El estudiante de la licenciatura en Relaciones Internacionales relata cómo vivió su Misión en Kibera, África.
Todo comienza con un sí, sin duda una de las mejores experiencias en toda mi vida tenía que comenzar de esta forma, con un sí completo a Dios. Recuerdo la misa de envío que tuvimos la primera vez que íbamos a ir a la UIC; estaba mirando la Cruz y le dije a Dios “si realmente quieres que vaya de misiones ayúdame a conseguir todos los medios”, y así fue. El proceso no fue para nada sencillo, entre exámenes y la vida de universidad, nunca asimilé que en verano estaría en otro país, en otro continente, con otro idioma y con personas diferentes a mi compartiendo todo un mes. Personalmente creo que la belleza del mundo se encuentra en nuestras diferencias, en la identidad que cada uno tiene y que puede compartir con los demás, básicamente ese fue el trabajo que me tocó realizar en Kibera, Kenia.
El 22 de mayo me desperté muy temprano, tomé mi maleta, me despedí de mi familia y me dispuse a la mayor aventura de mi vida. La primera parada, y la más obligada, era visitar a María para que nos acompañará en esta Misión, Ella es la misionera por excelencia ya que ha participado en los momentos más importantes en la historia de la Iglesia, y siempre la ha acompañado en su peregrinar hacia la santidad. Una vez en el aeropuerto todo fue risas y alegrías, le puedo dar gracias a Dios que viaje con algunos de mis mejores amigos, y otros que después de un mes se convirtieron en ellos, siempre me sentí acompañado y protegido, no sólo por Dios y María, sino por mis compañeros que velaban por mi bien, y por la universidad que tanto nos formó y apoyó.
Es muy difícil resumir todo un mes en unas cuantas palabras, pero recuerdo mucho la primera vez que fuimos a visitar a los enfermos. Caminar por las calles de Kibera es algo sorprendente, es un mundo muy diferente y si no caminas con alguien local es un hecho que te vas a perder. Entramos a una casa de unos 5 metros cuadrados, lo único que había era una cama, dos sillas, una mesa pequeña y una puerta, curiosamente las situaciones de higiene o físicas no fue lo que más me sorprendió, sino ver la alegría con la que las personas nos recibían a pesar de no poder comunicar nos con palabras, la mirada bastaba para saber nuestro sentir el uno por el otro. En otra ocasión tuve la oportunidad de jugar voleibol con los jóvenes de la parroquia, fue impresionante la manera en que rápidamente me adoptaron y me consideraron su hermano, cabe señalar que llegamos a la final y la ganamos, he practicado este deporte por casi 6 años y nunca me había emocionado tanto por ganar un partido.
Una de las cosas que más me gustó de la misión es que no solo iba como misionero y representante de la Iglesia Católica, sino como estudiante universitario. Tuve la oportunidad de dar clases en una secundaria llamada “John Paul II”, fui maestro de historia, español, política y religión. Logré aplicar conocimientos de las Relaciones Internacionales y transmitirlos a jóvenes de entre 16 a 23 años, uno de los aprendizajes que más le agradezco a la carrera es que te ayuda a no tener prejuicios respecto a otras formas de ver la vida y la sociedad, en ocasiones uno no está de acuerdo con la forma en la que visualiza a la familia, a la mujer o ciertas costumbres que te hacen ruido, lo importante es ver con ojos de amor al otro, y compartir, mas no imponer, tu propia visión del mundo. Sin duda el tener la oportunidad de compartir lo que significa ser mexicano y tomarme una foto con nuestra bandera fue de las experiencias que más marcaron mi corazón.
Creo que no está de más decir que Dios se hizo presente durante todo el proceso, desde que fui por primera vez a la UIC, durante el viaje, la misión y el regreso, principalmente en las personas que con tanto amor nos acogieron y nos enseñaron a cocinar, a bailar, a cantar y a vivir de manera diferente la misma fe que compartimos todos los días. Estoy seguro que me llevó muchos más aprendizajes de los que pude dejar, pero si algo estoy seguro que dejé en Kenia, es mi corazón y un profundo agradecimiento y deseo de regresar nuevamente a misionar por allá.