La rebelión de los patos
24/11/2025
Autor: Dr. Juan Pablo Aranda Vargas

En días pasados leí, con tristeza y pesar, que una queridísima profesora mía en la Universidad de Toronto se encuentra metida en una grave crisis mediática, tanto, que actualmente fue puesta en leave, sus clases canceladas y su futuro puesto en interrogación. Mientras peleaba en X sobre lo que ella considera la atrocidad que implica no reconocer el genocidio en Palestina, dejó escapar un comentario que prendió las alarmas de la policía del pensamiento. Debo ser prístinamente claro, para que no caiga sobre mí, también, la guillotina del pensamiento sanitizado: el comentario que hizo mi profesora fue tremendamente imprudente y excesivo, jamás debió haberlo hecho, y ese error le costará incluso su trabajo. Su comentario fue este: “Shooting is honestly too good for so many of you fascist c***s”. Lo que alimentó la rabia de algunos fue que dicho comentario surgió dos días después del asesinato de Charlie Kirk—asesinato que, también hay que decirlo, fue ruin, nunca suficientemente condenable y deleznable a todo el que se precie de creer en las sociedades libres. Estallada la bomba, mi amiga se apresuró a aclarar que su comentario nada tenía que ver con el asesinato de Kirk, sino que se refería al conflicto en Gaza. Por supuesto, nada importó y hoy se encuentra en vilo.

Ya lo he dicho, pero lo repito para oídos distraídos. No me interesa defender el dicho de la profesora, y estoy convencido de que no debió haber dicho eso, que cometió un claro error. Lo que me interesa tiene que ver con lo que no estamos viendo en esta pintura, con el nivel de hipocresía de nuestra sociedad actual.

Porque nuestra sociedad es una sociedad amordazada, ya por el miedo a una muerte violenta—¡dónde estás, Thomas Hobbes, patrono del absolutismo!—ya por el miedo a ser reducidos a polvo y ceniza por la aplanadora de una opinión pública que no perdona nada, una fuerza irresistible a la que basta un error para destruirte de inmediato, sin procesos ni comparecencias, sin segundas oportunidades, sin piedad ni clemencia. Opinión pública que, por otro lado, celebra, justifica, promueve, defiende y entroniza la estupidez como lo mejor que nos ha pasado en la historia humana.

Ah, pero eso sí, vivimos también en una sociedad donde un poderosísimo presidente, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha sido vinculado con uno de los agresores sexuales más infames de nuestra época, puede ser denunciado por comprar y silenciar prostitutas, puede haber sido condenado por delitos, y no obstante pasearse por el mundo con porte de hombre de negocios, sin que nada lo toque, nada lo turbe.

Porque nuestra sociedad es una donde tenemos miedo a hablar en países donde la libertad de expresión se va haciendo ovillo hasta casi desaparecer, presa de gobiernos cada vez menos democráticos, que han abandonado las buenas formas de la libertad para abrazar los mantras que nos enseñaron las madrecitas mexicanas: “Porque lo digo yo”, y “te callas o te doy otro”.

Ah, pero eso sí, vivimos también en una sociedad donde los políticos son respetados hasta que se demuestre que ya no hay forma de seguir manteniendo las mentiras, y por ende es necesario poner en el poder un nuevo rostro, menos desgastado, una nueva marioneta que permita que el perverso modus vivendi en el que vivimos se mantenga.

Porque vivimos en sociedades donde los ciudadanos son meros individuos, los servidores públicos patanes dictadores, las empresas cuevas de ladrones, las carreteras pruebas de supervivencia, las universidades fábricas, los templos casas abandonadas, las familias cuartos mudos, los tribunales centros de tortura, las cámaras legislativas manicomios, los espacios públicos campos minados, la salud mental una mala broma y la felicidad una cruel promesa.

Ah, pero eso sí, son nuestras sociedades también prístinos centros comerciales donde las mónadas hacen día a día simulacros de felicidad y bienestar, torciendo los labios para mostrar una fingida sonrisa que, no obstante, parece más la mueca de quien contempla el fondo de la boca del infierno; comprar para seguir comprando, para no sentir, comprar como dulce anestesia, como el delicioso soma de quien ya no quiere vivir en esta vida pero todavía no quiere morir, y por eso necesita un nuevo mundo, un mundo feliz, una intoxicación diferente para soportar la miseria en que se ha convertido la vida.

