“El arte no es una pieza estática en una vitrina, sino un organismo vivo que cambia al ritmo de la sociedad”
En una conferencia cargada de metáforas, críticas y llamados urgentes, el académico François Vallée planteó que la verdadera responsabilidad humana comienza cuando dejamos de obedecer ciegamente la moral heredada y empezamos a cuestionar desde la ética.
El auditorio permanecía en silencio cuando el Doctor François Vallée, narrador oral, investigador y referente internacional en responsabilidad social, lanzó la frase que marcaría el tono de toda su conferencia: “La ética es desobediencia”. No era una provocación gratuita, sino la apertura de un análisis profundo sobre la crisis social, moral y ambiental que atraviesa el mundo, y sobre el papel que cada individuo juega en esa trama.
Para introducir su reflexión, Vallée recurrió a un cuento tradicional: la historia de una abuela que, al final de su vida, confiesa a su nieto que en su corazón viven dos lobos enfrentados. Uno simboliza la ira, la venganza y el resentimiento; el otro, la compasión, la empatía y la luz. Ante la pregunta de cuál de ellos triunfará, la respuesta es sencilla: “el que yo decida alimentar”.
Con esta imagen, el ponente invitó al público a pensar en la responsabilidad ética no como un mandato externo, sino como una elección íntima y diaria.
Vallée explicó que la moral es aquello que aprendemos en casa, el conjunto de normas y hábitos que permiten la aceptación dentro de un grupo. Es un sistema necesario, pero limitado: exige obediencia, continuidad y repetición. La ética, en cambio, cuestiona esas mismas reglas. Busca lo justo, lo universal y lo legítimo, incluso cuando eso implica contradecir lo aprendido. “La ética no obedece —sentenció—, la ética desobedece para elevar”.
Para reforzar su argumento, el conferencista evocó a figuras históricas que cambiaron el rumbo de la humanidad precisamente porque se atrevieron a romper con la moral dominante. Sócrates, Jesús, Buda, Gandhi, Mandela y Rosa Parks forman parte de ese linaje. Esta última, recordó Vallée, “transformó una nación con un simple pero firme ‘no’”, acto que sintetiza la esencia de la desobediencia ética: rechazar lo injusto aun cuando todos a tu alrededor lo aceptan.
El discurso avanzó hacia una radiografía del presente global. Vallée habló de las guerras vigentes, del desgaste emocional tras la pandemia y, con especial énfasis, de la crisis climática. Presentó datos sobre el calentamiento récord de los océanos y sobre la creciente dependencia del petróleo y el carbón. “Seguimos obedeciendo la moral del progreso ilimitado —advirtió—. Estamos atrapados en una idea que ya no funciona, pero que no nos atrevemos a cuestionar”.
Comparó la situación con cualquier especie en la naturaleza que, al romper el equilibrio de su ecosistema, entra en un proceso de autodestrucción. La humanidad, dijo, está justo en ese punto crítico.
Frente a ese escenario, Vallée propuso la necesidad de una tercera revolución ecológica, posterior a la agrícola y la industrial. No se trata solamente de administrar recursos, sino de reorganizar la presencia humana en el planeta de manera sostenible. “No basta con gestionar nuestros actos —explicó—; ahora debemos gestionar nuestros impactos”.
Hacia el final, mostró la imagen de dos hombres peleando en arenas movedizas, inspirada en una obra de Goya. Ambos se golpean sin descanso sin advertir que, con cada puñetazo, se hunden más. “Así estamos”, afirmó. Países, empresas, partidos políticos e incluso personas comunes sostienen luchas inútiles mientras el terreno se desploma bajo sus pies.
La conferencia culminó con una pregunta abierta, incómoda y profundamente ética:
“¿Para qué causa te toca desobedecer?”
Así, Vallée recordó al público que la ética no es un discurso académico, sino un acto valiente de responsabilidad. Y que, en tiempos como los actuales, quizá el gesto más necesario sea justamente el que menos enseñamos: atrevernos a decir no.
















