Permítanme mis fieles y amables cuatro lectores advertirles: no hablaremos en esta columna que perpetramos cada viernes de los pumas de la UNAM (Felis unamita goyaensis), sino del animal silvestre que antaño poblaba copiosamente nuestros más diversos ecosistemas en México, en la cúspide de la pirámide alimentaria.
Originalmente, el puma (Felis concolor / Puma concolor), también llamado león de montaña o león americano, era uno de los pocos mamíferos que habitaba prácticamente en todo el territorio de nuestro país. Se le encontraba por igual en los grandes territorios semidesérticos del norte, en las montañas boscosas o en las selvas tropicales. Una única condición -además de que el hombre lo dejara en paz- era la que tenía que cumplirse: que hubiese abundancia de venados. Ya Starker Leopold hacía esta observación en los años 50 del siglo XX: en toda América del Norte, el puma no prospera si no hay venados. Estos venados son: el venado cola blanca (Odocoileus virginianus, el más extendido originalmente en México), el venado bura, en el norte (Odocoileus hemionus, el más grande de los venados mexicanos), y, en menor medida, el venado temazate (Mazama temama, en las selvas del sur, el más pequeño de todos). En Centroamérica, el puma se alimenta de especies medianas y pequeñas; en Sudamérica las presas suelen ser de tamaño mediano: capibaras (Hydrochaeris) y agutíes (Dasyprocta y Agouti) en Perú y Brasil; venados (Mazama), armadillos (Dasypus) y pecaríes (Tayassu y Pecari) en el Chaco, mientras que en Chile cazan pudúes, los miembros más pequeños de los cérvidos (Pudu puda). En otras regiones de Sudamérica, las presas más frecuentes suelen ser el guanaco (Lama guanicoe) y otros camélidos.
Podemos decir que el puma es un animal muy adaptable a diferentes biomas (es decir, un conjunto de ecosistemas característicos de una zona biogeográfica definido a partir de su flora y fauna). Puede vivir en zonas abiertas, pero prefiere la vegetación densa. Su distribución geográfica abarcaba originalmente toda América, desde Canadá hasta Chile y Argentina; de hecho, es el mamífero silvestre más extendido en todo el continente. Lamentablemente, a partir de la colonización europea comenzó una dura competencia con el hombre, de manera desventajosa para el puma, claro está. Es por eso que ya no se le encuentra en la parte oriental de América del Norte, salvo un manchón en Florida.
En español, la palabra “puma” es un préstamo del quechua, lengua en la que significa “poderoso”. La denominación latina “concolor” quiere decir “de un solo color”. El nombre “puma” aparece por primera vez, hasta donde sabemos, en una obra del Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), egregio erudito peruano: los “Comentarios reales de los incas”, de 1602. En náhuatl se le dice miztli y en maya, koj. El portugués brasileño le llama onça-parda para distinguirlo del jaguar (onça-pintada). El hermoso idioma guaraní le conoce como Jagua pytã, es decir, “fiera colorada”, mientras que jaguar o jaguareté significan “fiera” o “fiera de verdad”.
Si bien se le cuenta a veces como un representante de los “pequeños” felinos, el puma es un animal grande, con piernas y cola muy largas. Su color, aunque varía de acuerdo a las subespecies, es generalmente pardo amarillento o arenoso, cambiando a café rojizo fuerte; carece de manchas y listas. El macho llega a pesar hasta 70 kg y las hembras, hasta 50. Después del jaguar (Panthera onca), el puma es el felino más grande de América, con una amplia distribución que va desde tierras a nivel del mar hasta los 4 000 msnm. He leído y escuchado muchas veces que el puma carece de rugido, pero hay testigos de que emite una especie de grito o alarido. Yo mismo lo he escuchado en la sierra de Chihuahua: es una especie de rugido agudo, de corta duración, pero que estremece por su registro agudo y su fuerza; más se parece a un potente alarido.
