El dinamismo de los idiomas
27/09/2023
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Oratio certam regulam non habet: consuetudo illam civitatis, quae nunquam in eodem diu stetit, versat” (Séneca, Epistulae morales ad Lucilium 114, 13): “El idioma no conoce reglas fijas: las costumbres de los ciudadanos, que nunca se quedan quietas por mucho tiempo, lo cambian”.

Perdónenme mis fieles y amables cuatro lectores por haber comenzado, de manera inopinada, con un latinajo, aunque nacido de la cultivada pluma de Lucio Anneo Séneca (4 a.C. – 65 d.C.), el gran filósofo, escritor, político y orador romano. Esta breve pero substanciosa cita nos habla de algo esencial en los idiomas: su dinámica, su constante cambio, su permanente transformación. Esto se debe a que las lenguas son un fenómeno vivo en manos (o, mejor dicho, en boca) de miles o millones de personas, que, con el uso que den al idioma, lo moldean, lo configuran, a veces lo malinterpretan o lo maltratan, pero nunca lo dejan reposar, sino que lo someten a un cambio sin fin. Solamente descansan y no cambian las llamadas “lenguas muertas”, que ya se cuentan por miles. El latín, por ejemplo, se sigue hablando, pues es el idioma oficial de la Santa Sede, pero ya es una lengua muerta precisamente porque ya no cambia, al no haber hablantes nativos que lo vayan transformando, para bien o para mal, con el uso cotidiano “sin reglas fijas”, como citamos arriba al filósofo romano, oriundo, por cierto, de Córdoba, en Hispania.

Sin embargo, debemos decir que las palabras “vivo” y “muerto” no son muy adecuadas para referirnos a las lenguas. ¿En verdad está “muerto” el latín, cuando vive aún en todos los idiomas romances que se siguen hablando en América, en Europa, en África y en Asia, y que se siguen transformando? ¿Qué tan muerta está la lengua antigua nórdica, la lengua de los vikingos, cuando sigue siendo estudiada y admirada en Islandia y en las Islas Feroe? ¿En verdad está extinto el lenguaje de los visigodos, que dejaron un tesoro lingüístico enorme en Hispania, del que somos herederos? Pensemos en jabón, sala, guardia, guerra, burgo, albergue, ganso, tapa, ropa, blanco, robar, brida, dardo, esgrimir, espía, faltar, etc., y en una inmensa cantidad de nombres propios y sus consiguientes apellidos que siguen presentes en nuestra lengua española: Ricardo, Adolfo, Ramiro, Elvira, Roberto, Rodrigo, Beltrán, Bernardo, Guillermo, Gustavo, Gonzalo, Juárez, García, Heriberto, Blanca, Manrique, Adelaida, Amalia, Emma, Ernesto, Federico, Carlos, Carolina, entre muchísimos más. Esto significa que, en nuestra vida cotidiana, el idioma de los visigodos sigue presente y continúa transformándose, aunque no seamos conscientes de ello. 

Un caso muy interesante es el euskera, el idioma de los vascos. De origen desconocido, se le tiene por ser la lengua más antigua de Europa, con raíces que datan quizá del neolítico. Es probable, incluso, que sea descendiente de las lenguas que hablaban los habitantes que pintaron en las cuevas de Altamira, Lascaux y Ekain. Hasta donde sabemos, todas las demás lenguas que se hablan en Europa, pertenecientes casi todas a la familia indoeuropea y provenientes del este, son posteriores al euskera. Esto hace que esta lengua sea considerada como una “lengua aislada”, sin relaciones con ningún otro idioma conocido. Esta lengua tan antigua se sigue hablando cotidianamente, sigue transformándose y el número de sus hablantes marca incluso una tendencia al alza, lo que es doblemente admirable, dada la dinámica demográfica española que tiende a la baja.

La dinámica de las lenguas obedece a múltiples factores, como la educación, el lugar, la época, la moda, incluso el humor, las influencias de idiomas extranjeros, etc. Un caso en el que una palabra “humorística” se impone a la palabra “seria” es el vocablo español “caballo” (en francés “cheval” y en italiano “cavallo”). ¿Por qué decimos así, si en latín clásico es “equus”? (De ahí ecuestre y equitación, por ejemplo). Recordemos que nuestras lenguas romances no proceden del latín clásico de Séneca, Cicerón o Virgilio –que se hablaba y se escribía-, sino del latín vulgar –que sólo se hablaba-, que es el que empleaba la gente común cotidianamente. En esa lengua coloquial popular no se empleaba “equus”, sino “caballus”, que era un vocablo para designar a la bestia de carga, de tiro y de trabajo, no a la de montar, por lo que no es entonces de extrañar que fuese esta la palabra la que encontrase cabida en el idioma cotidiano del pueblo romano y que de allí pasase a las lenguas romances. Era una palabra con cierto sabor humorístico, como decimos hoy al referirnos, por ejemplo, a un “jamelgo”, para hablar de un caballo flaco y desgarbado. En donde, empero, sí sobrevivió el vocablo culto fue en “yegua”, que procede del femenino de equus, que es equa.

