Hace unos días, el presidente Donald Trump y su Secretario de Defensa, Pete Hegseth, quien se hace llamar pomposamente “Secretario de Guerra”, convocaron a cientos de generales y almirantes destacados en todo el mundo a una reunión en una base de la infantería de marina en Virginia. La reunión tuvo lugar el martes 30 de septiembre; en ella, Hegseth, volvió a afirmar que las fuerzas armadas del país más poderoso del mundo necesitan un líder con experiencia en el frente de batalla para recuperar su poderío y dejar atrás el pensamiento “woke”. Y ese líder, por supuesto, es él mismo. Como ya hemos indicado en algunas colaboraciones anteriores, “woke” se refiere a las formas de pensar identificadas con políticas progresistas, de asistencia social, de aceptación de la pluralidad de la sociedad y de búsqueda de justicia social en un país tremendamente dividido. Los sectores conservadores y ultraconservadores de los Estados Unidos se refieren a esta forma de pensar de manera despectiva, por lo que actualmente casi siempre se emplea este vocablo de manera peyorativa.
Curiosamente, la experiencia que asume tener Hegseth y que lo califica para ser ese líder que las fuerzas armadas supuestamente reclaman se limita a un año de servicio en Irak y a haber sido mayor en la Guardia Nacional. El Secretario de Defensa sostuvo que los militares estadounidenses deben volver a fijarse en su apariencia, por lo que deben evitar estar gordos, tener barbas largas y el cabello desaseado; sin presentar evidencias, afirmó que en la última década se habían relajado las normas de presentación y de aseo en todo el ejército para cumplir cuotas raciales y de género arbitrarias, por lo que abundan los oficiales y soldados gordos y desaliñados.
Es interesante observar cómo una persona con una muy limitada experiencia militar dictaba sus deseos y órdenes a cientos de altos oficiales que, uno por uno, poseen muchísimo más capacidad y experiencia que Hegseth, a quien muchos consideran el Secretario de Defensa más limitado e impreparado que haya habido en las últimas décadas en Estados Unidos. Hegseth se ha caracterizado por estar en contra de la presencia de oficiales afroamericanos, de soldados homosexuales y de la inclusión de mujeres en las fuerzas armadas. Podemos decir que él sería feliz con el estado de cosas del ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, es decir, con las fuerzas armadas de hace 80 años.
Hegseth habló sobre la necesidad de restructurar a las fuerzas armadas estadounidenses, y señaló que la promoción de oficiales para cumplir supuestas normas raciales y de género ya no será posible. Eso se acabó, sentenció convencido, y añadió que es necesario introducir una nueva ética de guerra en los soldados de la potencia militar más impresionante del mundo.
Independientemente de que estemos o no de acuerdo con estas ideas -para las que no aportó ningún sustento empírico-, lo más preocupante que encuentro en su discurso es la idea de que los enemigos están en el interior de los Estados Unidos, por lo que las fuerzas armadas deben prepararse para combatirlos. Quien tenga dudas sobre esto debe dejar su cargo, les espetó a los generales y almirantes reunidos allí.
El hecho de haber mandado llamar a la cúpula militar completa, cuyos generales y almirantes se encontraban en todos los rincones del planeta, para hacerlos escuchar el discurso del Secretario de Guerra, como se hace llamar, y el de Trump, significó la erogación de muchísimo dinero, es decir, de millones de dólares. Y no los reunieron para hablar de aspectos estratégicos como, por ejemplo, de cómo enfrentar el creciente armamentismo chino, o cómo defender a Europa de la guerra híbrida rusa, o de la inclusión de la Inteligencia Artificial en ciertos sistemas de armas, o para discutir algunos pormenores de los escenarios más candentes en el mundo. No: los llamaron para decirles que deben estar delgados y rasurados, de que debe haber menos mujeres y negros en las fuerzas armadas y de que es imprescindible un nuevo ethos de guerra para enfrentarse a los enemigos internos de Estados Unidos. Recalco: Hegseth y Trump hablaron de los enemigos internos, es decir, dentro de los Estados Unidos. Los reunieron para hablarles, a los más altos militares de la potencia militar más grande del mundo, sobre cómo debe verse un verdadero guerrero, y cómo es necesario que obtengan más experiencia de combate (como si Hegseth y Trump tuvieran mucha). Así que ahora ya lo saben: se trata de volver a ser letales -pero nunca se demostró que ya no lo fueran, o cómo se mide eso-, de olvidar lo “políticamente correcto”, de olvidar los valores “woke”, la diversidad, etc.
