Hace ya quince años que Julia Hobsbawm, autora británica en temas relacionados con el balance vida-trabajo, describió el flexibilismo como una actitud hacia el trabajo que pone a la confianza al centro de la relación laboral. Esta idea se soporta en aquellos esquemas que resultan cuando el empleador confía en que el empleado hará lo que le corresponde -sin necesidad de supervisión- y que no utilizará su ausencia del lugar de trabajo como pretexto para trabajar menos horas o desperdiciar el tiempo.
El fexibilismo efectivo demanda que se trate a los empleados como adultos responsables a quienes no es necesario contarles los minutos -ni las horas- que pasan en el lugar de trabajo, porque el enfoque está en generar mayor valor para las empresas, en lugar de únicamente cumplir con un horario presencial.
La idea del flexibilismo surgió con la crisis económica de 2008, una época de despidos masivos donde muchas empresas establecieron políticas de reducción de las jornadas de trabajo -y los salarios- para limitar el número de empleados en suspensión total de actividades. Ajustar el tamaño de sus plantillas les permitió enfrentar cambios en la demanda de sus productos o servicios y continuar operando, lo cual causó numerosos problemas. Sin embargo, los cambios dramáticos en el empleo tuvieron también cuestiones positivas, como la posibilidad de identificar ciertos beneficios del trabajo flexible, especialmente en cuanto a su potencial para reducir costos.
Además, muchos de quienes se vieron beneficiados por estas políticas desarrollaron relaciones más cercanas con sus empleadores y los niveles de compromiso con el trabajo se incrementaron de forma importante. Pese a la reducción de salarios, muchos empleados descubrieron el valor del tiempo libre como una forma de libertad.
Más recientemente, la pandemia de COVID-19 permitió redescubrir la libertad laboral y se le dio al tiempo un valor superior que al dinero. Sin embargo, en el contexto laboral no se alcanzaron niveles de confianza suficientes para permitir un flexibilismo permanente. Ante la incertidumbre sobre lo que harían los empleados en sus hogares, algunas empresas incluso comenzaron a utilizar software de monitoreo para asegurar que sus trabajadores estuvieran activos en sus computadoras durante el horario laboral, lo que fracturó la confianza existente.
La confianza es el desafío humano más importante y una forma de afrontar la incertidumbre y la fragilidad; es fundamental para desarrollar relaciones; constituye el cemento que permite edificar sociedades y construir el desarrollo económico. Cuando hay altos niveles de confianza, las personas se sienten en paz y están más dispuestas a cooperar y colaborar. Por el contrario, cuando hay desconfianza, se dificultan todo tipo de relaciones y los esfuerzos de cooperación se diluyen.
Las relaciones basadas en la confianza y la empatía permiten ser sensibles a las circunstancias de todos quienes integran las empresas. Implican un respeto a la dignidad humana, a la vida personal y familiar, a las preferencias personales sobre el trabajo, las formas de organización y los deseos de espacios de descanso y de ocio.
Hoy más que nunca los empleados demandan un flexibilismo renovado; exigen una mayor confianza por parte de los empleadores, para tener la posibilidad de elegir las condiciones más convenientes para realizar su trabajo. No obstante, para lograrlo, se requiere de una nueva figura del trabajador de confianza distinta a aquella prevista en el derecho laboral mexicano. Es decir, un trabajador que asume responsabilidades de importancia, que se compromete con la empresa, que invierte sus capacidades en el desempeño de su función y que goza de autonomía para tomar decisiones, porque la única manera en la que la flexibilidad laboral puede funcionar es cuando existe una confianza recíproca entre el empleado y el empleador.
Hobsbawm ha asegurado que si el flexibilismo se convierte en la norma, la gestión tradicional basada en autoridad y control se convertirá en camaradería, condición que tiene un valor social de importancia. La camaradería tiene un impacto profundo en la creación de redes de colaboración y genera una cultura de trabajo donde la confianza fluye entre todos los miembros y hay un genuino disfrute de la actividad a desempeñar, lo cual resulta en mayor bienestar y satisfacción laboral.