Cuando hablamos de la evolución y del desarrollo de los idiomas, un fenómeno que muchas veces se menciona para explicar ciertos cambios es la llamada “economía del lenguaje”, que significa que los hablantes tienden en general a preferir formas cortas a formas largas, es decir, palabras más cortas, como cuando decimos “tons” por “entonces”, aún sin querer, o “refri” por “refrigerador”. Sin embargo, esto no siempre es así: en ciertas condiciones socioculturales –como en los hablantes del latín vulgar y de las lenguas romances-, podemos preferir exactamente lo contrario: emplear palabras de mayor cuerpo fónico –es decir, más largas-, al contrario de lo que generalmente vemos en alemán o en inglés. Este fenómeno lo vemos en nuestros días, cuando preferimos palabras redundantes pero que son más largas y a las que atribuimos más claridad, expresividad y contundencia, como cuando decimos “prerrequisitos” (a veces mal escrito: prerequisito o pre requisito), siendo que un requisito ya es de suyo algo previo, por lo que el sufijo “pre” es totalmente inútil; también tenemos el barbarismo “aperturar”, en lugar de, simple y llanamente, “abrir”; o esa palabreja completamente inentendible e ilogica: “semiremolque” (sic.), así, con una sola “r”: ¿qué significaría el verbo “semirremolcar”? ¿Alguien podría explicarlo?

Es así que en el empleo cotidiano de la lengua es en donde se desarrolla su dinámica y su adaptación a nuevas condiciones, modas e influencias externas. Y en estas influencias de fuera están, particularmente, la de ciertos idiomas extranjeros, lo cual es lo más natural del mundo. Decía Johann Wolfgang von Goethe que el problema no es importar palabras extranjeras, sino incorporarlas bien a nuestra lengua. Tenemos que recalcar, que no es lo mismo, tanto en nuestros días como a lo largo de la historia, la lengua hablada por personas con un nivel educativo alto que personas con poca instrucción. En Roma y durante parte de la Edad Media se hacía tradicionalmente la diferenciación entre el habla de las ciudades (sermo urbanus) y la de los campesinos (sermo rusticus). No queremos decir que una sea superior a la otra, simplemente que no son iguales. 

Incluso en la vida universitaria vemos diferencias en el manejo del lenguaje, pues también aquí podemos hacer un mal uso del idioma, tanto por ignorancia, por intentar imitar a otras lenguas, como por creer que cierta palabra es más significativa, sin que contra ello funcionen argumentos ni admoniciones: se dice “ofertar” en lugar de “ofrecer”, escuchamos “la currícula” en lugar de “el currículo” o “el currículum”, desbaratamos el lenguaje diciendo “los alumni” (¡¡¡sic.!!!) en lugar de decir, sencillamente, “egresados” o “ex alumnos”, y así hasta el infinito y más allá.

En la actualidad hay alrededor de 6 000 lenguas diferentes en todo el mundo, aunque la tendencia desafortunadamente es a la baja, ya que las lenguas indígenas son cada vez menos importantes debido al empuje de la globalización, por lo que están desapareciendo gradualmente. Cada una de estas lenguas no constituye solamente un vocabulario, sino que es reflejo de una manera especial de ver el universo, de interpretarlo y de recrearlo. Con cada lengua que desaparece, perdemos también una parte considerable –a veces aún no explorada- de la cultura del ser humano. Con cada una de ellas se rompe una historia de cambios, de adaptaciones, de esplendor, de ocaso y de desaparición definitiva. En nuestro país esto es particularmente grave: si a fines del siglo XIX había unos cien lenguajes nativos (con sus correspondientes formas dialectales), hoy parece que quedan menos de 60, con tendencia a la baja. En América, los mayores “cementerios” de idiomas son los Estados Unidos, Brasil y Colombia. El mismo fenómeno se puede observar también en el continente africano, lo que en última instancia se debe a la colonización que comenzó en el siglo XVI en ambos casos. Alrededor del doce por ciento de la población mundial vive en Europa, aunque la diversidad de idiomas que se hablan en ese continente es extremadamente baja: sólo representa el 2% de todos los idiomas hablados en el mundo.