textos eran de carácter religioso, parafraseando muchas veces, de manera sencilla, a los salmos y letanías, incorporadas a melodías populares. Este carácter religioso y popular hacía que la gente pudiese cantar las melodías de manera más fácil y sentida, al unísono, no como en la música sacra más elevada, a varias voces. Por lo tanto, si los coros extremadamente bien formados fueron característicos de los grandes monasterios románicos y el coro polifónico reflejó el espíritu de las catedrales góticas, las alabanzas franciscanas fueron la expresión característica del pueblo italiano en el siglo XIII.

Desafortunadamente no ha sobrevivido ninguna de las melodías que Francisco y sus seguidores acostumbraban cantar, por lo menos ninguna que podamos identificar con certeza que pueda remitirse a su círculo cercano, pero sí ha llegado hasta nosotros el texto de uno de esos cánticos. El “Cántico al hermano sol” (también llamado “Alabanza de las criaturas”), sublime y original en su carácter. Según una leyenda, las monjas del convento de Santa Clara escucharon por primera vez esta alabanza, en umbro, de la propia boca de Francisco, cuando el santo sanaba de una enfermedad en una choza junto al convento. Los ritmos y rimas variables de la composición hacen que su forma sencilla y llana sea como el dialecto de Umbría, que era en el que hablaba y cantaba Francisco (además del provenzal, como ya apuntamos).

Esta composición en lengua vernácula se opone, por lo tanto, a la poesía en latín erudito, como el que encontramos en una obra contemporánea, verdaderamente exquisita y pulida: la secuencia “Dies Irae”, que antes del Concilio Vaticano II se cantaba en las misas de difuntos. Pero también se distingue del lenguaje cortesano y amoroso de los trovadores. Así que este himno es fundamentalmente sincero y profundo, y es una verdadera lástima que, en el manuscrito en el que ha sobrevivido, el espacio para la música esté en blanco. Sin embargo, aunque “la mitad” del himno esté desaparecida (la música), aún podemos gozar de la otra mitad (el texto), con el que, sencillamente, queremos terminar esta columna. Y es que después de leer esta hermosa poesía religiosa no quedará nada más que apuntar. 

 

1 Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

2 A ti solo, Altísimo, corresponden,
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

3 Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.

4 Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

5 Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

6 Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.

7 Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

8 Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.

9 Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.

10 Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y soportan enfermedad y tribulación.

11 Bienaventurados aquellos que las soporten en paz,
porque por ti, Altísimo, coronados serán.

12 Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.

13 ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!:
bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad,
porque la muerte segunda no les hará mal.

14 Load y bendecid a mi Señor,
y dadle gracias y servidle con gran humildad.

San Francisco de Asís (1181/1182-1226)