Mirar
13/10/2025
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Vicerrector de Investigación

Ver es la acción involuntaria de percibir algo con la vista, cualquier cosa que se nos presenta, en cambio, mirar es la acción querida y deliberada de dirigir la vista hacia algo. Para ver basta tener los ojos abiertos, para mirar, se requiere, además de los ojos, la voluntad. Por eso, tampoco son lo mismo “vista” que “mirada”.

Cuando miro, observo detenidamente, reparo en los detalles, contemplo. Puedo mirar una hoja de un árbol o a la luna, también a la pequeña hormiga transportar un pedazo de hoja de árbol hacia su hormiguero lo mismo que a la luna transitar por los amplios cielos. La mirada atenta engendra admiración y estupor. El espectáculo de la naturaleza nunca deja de fascinarnos.

También puedo mirarme a mí mismo. Observar con detenimiento mi andar y mis pensamientos al andar. Miro lo que he sido y lo que estoy haciendo de mi vida. Miro -con pesar y con alegría- mis años y todo lo que en ese tiempo he acumulado en la mente y en el corazón. Me miro en el espejo y observo las arrugas, que son las marcas de mi andar por este mundo.

Dentro del universo, que siempre será una alteridad para mí, encuentro otros-como-yo, personas, seres capaces de mirada y contemplación. Miro con atención su sonrisa, su andar, su prisa, su angustia, su fe, su ternura, su odio, su risa. Aún más fascinación encontramos en un semejante que en las galaxias. Nadie daría la vida por el planeta Júpiter, pero sí lo haría por un hijo.

A mi hijo, a mi padre, a mi esposa puedo mirarlos al rostro. Incluso puedo mirar que me miran. Si observo con atención sus pupilas, puedo verme en ellas reflejado. Mirándolos, puedo mirar que me miran y puedo mirarme a mí mismo gracias a que me miran. El “yo” se descubre en el “tú” cuando el “tú” se abre y deja mirar ante el “yo”. Más aún: si abrazo a mi mujer y miramos juntos a nuestro hijo, la miro, me miro, nos miramos… en los ojos de nuestro hijo que nos mira. El “yo y el tú” se descubren “nosotros” ante un tercero, ante “él” o “ella” que los mira. Así surge la comunidad.

Miramos. He ahí una de las grandes posibilidades albergadas en nuestra naturaleza. Miramos la realidad, somos comunidad que descubre, que busca, que inquiere, que va en pos de la verdad. Dentro de la realidad también estamos nosotros mismos. Por tanto, también podemos mirarnos. No para hacer de nosotros mismos lo definitivo, sino para reconocernos, valorarnos y vivir en paz. Sólo así nuestro mirar es uno, y puede, reconciliado, mirar el resto de la realidad y buscar su sentido.

Para el creyente, el Eterno también nos mira. Sólo que su mirar no es como el nuestro. El suyo es un mirar compasivo y misericordioso. No es el mirar del ojo del billete de un dólar, mirar de un Dios más juez y arquitecto, sino el mirar de un crucificado cuyo haz de luz penetra en mi mirada y la limpia, la habilita y le da dignidad. Mirar divino -gracia- que embellece toda realidad, incluso la realidad limitada y finita que intenta mirar su Mirada.