Un mundo de autócratas
14/10/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

“No soy un dictador, soy un hombre con sentido común”, dijo hace unos días Donald Trump. Sin embargo, al ver cómo el presidente agrede y socava las instituciones democráticas de su propio país, no nos extraña que exprese su admiración por autócratas como Xi Jinping o Vladimir Putin, quienes parecen estar firmemente asidos al poder. Ante este panorama, es comprensible que nos asalten las preguntas de qué significa para nosotros el ascenso de autócratas al poder y cómo se mantienen en él. Un aspecto posterior sería el reflexionar sobre cómo se pueden defender las democracias frente a este fenómeno mundial creciente.

Como ya hemos confirmado en esta columna que perpetramos con inusitada osadía cada semana, estamos en una época dorada de las autocracias en todo el planeta: en los últimos tres o cuatro lustros, el número de democracias liberales se reduce y el de las autocracias, particularmente de las de corte populista, aumenta. Pero, a diferencia de las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX, los regímenes autoritarios que se están instaurando en nuestros días gozan del fervor del electorado y cuentan con su franco apoyo.

Muchos de estos autócratas modernos están firmemente asentados en el poder: Xi Jinping está al frente de una de las naciones económicamente más exitosas de la historia, Putin emprende desde hace más de tres años una guerra contra la vecina Ucrania y ahora amenaza abiertamente a Europa, Recep Tayyip Erdoğan intentará volver a ganar las siguientes elecciones para continuar rigiendo los destinos de Turquía (lo que hace desde el 2003), Viktor Orbán se alza como la figura más importante de lo que él llama “democracia iliberal” y consolida el autoritarismo en Hungría -es decir, un régimen autoritario dentro de la Unión Europea-, Donald Trump no esconde sus deseos de mantenerse en el cargo, Benjamín Netanyahu sigue gobernando desde 2009 pese a sus crímenes y acusaciones y en México se ve muy lejana la fecha en que algún partido de oposición -porque los hay, aunque mis cuatro fieles y amables lectores no lo quieran creer- logre arrebatar el poder a Morena, y así podemos seguir engrosando la lista.

Si observamos algunos de estos casos, podemos darnos cuenta de que hay un denominador común -fuera de los ejemplos de México y China-: las modernas autocracias han emergido de la crisis económica de un régimen democrático. Putin, por ejemplo, apareció en escena después de una terrible crisis económica en la Rusia postcomunista: la privatización de las empresas estatales había sido un fiasco, se desató una corrupción galopante que produjo una oligarquía rapaz y el país se hundió en el caos. Putin logró resolver la situación y fortalecer las estructuras estatales y económicas, pero con el costo de eliminar cualquier elemento de democracia que se estuviese conformando en Rusia. Es decir: consolidó la economía rusa, pero cerró el paso al fortalecimiento de una democracia incipiente.

Podemos constatar que otros modernos autócratas también han sido económicamente exitosos por lo menos al principio. Erdoğan, al llegar al poder a principios del siglo XXI, se encontró con una economía en crisis, pero tuvo éxito en resolverla con sus reformas económicas y en poner las bases de una economía floreciente, que algunos no dudan en llamar “milagro económico turco”. Orbán también pudo resolver dificultades económicas y financieras que encontró cuando llegó al poder, lo que ayudó a fortalecer su figura y le permitió ir cerrando los accesos al poder por parte de los opositores.

La pregunta que podríamos plantearnos es acerca del paso de un régimen democrático -por muy incipiente que fuese- a uno autoritario, es decir, la transformación política del régimen. Esto nos hace ver que una democracia no se basa exclusivamente en que se celebren elecciones, pues las elecciones son quizá el fenómeno político más recurrente en el mundo, ya sea en democracias o en dictaduras, sino que hay otra serie de factores a considerar: no sólo debe haber elecciones, sino que deben ser elecciones libres; debe haber mecanismos para limitar y controlar el poder de los dirigentes, particularmente de los jefes de Estado o de gobierno; debe haber también un límite a los deseos de reelección de estos dirigentes, para evitar que se perpetúen en el cargo; además, es necesaria la existencia de instituciones y normas que protejan a las minorías y a quienes piensen de manera distinta al partido en el poder, siempre y cuando sean estos actores de naturaleza democrática; otro punto esencial es la existencia de un poder judicial autónomo, pues es generalmente el último reducto que protege a los ciudadanos de los excesos del gobierno o del Estado; las universidades deben gozar de libertades para pensar, investigar y criticar: el libre pensamiento es esencial para todo Estado de derecho y para toda democracia; así mismo, debe garantizarse la libertad de expresión, tanto para los ciudadanos como para la prensa y los medios de comunicación, y debe haber mecanismos jurídicos que protejan al ciudadano frente a abusos por parte del gobierno o del Estado. Y algo verdaderamente esencial: debe existir en la población y en los gobernantes una cultura política que favorezca a la democracia y a sus valores.

