Alas de la Memoria es un espacio de creación literaria de la Facultad de Humanidades a cargo del profesor Noé Blancas.
Ha caído la casa donde nació mi madre.
Más de medio siglo, quizá un siglo, estuvo
al final de la calle o al principio,
de pie, junto a un blanco pozo de agua
que cavó mi abuelo Filiberto, y compartía
con cada pariente en San Juan Mina.
Y yo, que no he tenido casa nunca,
sé que también se ha derrumbado
parte del tronco que antes de mí existe.
Mas mi madre no llora. No maldice
la creciente que derribó la casa
donde nació. Quizá en el fondo sabe
que ahora su casa está junto a mi padre,
que le edificó en su corazón una vivienda
digna, y en ella se llenan sus recuerdos
de luz y de sabores que el mundo desconoce;
de olores que en su mesa se adivinan,
donde la salsa y el pan y las pepitas
de calabaza doradas no se agotan.
Se fue mi abuelo File al campo un día:
—¿A dónde vas, don File?
—Al bajial, a hacer adobe,
pues quiero hacer mi casa.
Y otro día se fue al Cerro del Águila
y trajo el maderamen. Y mi abuela
Victoria surtía su guanchipo
de gorditas de manteca y de judío.
Y, cantando, y también emborrachándose
de contento,
él, junto a los vecinos, construyeron una casa.
Ahí nació mi padrino Soledad,
también tío Pedro,
que murió en un pleito –fue el primero
que aquí lo velaron.
Y nació también el tío Martín.
Luego mi madre.
Y la tía Chema,
y la tía Florentina, que es maestra;
y Raymunda, que no dejaba nunca de reír,
y que murió hace poco, en la pandemia.
Y Alejandrita,
que se murió chiquita,
cuando la espantó el chivo.
Y muchos años después, aquí también
mi abuela Victoria, rodeada de sus nietos,
murió. Y también aquí en el corredor la velaron.
Y también aquí lo velaron a mi abuelo
Filiberto, que murió una madrugada,
en su cama, como los hombres buenos.
Hoy ha caído la casa donde nació mi madre.
Su parota, no obstante, a medio patio
sigue de pie, de verde y olorosa,
erguida, como abuela que fue un día nieta alegre.