Fernanda Espino Rangel (conocida como 'Nasieku' en África, que significa “la que llega a tiempo”) y estudiante de Medicina en UPAEP, comparte su experiencia transformadora en Mashuuru, Kenia, donde la misión de fe y fraternidad cambió su vida y dejó huella en la comunidad local.
Esta misión comenzó siendo un sueño que en mi mente parecía imposible y a la vez desafiante, pero estaba totalmente consciente que anhelaba la idea de salir al encuentro con el otro para poder compartir mi fe y dejarme enamorar por su manera de vivir la suya.
Desde pequeña he escuchado el llamado de Dios a las misiones y sin importar qué tan lejos tenga que ir, cuántas pruebas tenga que superar, cuántos retos pueda experimentar en el camino, siempre he dado ese SÍ y esta misión no iba a ser la excepción.
Un pilar muy importante en la misión fueron los Misioneros de Guadalupe, ellos son sacerdotes mexicanos que se destacan por su gran hospitalidad, generosidad y labor en todo el mundo, sin ellos está misión no hubiera sido posible; en lo personal estoy muy agradecida y sorprendida por todo el trabajo que hacen diariamente, ya que gracias a ellos existe una iglesia católica que día con día trabaja en comunidad.
La comunidad en la que me tocó vivir esta misión fue Mashuuru. Mashuuru, Kenia, es una comunidad rural que pertenece al condado de Kajiado y tiene frontera con Tanzania, en esta comunidad existen 44 tribus y tuvimos la oportunidad de poder convivir con la tribu Masai y Kamba. Algo que los hace únicos es la manera en cómo logran vivir su fe de la mano de su cultura, con los bailes, con la vestimenta, con los cantos y con sus accesorios, que al final, son parte de su identidad. Uno de los aspectos que más me impresionó de Mashuuru fue el respeto que se tienen todas las iglesias que existen dentro de la comunidad. Para mí fue algo nuevo el hecho de fraternizar a pesar de las diferencias.
El día 1 de la misión comenzó con la misa de los viernes de las niñas de la secundaria Eselenkei Supat; un poco antes de que comenzará la celebración, estaba ansiosa de poder vivir nuestra primera eucaristía en Kenia y a la vez, estaba con el corazón dispuesto a disfrutar uno de los tantos regalos que Dios tenía para nosotros. Es difícil expresar con palabras lo que sentí en este santo oficio al escuchar los cantos, al ver los bailes y ver la manera en que vivían su santa misa, sin duda, en ese momento supe que todo había valido la pena con tal de haberlas visto cantar y bailar.
Tuvimos la oportunidad de visitar diferentes escuelas, en donde logramos compartir una breve charla motivacional a los niños, compartimos bailes y cantos que fueron mágicos para nuestros ojos, ya que ver la emoción y alegría de los niños fue verlo a Él a través de ellos. Dentro de las demás actividades que realizamos fue visitar el hospital, vivir las misas de la semana y también las dominicales con los sacerdotes en parroquia y capillas, tuvimos la fortuna de poder vivir la visita canónica del obispo, acompañamos a los sacerdotes a la unción de enfermos, visitamos algunas bomas (casas) de la comunidad, experimentamos momentos de inserción con la comunidad y por último, una parte del equipo arregló computadoras de la parroquia y la otra parte nos encargamos de la creación de redes sociales del centro cultural Oltepesi, le enseñamos a Sision el manejo de ellas para que se le pueda dar un seguimiento.
Las personas en Mashuuru, África, son muy fraternas, alegres, sonrientes y generosas, pero sobre todo respetuosas, ya que a pesar de que no todos formamos parte de la misma religión o no compartimos las mismas creencias, sí podemos formar parte de una comunidad sana que convive, comparte un pedacito de sus corazones y puede ser auténticos como seres humanos.
Mucho se habla del éxito de un sueño, pero no se habla de todo el esfuerzo, trabajo, compromiso que hay detrás y que en esta misión se vivió de parte de todo el equipo para poder llegar a Kenia, por lo tanto, estoy muy agradecida con todo el equipo de lo que logramos formar en este recorrido, ya que sin ellos está misión no hubiera dado los frutos que dio.
Esta experiencia significó salir de mí misma completamente y dejarme guiar por Dios, por eso puedo decir que está misión cambió mi vida totalmente porque a pesar de conocer otras realidades, también pude sentir el amor de Dios en cada persona que conocí.
Mashuuru me enseñó que el lenguaje universal del amor son las sonrisas, que podemos compartir nuestra fe sin miedo a que nos juzguen, que podemos amar a nuestro prójimo con el amor que Dios nos enseñó y que podemos dejar una parte de nuestro corazón en otro continente.
Ashe oleng y asante sana mungu (muchas gracias, Dios).
Y les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” Marcos 16:15.