“Mente sana en cuerpo sano”. Quiero problematizar y generar un conflicto cognitivo en los lectores a colación de esta frase.
Esta frase la encontramos en la obra Las Sátiras del poeta romano Juvenal (vivió en los siglos I y II de nuestra era), y la cita completa dice así: “orandum est ut sit mens sana in corpore sano” (“hay que orar para que haya una mente sana en un cuerpo sano”). Y el destinatario de esta sentencia eran los jóvenes atletas, sí, los que pasan horas en gym, entre caminadoras, spinning, mancuernas y pesas; haciendo CrossFit, calistenia o yoga; entre espejos y selfies, dietas y ayunos. Chicas y chicos realmente fitness, con camisa una talla más chica para que luzca más ese bello cuerpo bien producido.
¿Qué les estaba recomendando Juvenal? Algo muy sensato: que rezaran, que oraran a los dioses. Porque no solo el cuerpo ha de ser bello, también lo ha de ser el alma. Sin esta idea -presente también en los antiguos griegos como Pitágoras o Platón-, no se comprende realmente el espesor de la frase. ¿Qué le falta a un atleta del cuerpo? Ejercitar también su alma. Para que sea fuerte, resistente, resiliente, alegre, templada, sobria, esperanzada, justa, mesurada, prudente, cultivada… La oración es un medio inmejorable para lograr estos fines. La oración es el gym del alma.
Sin oración, el alma se pone flácida, impotente, sin tono, triste, deprimida… El espíritu, a su modo, también tiene una musculatura que “hay que trabajar”. Los chicos atletas a los que hablaba Juvenal ya tenían un cuerpo sano. Lo que les faltaba era un alma sana. Y aquí entramos a un tema choncho, tal vez incómodo de tocar en estos días -lo mismo que era incómodo tratarlo en la roma imperial en que vivía el poeta Juvenal-.
‘Salus’, en latín, significa tanto ‘salud’ como ‘salvación’. Salud significa equilibrio y ausencia de enfermedad, significa bienestar integral, pero también alivio, socorro de la muerte, rescate de lo que está a punto de hacerse añicos. Un ‘cuerpo sano’ requiere una sana alimentación, ejercicio cotidiano, buenas posturas, higiene de los sentidos, descanso reparador… el etcétera todos lo conocemos porque vivimos en una era donde un ‘cuerpo sano’ es un deseo universal. Vivimos en una era donde todos perseguimos eso.
La otra ‘salud’ es la descuidada: el equilibro anímico y espiritual, la salud del alma, es decir, aquello que procura su salvación: la oración, la práctica de las virtudes, la gracia recibida por los sacramentos, el sacrificio, la generosidad con los pobres y vulnerables, el estudio asiduo de la Verdad revelada, la meditación de la Palabra, la contemplación de la belleza de la naturaleza y de la belleza del Misterio. Alma, en latín, también se dice ‘mens’. Mente no tenía, en el latín de aquél entonces, la connotación meramente cognitiva a la que actualmente hoy la asociamos. Incluso el mismo san Agustín, dos siglos más tarde, seguirá usando ‘mens’ en ese sentido amplio, equivalente a nuestro vocablo ‘espíritu’.
Y este siglo XXI, que es un siglo decididamente de culto al cuerpo, también es un siglo del olvido del espíritu. Por eso Juvenal es tan pertinente; sí, ese poeta pagano, en esa Roma tan peculiar en que le tocó vivir, tan llena de lujos y de “paz”, tan próspera a causa de la expansión imperial, de los tributos y de su ejército es hoy muy oportuno. Porque cuando el cuerpo está sano y las riquezas no faltan, se da la tentación de creerse invencible y poderoso, próspero y triunfador. Pero la oración nos hace conscientes de la distancia que aún tenemos respecto del Infinito. La oración nos posiciona en la existencia, por eso nos cura de la hybris (soberbia y arrogancia). Pero la oración no nos deja ahí, tirados en nuestra finitud y desvalidos, también nos acerca Al que salva, nos permite relacionarnos con la Fuente de salud.
¡Oh, qué sabiduría la de los paganos que nos recomendaban, desde hace dos mil años, que había que orar para tener nosotros un espíritu sano, sí, nosotros, esos que hoy procuramos un cuerpo sano!