Según datos de la Secretaría de Educación Pública, en México, para el ciclo escolar 2021-2022, había 2’116,016 profesores y profesoras atendiendo un total de 34’413,485 estudiantes en 258, 689 escuelas en modalidad escolarizada y no escolarizada, distribuidos en instituciones públicas y privadas que conforman el sistema educativo.
El promedio de atención a estudiantes en educación inicial escolarizada es de 20 infantes por profesor, en preescolar el número se reduce a 18 y en primaria asciende a 23, nuevamente descendiendo en el nivel de secundaria, bachillerato y nivel superior a 15, 11 y 10 estudiantes respectivamente.
Sin duda la distribución de la población educativa varía dependiendo el espacio geográfico donde se encuentra la escuela, es decir, la densidad de población que presente la entidad o la demanda que puede tener algún centro educativo en particular, lo cierto es que, en México, hay una cantidad importante de profesores que día a día se levantan para realizar su trabajo al interior de las aulas, enfrentando diversos retos en su práctica.
Retos educativos que también implican diversidad dependiendo del lugar donde cumplen su labor y el tipo de atención que brindan. Por ejemplo, cerca de 59,194 se encuentran en comunidades indígenas donde muy probablemente no se habla el español como lengua materna, por lo que es necesario el diseño de formas de comunicación que permitan el acceso a la cultura de los estudiantes, pero también a los contenidos que deben ser aprendidos en el ciclo escolar. Por otra parte, muchos de ellos atienden a más de un grado escolar y con ello una gran diversidad de temas que deben ser abordados haciendo los ajustes pertinentes para cada estudiante.
También están aquellos que trabajan en uno de los 1,669 Centros de Atención Múltiple distribuidos en toda la República Mexicana o en una de las 4,646 Unidades de Servicio de Apoyo a la Educación Regular, atendiendo a estudiantes con alguna discapacidad. Muchos de ellos asistiendo a más de tres instituciones educativas donde están localizados dichos estudiantes, lo que implica el traslado de un centro a otro y una condición itinerante de trabajo educativo.
Dicha labor se realiza en instituciones educativas donde, para el caso de básica solo el 77% cuenta con los servicios básicos, el 50,7% tiene computadoras, el 29.8% acceso a internet. La situación no es mejor para la media superior pues solo el 74,3% de los espacios tiene agua potable o el 86,3% electricidad. Esto sin contar los problemas de deserción y reprobación que aquejan a todos los niveles y que parecen ser una constante, y la todavía falta de cobertura para atender a estudiantes que han quedado al margen del sistema educativo.
Frente a este panorama, cabe preguntarse sobre ¿cómo se están atendiendo las demandas formativas que implican las prácticas profesionales realizadas en los diferentes contextos y realidades que atraviesan el país? ¿Cómo se atiende la diversidad de los profesores, no solo con las diferencias en perfiles y formación, sino en las condiciones en que deben desarrollar su trabajo?
No solo hay diversidad de los estudiantes en las aulas que atender, existe un amplio abanico de perfiles de profesores que también requieren atención para enfrentar los retos de educar a las generaciones que hoy se encuentran cursando algún grado en el sistema educativo. ¿De qué forma se puede favorecer este trabajo? ¿Cómo dotar a las instituciones de recursos que faciliten la labor de los profesores, ya sea por vía la formación permanente o por la inyección de infraestructura mínima? ¿Cómo hacer que las escuelas se vuelvan lugares dignos, no solo para que los estudiantes puedan aprender, también para que los profesores puedan enseñar?
Mi reconocimiento a los docentes que día a día, a pesar de las circunstancias adversas, realizan esa noble tarea de educar.