Ética, política y medio ambiente (segunda de varias partes)
10/09/2021
Autor: Dr. Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
Foto: Decano de Ciencias Sociales

En esta colaboración seguiremos hablando de los criterios de la ética política, de los que analizamos los dos primeros. Un tercer criterio de la ética política es "la justicia acomodada al tiempo": el equilibrio más favorable de la justicia personal y objetiva que se puede alcanzar en una época determinada. Según Otto von der Goblentz, "...(la) ética política exige ante todo conocimiento. Actuar de forma adecuada al tiempo significa aprovechar las ocasiones del momento de tal manera que quede abierta la posibilidad de emplear de manera diferente las diversas oportunidades de un momento posterior, siempre con vistas a la libertad de los hombres y al cuidado de las cosas. Esto tiene vigencia respecto del estadista individual, que debe estar dispuesto a adiestrarse o a retirarse si ya no se utilizan sus dotes especiales. Tiene vigencia también para la colectividad en conjunto, que debe estar ordenada de tal manera que pueda cambiar oportunamente la dirección. Aquí radica el peligro: no se puede conocer jamás, con absoluta seguridad, lo que es justo en su tiempo. El tiempo, al igual que el espacio, proporciona posibilidades para la política. Pero al igual que el espacio adquiere su sentido político sólo por el hecho de que los hombres lo llenan de una manera completamente determinada, así el tiempo se convierte en historia sólo por el hecho de que los hombres lo aprovechan. Aquí se funde la ética del autodesarrollo con la ética de la labor al servicio de los demás, en favor de la colectividad. La mayor alabanza para el estadista no es la acción heroica o la obra poderosa, sino que ha encontrado y ha mostrado la dirección en que puede realizarse y transformarse constantemente el orden justo. La mayor alabanza de un pueblo es emprender decididamente y de manera constante esta dirección y transmitir a los nietos en un orden seguro y abierto la esencia comunitaria recibida de los padres.”

En la actualidad, la humanidad entera se enfrenta a graves problemas, cuyas causas y efectos rebasan ya con mucho las fronteras nacionales y que por lo tanto exigen la colaboración ineludible de todos a nivel mundial. El famoso "Club de Roma" identificó, desde 1991, en un documento llamado “La primera revolución global”,  los elementos críticos en donde grandes fisuras y conflictos adquieren un significado relevante: a) la creciente brecha entre ricos y pobres, que provoca que cada vez más personas tengan que vivir en condiciones infrahumanas; b) la creciente distancia entre aquellos que tienen acceso a la información y al conocimiento y los que carecen de dicha oportunidad; c) la discriminación por motivos étnicos y religiosos; ch) la distribución irregular de la justicia social en el planeta; d) la desigual distribución de derechos y obligaciones y de privilegios y responsabilidades; e) la desproporción entre crecimiento económico y calidad de vida;  f) el desequilibrio entre las necesidades materiales y las espirituales y g) la separación y el conflicto entre fe y razón.

El Club llegó a la conclusión -ante el carácter global o mundial de los problemas-, de que solamente la aceptación de una ética común a todos podrá asegurar la sobrevivencia de la humanidad. Además, casi ninguno de estos problemas es nuevo: lo que sí es nuevo es su dimensión global y su elevadísima peligrosidad nunca antes vistas. En este contexto, dentro de lo que ha sido llamado desde hace unos treinta años la “Problemática Mundial”, podemos distinguir fenómenos muy importantes e interdependientes: un crecimiento económico injusto, problemas alimenticios y ambientales, desperdicio de energía, etc. No todos los elementos de la problemática mundial afectan a los habitantes de este planeta por igual, aunque algunos, como los grandes problemas del cambio climático y de la destrucción de la capa de ozono, sí lo hacen. Ante las nuevas dimensiones de estos factores, las estructuras sociales y gubernamentales tradicionales se ven rebasadas, agravándose la situación debido a la profunda crisis moral en la que están envueltas: sistemas de valores que se derrumban, desaparición de valiosas tradiciones, falta de una visión global del futuro y expansión lenta y limitada de la democracia en el mundo, incluyendo retrocesos.