Uno puede preguntarse si existe una relación de causalidad entre efectividad y letalidad, por un lado, y diversidad e integración, por el otro: ¿a mayor inclusión y diversidad, menor efectividad y letalidad? Si esta fue la idea, el flamante guerrero imberbe no la demostró. Esto es sólo el reflejo de la agenda política de Trump, que se dirige en contra de la corrección y de lo que suene real o supuestamente al pensamiento “woke”. De ahí que Trump y su pandilla se dirijan sobre todo a sus supuestos “enemigos” internos y los identifiquen en las ciudades gobernadas por el Partido Demócrata: San Francisco, Chicago, Portland, Nueva York, Washington, Nueva Orleans, Memphis, Los Ángeles…Dicen, además, que precisamente en esas ciudades la criminalidad y la inmigración ilegal están fuera de control y que las autoridades locales no funcionan. Por eso es que han enviado a la Guardia Nacional exclusivamente a ciudades demócratas y a ninguna republicana.
Los datos señalan que no es verdad que la criminalidad esté desbocada en estas ciudades; al contrario: en Washington, por ejemplo, la incidencia de actos delictivos ha venido descendiendo de un par de años a la fecha. Pero el hecho es que Trump manda a la Guardia Nacional a ciudades en donde no goza de la simpatía de la mayoría del electorado y escenifica allí todo un espectáculo de fuerza. A eso se referían Trump y su pelele Hegseth en la reunión con la cúpula militar: al combate contra los enemigos internos de Trump, no al combate contra los enemigos externos de Estados Unidos. Este es un cambio radical en el pensamiento y en la doctrina militar estadounidense. Y encima, ambos personajes amenazaron a los oficiales presentes abiertamente con despedir a quien no esté de acuerdo con esto; también dejaron libre el camino de la renuncia, aunque amenazaron a los presentes con consecuencias...
Entre los demócratas, las críticas al manejo de Trump de las fuerzas armadas han sido muy moderadas y, desafortunadamente, muy débiles. Entre los republicanos, los congresistas ya dejaron de existir como personas autónomas: todos, casi sin excepción, dicen que sí a todo lo que venga de la Casa Blanca. Entre los gobernadores demócratas hay más oposición que entre los congresistas demócratas, al igual que entre los gobernadores republicanos, que son más moderados que los congresistas, que ya se degradaron a ser vasallos de Trump. Por eso, el presidente escoge enviar a la Guardia Nacional a ciudades y estados en donde espera encontrar menos oposición, para que salgan las cosas como en California, en donde la queja legal del gobierno local tuvo éxito en los tribunales, que decidieron que Trump incurrió en un acto ilegal al enviar a la Guardia Nacional sin la anuencia del gobernador, lo cual no está permitido por la ley.
Volviendo a la cúpula militar, los altos oficiales que se reunieron con Trump y Hegseth en Virginia están ante una disyuntiva: si no están de acuerdo con las medidas del gobierno, pueden renunciar o pedir la jubilación, pero eso dejaría su puesto libre para ser ocupado con gente leal a Trump, quien, de todas maneras, ya despidió a muy altos mandos de las fuerzas armadas: al Jefe del Estado Mayor Conjunto, al jefe de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), al jefe de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA), entre otros.
La tradición militar de los Estados Unidos manda que los miembros de sus fuerzas armadas eviten en lo posible toda opinión personal en público sobre temas políticos, así que los generales y almirantes escucharon con “Pokerface” los discursos, como quizá hubiesen escuchado cualquiera otra pieza oratoria. No es de extrañar que, al final del discurso de Trump, en lugar de que la sala estallara en atronadores aplausos, como sin duda lo esperaba el presidente, se impusiera un silencio sepulcral.
En resumen: Trump y su secretario de guerra han convocado a la cúpula militar para conjurarla en contra de su propia población, pues las ciudades gobernadas por demócratas se convertirán en una especie de “campos de adiestramiento” para las tropas, que ayudarán a controlar posibles opositores al advenimiento de un régimen autoritario. Esto equivale a decir que Trump, aspirante al Premio Nobel de la Paz, le ha declarado la guerra a su propia población. Lamentablemente, cuando muchos de los electores que dieron su voto al actual presidente se den cuenta del callejón en el que se han metido, será demasiado tarde para volver atrás. Estarán ya en un callejón sin salida, en el callejón que conduce a la dictadura.