El P. Alberto Anguiano reflexionó sobre la crisis de la paternidad en la actualidad. La fe ofrece un camino para sanar vínculos y renovar el sentido del amor paterno.
Dentro de los trabajos de las VII Jornadas de Teología “Credo II: creo en un solo Dios Padre”, el P. Alberto Anguiano García ofreció a los asistentes la conferencia inaugural titulada “Nicea bajo sospecha: la hipótesis sobre el concilio del Padre”, en la cual señaló que hablar de paternidad en el mundo contemporáneo no resulta una tarea sencilla.
Lo anterior lo atribuye a que las transformaciones sociales, la creciente fragmentación familiar, la presión laboral y la constante influencia de los medios de comunicación en la vida cotidiana han alterado profundamente la relación entre padres e hijos.
Anguiano García afirma que la figura paterna, en muchos contextos, ha perdido claridad, ya que en ocasiones se percibe distante, autoritaria, ausente o emocionalmente desconectada. Y cuando la imagen del padre terrenal se presenta distorsionada, a la par se dificulta concebir a Dios como un Padre amoroso y cercano.
No obstante, la tradición bíblica —y en particular el mensaje del Evangelio— ofrece herramientas para superar estas limitaciones, al invitar a mirar más allá de las experiencias humanas y redescubrir lo que verdaderamente significaba ser padre. Anguiano mencionó que Jesús mismo utilizó la figura del padre para revelar el amor de Dios, al subrayar su bondad, generosidad y cercanía. “Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a quienes se las pidan!”.
Esta comparación no busca idealizar a los padres humanos, sino destacar que el amor de Dios superaba ampliamente cualquier modelo terreno. En Él, no existe abandono, indiferencia ni dureza sin sentido. Su paternidad se manifiesta en el cuidado constante, la misericordia, y sobre todo, en el don más grande: su propio Hijo, ofrecido para la salvación de la humanidad.
Anguiano resaltó que el contexto actual se encuentra marcado por una crisis de vínculos y una creciente desconfianza en las relaciones humanas, por lo que el rostro paternal de Dios puede aparecer como una luz necesaria; no como un ideal inalcanzable, sino como una invitación a sanar heridas familiares, reconciliarse con la imagen del padre y descubrir en Dios una fuente inagotable de amor, confianza y sentido.