Por eso vemos que las autocracias siguen ciertos pasos que se asemejan a una receta: ¿contra quiénes se lanzan? Contra toda institución o contra todo actor que controle, limite o vigile sus acciones: órganos autónomos, el poder judicial, las cámaras legislativas, los medios de comunicación, las universidades, los partidos de oposición, opositores no partidistas, etc. Esto puede ocurrir de diversas formas: una es por medio de la substitución del personal, para colocar allí a personas leales, comprometidas con el autócrata y no con las instituciones democráticas; otra forma es eliminando dichas instituciones para que dejen de ser una amenaza para los objetivos del líder; y otra más es intentando que dichas instituciones o actores se plieguen a sus deseos (como la prensa, por ejemplo). Si esto no funciona, no dudan en intentar otras medidas, que en algunos casos llegan hasta el asesinato y el exilio de opositores, la amenaza, la difamación, la persecución por las autoridades tributarias, etc. Esto que estamos viendo en estos días en México y en Estados Unidos ya lo hicieron, con éxito, los autócratas de Hungría, Rusia, Turquía, Venezuela y Nicaragua casi desde su llegada al poder, en cuanto vieron que las condiciones estaban puestas para poder proceder contra dichas instituciones y personalidades “incómodas”.

Si existiese, entonces, una especie de “Manual del autócrata exitoso”, estos pasos deben estar en el índice, pues son una especie de receta o de libreto: hay que erradicar a toda institución o actor que limite, controle o critique el poder del dirigente y que estorbe su permanencia indefinida en el cargo.

Al éxito económico inicial del autócrata -que, por supuesto, le acarrea el favor de los electores, por lo menos al principio- sigue, lamentablemente, la llegada paulatina de malos resultados en la economía. Para cuando eso ocurre, ya es difícil para los electores dar marcha atrás, pues el régimen autoritario ya es demasiado fuerte como para poder ser vencido por vías legales y pacíficas. Estos malos resultados en la economía descansan generalmente en la naturaleza misma del régimen: el autócrata está por encima de las leyes y por lo tanto puede tomar decisiones sin ningún freno ni límite; entonces, cuando estas decisiones en materia económica son correctas, todos están contentos, pero cuando no lo son, no hay manera de cambiarlas o frenarlas. Además, otras medidas autoritarias tarde o temprano repercuten en la economía, como la fallida invasión rusa a Ucrania, que tiene a la economía rusa al borde del abismo. En Venezuela, los esfuerzos por instaurar una economía socialista han conducido al país a la ruina.

Además, el autócrata tiene un natural temor a retirarse del poder, a jubilarse, escribir un libro sobre sus memorias y experiencias y disfrutar de sus nietos, pues puede ser que sea llamado a cuantas por lo que hizo cuando estaba en la cúspide, aún si deja a algún personero o seguidor dócil en el cargo. Esto ocurre si su sucesor tiene que enfrentarse a las consecuencias de los errores atribuibles al déspota, pues podrá llegar el momento en el que tenga que decidir si se salva él a costa del viejo autócrata o si se inmola él mismo para salvar al viejo caudillo. Por eso los autócratas tratan de mantenerse en el poder todo el tiempo posible. Aquí en México, es sabido que el expresidente López trató de prolongar su mandato, pero no le fue posible. Y Trump ya ha hablado de su deseo de mantenerse en el poder aún en contra de lo que la Constitución establece.

Así que entonces al autócrata no le queda otra opción que mantenerse en el poder, lo que acaba convirtiéndose en una trampa de la que, aunque quisiera, ya no puede salirse, para desgracia de todos.

Para terminar, una excelente noticia que nos alegra la vida a todos los demócratas del mundo: María Corina Machado Parisca, lideresa de la oposición venezolana, fue distinguida con el Premio Nobel de la Paz.

Sólo los autócratas están de mal humor. Malo, muy malo, que la Presidente Sheinbaum se abstuviera en su conferencia de hoy, en dos oportunidades, de felicitarla. Al buen entendedor, pocas palabras...