El miedo: después de lograrlo todo… y fallar
25/11/2025
Autor: Dra. Eva María Pérez Castrejón
Cargo: Directora de Promoción UPAEP

Ser un colaborador eficaz y eficiente es una virtud que suele deberse tanto a la educación como al deseo profundo de crecer y superarse. Sabemos que, con trabajo, disciplina y constancia, es posible alcanzar casi cualquier meta. Sin embargo, cuando esta dinámica de éxito permanente se vuelve habitual, llegar a un momento en el que las cosas no resultan como antes puede generar una fuerte frustración. Aparece entonces un choque emocional: quien está acostumbrado a lograrlo todo se enfrenta, quizá por primera vez en mucho tiempo, a un obstáculo que no sabe cómo superar.

No siempre se trata de falta de humildad ni de desconocer lo que implican los caminos difíciles o las grandes crisis ya superadas. A veces, el verdadero dolor proviene de descubrir que la situación actual no es tan sencilla como se esperaba. El objetivo sigue siendo alcanzable, sí, pero requiere tiempo… y para quienes viven con un ritmo constante de éxito, aceptar esa espera puede resultar especialmente complicado.

Por ello, es indispensable ejercitar la reflexión y el pensamiento crítico: preguntarse qué se está dejando de hacer, qué ajustes son necesarios para volver a ser asertivos y cómo se puede avanzar para cumplir los objetivos sin perder el ánimo. Frases como “siempre puedo” o “todo es posible” deben mantenerse vivas, no como discursos vacíos, sino como narrativas auténticas que sostienen el espíritu. Los tropiezos, aunque tratemos de evitarlos, forman parte inevitable del crecimiento personal y profesional. Somos humanos: nos equivocamos; no somos perfectos.

Los logros, más que metas alcanzadas, deberían entenderse como experiencias que fortalecen el alma y afianzan la identidad tanto individual como organizacional. Cuando alguien que generalmente acierta finalmente falla, la caída también puede convertirse en una oportunidad: la de mirarse a sí mismo, reconocer límites, revisar motivaciones y redefinir la relación con el éxito.

No convirtamos los tropiezos en penas silenciosas. Confiemos en los equipos de trabajo, permitámonos el margen del error y sigamos buscando nuevas victorias. Los errores no son permanentes ni deben convertirse en costumbre. El golpe más duro no es caer, sino comprender que, quizá, no podremos levantarnos de la misma forma que antes… y, aun así, aceptar que eso también forma parte del camino.