Las soluciones y estrategias no deben buscar ser sólo eficientes, sino justas. Es por esto que el Club de Roma aboga por la necesidad de un principio ético que se fundamente en valores colectivos. Tales normas y valores deben ser la base de las relaciones internacionales e inspiración para las decisiones que se tomen, considerando la diversidad cultural y el pluralismo y el hecho de que el factor tiempo juega un papel cada vez más importante. Nos encontramos así ante tres ámbitos de la problemática mundial que requieren inmediatamente ser emprendidos: el primero tiene que ver con la paulatina transformación de la industria militar en una civil; el segundo, de mayor alcance, se refiere al tema ambiental, al calentamiento del planeta y al dispendio de energía (en este ámbito, cada minuto que se pierda atenta contra toda la humanidad); el tercer complejo es la política de desarrollo, en donde desafortunadamente ha sido notoria la falta de diálogo, comprensión y colaboración entre las naciones.

Aunque obviamente los tres ámbitos están fuertemente relacionados y ejercen una influencia mayor o menor unos en otros, vamos a ocuparnos por ahora del segundo: un ambiente más sano.

Es claro que los esfuerzos en relación con el medio se han centrado en aspectos muy limitados de la problemática ambiental, tales como el combate a la contaminación. En todo caso, pocas veces estamos ante una política ambiental preventiva, sino que parece que vamos corriendo detrás de los problemas. El alcance mundial de los daños al ambiente representa uno de los más impresionantes retos que la humanidad haya enfrentado en toda su historia, por lo que exige una sólida cooperación internacional que respete la dignidad de todos los pueblos y su derecho al acceso a los recursos naturales, como lo proclama el principio del destino universal de los bienes. En este sentido son necesarios cuatro niveles de acción: 1.- disminución de los niveles de emisión de bióxido de carbono a la atmósfera, lo que implica imponer límites al uso de combustibles fósiles. 2.- Reforestación de las regiones tropicales, fundamentalmente. 3.- Desarrollo y aplicación de energías alternativas. 4.- Conservación y uso eficiente de la energía.

La carga que esto significa debe repartirse de manera justa entre los países ricos y los pobres, y es claro que, para poder lograr estos objetivos, millones de personas en los pueblos industrializados deberán realizar grandes sacrificios para cambiar sus derrochadores hábitos de consumo. Es casi increíble que el gasto de energía en un hogar de Canadá o de Estados Unidos sea aproximadamente el doble que en Europa Occidental, tomando en cuenta que el nivel de vida es casi el mismo. El problema del cambio del petróleo por otra fuente de energía -como el gas natural- tiene también sus problemas, por lo cual es necesario que se hallen nuevas vías de cooperación entre gobiernos e industria. En cuanto a los pueblos "en vías de desarrollo", es evidente que su progreso constante trae consigo forzosamente un aumento en su demanda de energía, que por lo regular procede del petróleo; además, la extendidísima práctica de emplear leña como combustible en casa propicia el "efecto invernadero", por lo que también aquí requerimos de una eficiente política energética.

Las campañas de reforestación ayudan también a reducir las consecuencias de las emisiones de bióxido de carbono, pues se sabe que, a nivel mundial, un cuarto de dichas emisiones proviene de la destrucción de los bosques (a nivel de los países en desarrollo es la mitad, a nivel de Latinoamérica y de algunas regiones de Asia Suroriental, llega hasta los tres cuartos).La responsabilidad de reducir tan desastrosos efectos es de los países pobres y ricos en general, pues aunque los primeros no cuidan muy bien sus recursos, la depredación de los mismos obedece en muchísimas ocasiones a las necesidades de los segundos.