Vivimos en un mundo de complejas contradicciones, donde las escopetas tienen pánico a esos patos que, después de haber leído Animal Farm, decidieron que era su momento, cubrieron sus plumas con trajes de diseñador, hicieron gárgaras con whisky y se lanzaron a la conquista del mundo, aplastando a todo el que se atreva a soñar con libertad. Patos del crimen; patos del corrompido partido X, Y, y Z, de la transformación 1, 2 ó n a la última potencia; patos de la fraternidad fingida que busca traicionar en el primer momento de debilidad, patos cuya sonrisa es veneno; patos de los medios de comunicación que, lejos de comunicar, avanzan una agenda política, jugando el juego del malabarismo de las palabras, de la propaganda que no te encara, sino que te golpea por detrás; patos y más patos que hoy tienen al mundo en vilo, mientras las escopetas se encorvan, se ablandan, se hacen pipí del miedo.

Es correcto buscar que el lenguaje sea cada vez más respetuoso, liberal (en el buen sentido), tolerante, abierto y racional. Es correcto sancionar a quienes violan estos requerimientos. Pero no es correcto, nunca podrá estar bien que se castigue a unos por una violación de tamaño mediano cuando los grandes violadores, los violadores monumentales hacen fiesta y disfrutan del mundo mientras regalan sonrientes una seña obscena a sus sociedades, a quienes mantienen en estricto cautiverio, rehenes de sus enfermas pasiones.

A la normalización de la servidumbre voluntaria—¡qué fue de ti, Étienne de la Boétie, conciencia de las sociedades esclavizadas!—debemos oponer, ya, con urgencia, la extrañez social, el repudio y la descalificación. Y debemos comenzar desde lo más sencillo. Termino con algunas propuestas:

  • Realicemos investigación sobre las empresas globales con peores prácticas, con el récord más escandaloso de violaciones a derechos humanos (me viene a la mente, como relámpago, Nike, del impresentable Phil Knight), y hagamos campañas para boicotearlas pacíficamente. Que nadie compre a empresas que vulneren la dignidad humana.
  • Redoblemos nuestros esfuerzos, a través de Spes, por ofrecer talleres gratuitos a la ciudadanía: actualizaciones políticas y económicas, perspectivas globales, democracia, participación, igualdad, derechos humanos, y un sinfín de temas. Sócrates tenía un punto cuando decía que la ignorancia está en el origen del mal.
  • Arrastremos con el ejemplo. Hagamos realidad lo que ya se ha planteado. Recuerdo que nuestro rector pidió hace ya algo de tiempo eliminar por completo las botellitas de agua que coquetamente damos en todo evento. Bueno, ¡eliminémoslas! Hagamos lo mismo por un campus más seguro, un campus en salida que reciba a los estudiantes como una segunda familia, pero que, como segunda familia, exija cuidado y respeto al espacio y a los miembros que la conforman.
  • Olvidemos ya, urgentemente, la lógica federal y abracemos la lógica local; hagamos a un lado la perspectiva top-down y optemos mejor por los proyectos bottom-up. Hagamos realidad la exigencia del papa Francisco: no hagamos bien al prójimo más próximo a mí, al familiar, al amigo, al colega, sino vayamos al encuentro del otro. Intensifiquemos la participación de la universidad en programas sociales, hagamos vida la misión de la universidad en las calles, los pasillos y los salones, pero, más importante, en las zonas miserables, en los cinturones de pobreza y en los muchísimos sectores descartados de nuestra sociedad. Vayamos con Banco de Alimentos, con Cáritas Puebla y demás organizaciones y ofrezcamos no solamente participar un día, sino proyectos para potenciar su alcance. Pongamos a pensar a nuestros estudiantes en clave social.
  • No seamos cínicos ni juguemos el juego de la vulgar santurronería. Trabajemos y colaboremos con todo aquel que quiera poner su granito de arena por la construcción de un México mejor. Ningún partido político es pura maldad, ningún gobierno es solo perversidad. Trabajemos con gobiernos, legislaturas, jueces y con todo el que nos tienda una mano amiga, sin importar el color ni filiación, sin importar si se dice de izquierdas o derechas. Hagamos de la política el arte de generar bienes comunes en comunidad, carajo, es decir, todos juntos. Y hay muchos, más de los que a veces imaginamos, en el gobierno y en la oposición, que genuinamente quieren ver a México convertirse en un país potente, seguro, honesto y donde todos y todas vivamos dignamente, un México, como dijo Díaz Mirón, donde “nadie tendrá derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto”.
  • La participación política no es participación partidista. Repensemos la política, pero hagámoslo en serio antes de que más tragedias nos ocurran. Repensemos la economía, pero rápido, porque la desigualdad mata a miles cada día. Repensemos las sociedades, las familias, las universidades. Seamos universidad, y seámoslo en serio.

Atrevámonos a ser las voces que toda crisis necesita para encontrar su punto de inflexión. Y todo esto, queridos colegas, porque el tiempo es oro y, quizá como nunca en la historia de nuestro planeta azul, porque tenemos los días contados para hacer los cambios necesarios si queremos asegurar un futuro para nuestros hijos, nietos y todos aquellos que vendrán después.