Se comió el libro de cuentos. Seguía hambriento.
Entonces mordió el libro de poesía hasta terminarlo.
Se continuó con los tomos de la enciclopedia, con el diccionario, con la agenda telefónica, los periódicos.
Comió los libros de literatura infantil y sólo algunas palabras no entraron a su boca al caer como migajas al suelo.
El devorador de libros desapareció toda historia sin dejar rastro de ella.
Ahora es una biblioteca ambulante.