Aunque la población de pumas en México ha disminuido significativamente en las últimas décadas, producto de la cacería (tanto de la que se hace al puma como de la que se hace a los venados) y de la destrucción de su hábitat, podemos decir que sus poblaciones son muy variables, siendo al parecer las más altas en los territorios del norte (montañas de pino-encino) y va disminuyendo conforme avanzamos hacia el sur, debido a tres factores principales: 1) hay mayor densidad de personas, 2) hay menos venados y, en lo que queda de las selvas del sur / sureste, 3) la competencia del jaguar. Hay que anotar que la competencia que en los grandes territorios del norte representaban el oso gris y el lobo gris ya desapareció, en vista de que el primero de esos animales ya está extinto irremediablemente y el segundo no ha podido ser reintroducido con éxito en las montañas mexicanas, por lo que sus escasísimas poblaciones no representan competencia alguna para los pumas que quedan.
El puma es un felino mucho más móvil y adaptable que el jaguar, y sus terrenos son generalmente de gran extensión. Sin embargo, parece que las zonas individuales de los pumas no son defendidas frente a otros pumas y con frecuencia se superponen.
Las hembras se reproducen al alcanzar los dos años, al parecer hasta los tres; a partir de ese momento tienen una camada cada dos o tres años, con dos a cuatro cachorros por camada. Si bien las hembras se hacen cargo de las crías durante un año o hasta más sin ayuda del macho, en época de celo suelen aparearse con varios machos. Es decir, los pumas son animales “open mind”.
Los pumas son cazadores nocturnos, valiéndose de sus agudos sentidos de la vista, el oído y el olfato. Mata a sus presas mordiéndolas con gran fuerza en la nuca o en el cuello. Sus poderosas mandíbulas perforan la base del cráneo de la víctima o les rompe las vértebras justo debajo de la base del cráneo. Como muchos felinos, el puma también acostumbra arrastrar a su presa muerta hacia un lugar oculto. Lo primero que hacen los pumas antes de comerse a su presa es sacarle totalmente las vísceras, enterrándolas a veces. En el norte de México, los pumas solían matar, además de venados, a borregos cimarrones (Ovis canadensis). En el sur, también hay que poner en el menú a jabalíes, agutíes, tepezcuintles, tejones, monos y venados temazates.
A pesar de lo que digan los ganaderos, el puma no se mete con las vacas si en el monte encuentra venados. Si estos escasean, entonces comienzan los problemas, pues el puma puede causar serios destrozos al ganado. Es una situación similar a la que vivieron el lobo y el oso: la alteración de su hábitat por parte, muchas veces, de los mismos ganaderos, al cazar inmisericordemente la población de venados, hace que los depredadores vuelvan los ojos y las garras hacia vacas, caballos, cabras, borregos, cerdos y burros.
Como ya vimos, el puma es un animal sumamente adaptable y se encuentra a gusto en todo tipo de hábitats como selvas, desiertos, bosques, selvas y montañas. En México, a pesar de la destrucción del hábitat y de la caza furtiva, el puma se encuentra principalmente en los estados de Aguascalientes, Baja California Sur, Baja California, Coahuila, Chihuahua, Durango, Michoacán y Yucatán.
Podemos decir que, por regla general, los pumas no son peligrosos para el ser humano, prefiriendo evitarlo en lo posible. Así que un programa de repoblación de venado en México traerá como consecuencia lógica la supervivencia del puma, que está en mejores condiciones que el lobo. Por alguna razón, la fama del puma es buena, no así la del lobo, personaje malo de muchos cuentos y leyendas. Esto, por supuesto, no coincide con la realidad: el lobo no es una criatura “mala”. Hace lo que puede para sobrevivir en un medio ambiente perturbado o destruido por el hombre. En la misma lucha, aunque más favorecido, está el puma. De todas maneras, la difícil situación de los ecosistemas mexicanos y de sus otrora riquísimas poblaciones de flora y fauna exigen de todos nosotros tomar medidas verdaderamente profundas y transformadoras.