Descubriendo a Gabriel Marcel: la persona como vocación
10/09/2021
Autor: Roberto Casales García
Foto: Director Académico de Filosofía

Hace tan sólo unos años, motivado por mi afán de comprender la naturaleza misma del amor, un colega y un servidor nos dimos a la tarea de editar un libro que, en honor a la obra de Dietrich von Hildebrand, titulamos como La esencia del amor. Entre los capítulos que conforman este libro, tuvimos a bien el invitar a una profesora de la Universidad de Navarra, Julia Urabayen, cuya contribución a este proyecto se centró en el pensamiento de Marcel y en su caracterización del amor como respuesta. Debo reconocer que, en ese entonces, a pesar de que el texto me cautivó de muchas formas y de que gran parte de lo que ahí se menciona concuerda con muchas de las intuiciones que tengo al respecto, no me vi en la necesidad de profundizar en el pensamiento de Marcel, pues me encontraba un tanto absorto por el estudio de la filosofía de Leibniz, autor sobre el cual versan mis estudios de doctorado.

Durante todo este tiempo, comprometido con el estudio de la filosofía moderna, que ahora es parte central de mi investigación, nunca me imaginé leyendo a Marcel y mucho menos tratando de dirigir una tesis sobre su pensamiento. Confieso que me parecía interesante, pero que ese interés nunca pasó a más. No sé si sea por un vicio de mi formación o por una deficiencia personal, pero siempre me he inclinado más a estudiar a autores clásicos como Platón, Aristóteles, Leibniz y Kant, cuya filosofía me sigue pareciendo del todo pertinente para responder a muchos de los problemas que agobian a nuestra sociedad. Digo que es un vicio o una deficiencia, no porque crea que estudiar a los clásicos sea algo vicioso, sino porque esta misma inclinación me condujo a ignorar a autores como Marcel y Mounier, a pesar de que soy consciente, desde hace mucho tiempo, de mi afinidad con algunas de sus propuestas. Si decidí estudiar filosofía, en buena medida, es porque las grandes cuestiones existenciales –como el problema de la identidad personal y el del sentido de la vida- siempre han causado gran inquietud.

A pesar de que autores como Marcel centran su propuesta en el estudio y la comprensión de estas cuestiones existenciales –no en vano podemos caracterizar parte su propuesta como una “filosofía de la existencia”-, siempre me ha llamado más la atención el estudio de la metafísica y de sus grandes referentes clásicos. Tanto los Diálogos de Platón, como la Metafísica de Aristóteles o la Monadología de Leibniz, siempre me han parecido textos fascinantes y no creo, sinceramente, que eso vaya a cambiar nunca. Pero debo reconocer, y de alguna forma confesar, que la lectura de Marcel me ha cautivado por completo y que, por ende, me veo totalmente seducido por su obra, al grado de pausar la lectura y el estudio para redactar estas breves palabras y compartir con ustedes mi profunda admiración por su pensamiento.

Reconozco que me ha pasado algo semejante a lo que le pasó a Fichte respecto a la obra de Kant: trabajando como tutor privado, uno de sus estudiantes le solicitó que le explicara las tesis principales del filósofo de Königsberg, razón por la cual, después de hacerse con algunas de sus obras principales, quedó totalmente absorto con su pensamiento, al grado que creyó ver en Kant muchas de las respuestas a sus inquietudes filosóficas. Si bien es cierto que todavía no soy plenamente consciente de la influencia que pueda tener Marcel sobre mí, admito no sólo que me he acercado a su obra por una razón semejante –un estudiante que me ha motivado a leer sus principales textos a fin de poderlo ayudar en la elaboración de su tesis de grado-, sino también que Marcel ha causado en mí una fuerte impresión. Confieso que mi primera aproximación a la obra de Marcel, a diferencia de lo que le ocurrió a Fichte con Kant o a Malebranche con Descartes, no fue tan afortunada: comencé por leer El misterio del ser bajo la creencia de que ahí encontraría lo que necesitaba para apoyar a mi alumno y, por más que le dediqué tiempo a la lectura y a la reflexión, confieso que el texto me superó por completo, no sé si fue por la forma en la que lo redactó, si fue por la traducción que usé, o si fue por mi falta de pericia y familiaridad con el autor, algo que frecuentemente me pasa. Sin embargo, algo diferente pasó cuando, tras suspender esta lectura, empecé a leer Homo viator: descubrí un Marcel con el que me veo profundamente identificado y que juzgo conveniente estudiar para atender a esas cuestiones existenciales que, de una u otra forma, nos acosan a todos.

Baste con mencionar dos de las tesis centrales del primer ensayo de esta obra, “Yo y el otro”, para mostrar por qué considero que Marcel es un autor importante para ahondar en cuestiones existenciales como «quién soy» y «cuál es el sentido de nuestra vida».  De acuerdo con la primera tesis, por más que no podamos concebir a la persona como algo ajeno al “yo”, “la persona no puede tampoco ser contemplada como un elemento o como un atributo del yo”, ya que “yo me afirmo como persona en la media en que asumo la responsabilidad de lo que hago y de lo que digo”. Mi existencia y mi ser, en efecto, no se agotan en adoptar una determinada pose ante los demás, como ocurre con aquellos que simulan o fingen preocupación por los otros, cuando en realidad lo único que buscan es alimentar su ego. Lo propio de la persona, en este sentido, consiste “en afrontar directamente una situación dada y, añadiría, en comprometerse efectivamente”, compromiso ante el cual “hay que responder que lo soy, al mismo tiempo, ante mí mismo y ante el otro”, en cuanto que esa “conjunción es precisamente característica del compromiso personal, que es la marca propia de la persona”. Esto significa que sólo “me afirmo como persona en la medida en que creo realmente en la existencia de los otros y en la medida en que esta creencia tiende a dar forma a mi conducta”.

La segunda tesis, íntimamente relacionada con la primera, radica en afirmar que la característica esencial de la persona es “la disponibilidad”, entendida no como vacuidad –como cuando decimos que un local “está disponible”-, sino como “una aptitud para darse a lo que se presenta”, donde la persona es vocación en el sentido de “ser una llamada, o más precisamente una respuesta a una llamada”. Acorde con esto último, no sólo me asumo como alguien que es capaz de responder por lo que dice y lo que hace, ante sí mismo y ante los demás, sino también como alguien que es llamado, requerido para responder por lo que dice y lo que hace, pues, como afirma Marcel, “depende de mí que esta llamada sea reconocida como llamada”. No es raro que Marcel, en este sentido, afirme que “el ser disponible se opone a aquél que está ocupado o saturado de sí mismo”, mientras que quien está disponible “está tendido hacia fuera de sí, dispuesto a consagrarse a una causa que lo sobrepasa, pero que al mismo tiempo hace suya”. Ambas tesis, si me lo permiten, apuntan a un mismo lugar: no podemos pensar a “la persona o el orden personal sin considerar al mismo tiempo lo que está más allá de ella o de él”.