La sonrisa de Ana
16/08/2024
Autor: Joselin Daned Contreras Maceda

Alas de la Memoria es un Espacio de Creación literaria de la Facultad de Humanidades a cargo del Mtro. Noé Blancas.

Este es el cuento ganador del Primer lugar en el 5to. Certamen de Cuento “Alas de la Memoria”, efectuado en noviembre de 2023.

Entro con cautela a la habitación, descalzo, con los zapatos en la mano. La oscuridad que envuelve el lugar me abraza y el silencio es mi mejor amigo:  me toma de la mano y me guía a través del recibidor, por la sala y a lo largo del pasillo. El piso (impecable) me espera con sigilo, aguardando a cualquier desliz, a cualquier sonido para delatarme y hacérselo saber a ella.

Viajo de puntas tocando las paredes y aguantando la respiración. Si me muevo un poco más, los muebles hablarán, me echarán de cabeza y no tendré a dónde huir, porque entonces ella estará en todos lados (sobre mi cabeza, pisando mis pies y columpiándose en mis brazos). Puede que se encuentre en cualquier lado: debajo del lavabo, entre los cuchillos de la cocina, descansando sobre la alfombra o incluso junto a la tostadora.

Llego con prisa, a salvo, a la habitación blanca y, deseoso, abro la puerta, relajo los hombros y me deslizo por el espacio. Entonces, sin motivo alguno, la luz de la lámpara se enciende y quedo expuesto. La luminosidad me marea y me desequilibra. Ella está sentada serena al fondo de la habitación, esperándome, con una sonrisa dientona en la cara. La reconozco, con terror, y corro hacia la puerta. La perilla, susurrante, me confiesa que está cerrada con seguro.

Con las manos temblorosas y las sienes sudadas, volteo, resignado. Ana me mira y yo la miro. Yo soy el juguete y Ana mi dueña, me hipnotiza, tira de mis cuerdas y me hace caminar hacia ella. Me espera con los brazos abiertos y el escote saludando. Me toma de la mano y tiemblo, me retuerzo y deseo gritar.

Ella me escudriña, recorre con sus manos mis brazos cansados y se pone de pie. Es más alta que yo, así que se dedica a acariciarme la cara, viéndome desde arriba. Me pasa los dedos por las mejillas y me hace cosquillas en la nuca. Embargado por su cariño, bajo la guardia y suspiro en sus brazos. Ana, de repente, carcajea. En seguida, me aprieta la garganta y mi corazón corre acalambrado. Me destroza los huesos y me empaña los ojos. Me levanta del suelo y me tira en la cama. Se sienta sobre mi pecho y, a horcajadas, me rasguña el cuello, desgarra mi camisa y grita, se burla, patea, me desnuda con la mirada, con una sonrisa socarrona en la cara.

Insaciable, me sacude los hombros, me escupe en la cara. Espera que yo reaccione, que me doblegue ante sus deseos, que me entregue en sus brazos y me enamore de ella. Finalmente, grito, lloro y me sacudo. Ana se entusiasma, se regodea y ríe a carcajadas. No está satisfecha hasta que ha visto lo peor de mí. Gritos guturales y sollozos desesperados llenan el cuarto y me lleno de vergüenza. “¡Me ahogo, Ana!” confieso. “Me quitas la vida, me inhalas y me escupes, me masticas, me digieres, me vomitas, me marchitas y me dueles”.

Pasados unos minutos Ana ha dejado de torturarme. Duermo, anestesiado, después de dar mil volteretas encima de la cama. Un sueño completo me noquea y no abro los ojos hasta el amanecer. Despierto con el brazo entumido y los hombros acalambrados, con los ojos ardiendo y las piernas cansadas. Luego pienso que posiblemente en mis sueños echo a correr: y me escapo de la cama, del cuarto, de la casa. Porque ahí sí lo puedo hacer, y si quiero saltar, lo hago, y si quiero volar, lo hago, y si quiero dejar de llorar, lo hago.

El día parpadea desde la ventana. El techo es blanco y las persianas bailan. Escucho mi respiración y mis latidos, acaricio la sábana con la punta de los dedos y las palmas de la mano me sudan. Si no me muevo, no existiré, si no me muevo, no la veré. Pero Ana sigue ahí, observándome desde su silla junto a la cama. Me ofrece una sonrisa que me calienta los huesos y me deshace las entrañas. Me estudia en silencio y descubre mis pensamientos. Se enternece con mis miedos y terrores y me abraza como una madre.

Ella sabe que sé su nombre: me conoce, estudia mis movimientos y por eso desea poseerme. Porque soy débil, dice ella, porque yo no puedo, dice ella, porque sin ella no soy nada. Sé que se siente atormentada por mí, aterrada de mis decisiones, porque yo la creo y ella me responde. Ella vive en mi mente y se alimenta de mis terrores.

Ana me levanta, me viste, me calza, me plancha la camisa y me sacude el abrigo. Se deshace de las bolitas en mis calcetines y lustra mis zapatos. Me lava los dientes y me sangra las encías, me peina y me lleva a la puerta de la entrada. Se viste frente a mí, con su vestido liso y sus zapatos de charol rojos. Su manicura perfecta tiene restos de mis lagañas, que me quita para que no recuerde mis sueños y siempre regrese a ella. 

Ana me abraza, me acicala y me besa la frente. Me peina y me lleva a la puerta de entrada. Y salgo de la casa, de mi mente que me atrapa, porque ahí se esconde Ana: debajo de mis miedos y en la soledad que me abraza. Yo soy el enfermo y Ana es la enfermedad, ansiedad que me llora en el pecho y me controla la vida, que me tira al piso y me patea, que estalla en mi cara y me araña de vuelta. Ana, dulce y sátira Ana, ideación mía, creación de mis entrañas.