Trump y Venezuela: la política como espectáculo
29/10/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Ya conocemos a Donald Trump: ya sabemos que le encantaría ser llamado “Donald I de América” (“Donald I de Estados Unidos” no se oye tan bien), estamos enterados de su inocultable deseo de ganar el Premio Nobel de la Paz y de pasar a la historia como un magnífico hacedor de la paz, conocemos de sus irrefrenables ansias de obtener triunfos rápidos, hemos leído que rápidamente pierde interés en asuntos demasiado complejos o que se resisten a sus análisis y soluciones simplistas y hemos sido testigos de sus súbitos cambios de opinión y de que generalmente le hace caso a la última persona con la que ha hablado….

Lo que muchos se preguntan -quizá también mis cuatro fieles y amables lectores- es por qué ha escogido Trump a Venezuela y a su dictadorzuelo Nicolás Maduro como sus enemigos de cabecera, al grado de que la armada estadounidense ya ha hundido algunos botes frente a las costas del país sudamericano que presumiblemente trasportaban drogas. Se habla incluso de que en la Casa Blanca están pensando bloquear los puertos venezolanos o incluso invadir al país. ¿Qué consecuencias podría traer consigo una aventura militar de esta envergadura? ¿En qué problemas se metería Corina Machado en caso de una invasión estadounidense a su país?

En Venezuela, en estos días, predomina una atmósfera de relativa tranquilidad, aunque muchas personas están preocupadas por lo que pueda emprender Trump contra dicha nación sudamericana; otras más sueñan con la posibilidad de que, como consecuencia de una invasión gringa, el régimen de Maduro caiga. Así que hay una mezcla de sentimientos y de deseos en la población. Sin embargo, hay que subrayar que los medios de comunicación en ese país otrora próspero están bajo control del Estado; los que aún son independientes sufren bajo una férrea autocensura, producto del miedo frente al régimen autoritario, que ha sido exitoso en imponer una narrativa a su modo. Es por eso que mucha gente está confundida y no sabe qué decir ante las amenazas de Trump, a quien poco le importan las condiciones antidemocráticas que encontramos en Venezuela, sino aparentar una férrea lucha contra las organizaciones de narcotraficantes que “envenenan a la juventud estadounidense”.

Sin embargo, aunque en esta columna que perpetramos con singular alegría cada semana estemos decididamente en contra de regímenes dictatoriales como el de Nicolás Maduro, tenemos que señalar que las afirmaciones de Trump son totalmente falsas; son, hasta donde podemos averiguar, contrarias a la realidad. Que el presidente Maduro esté al frente de una especie de cartel de narcotraficantes y criminales que se extienda hasta los Estados Unidos, con el macabro objetivo de envenenar a la inocente juventud de ese pobre país es una verdadera locura. Ciertamente podemos decir que el régimen de Maduro se ha enriquecido solapando a criminales, narcotraficantes y contrabandistas de todo tipo, pero la idea de que Maduro controle toda una red de generales y oficiales que controle el contrabando de cocaína hacia los Estados Unidos con el ánimo de derrocar al gobierno estadounidense es verdaderamente absurdo.

En realidad, la cocaína que la “sana” juventud en Estados Unidos consume con pasión proviene casi en un 90% de Colombia; mucha pasa por Venezuela, es cierto, pero el camino hacia el coloso del norte no pasa por el Caribe, sino por Centroamérica. La ruta por medio de botes no es muy práctica. Sin embargo, Trump no tiene empacho en mandar a sus buques dispararles a los botes que presuntamente llevan drogas, sin importarle que los tripulantes puedan ser inocentes y que dichos botes se encuentren en aguas internacionales. Según lo que determina el derecho internacional, el empleo de la fuerza es sólo justificable como último recurso o si se desprende que pueda haber un inminente ataque contra las fuerzas policiacas o militares. Además, si en verdad Trump desea combatir el contrabando, esos tripulantes valen más vivos que muertos, por la información que puedan aportar. Si los eliminan y destruyen los botes, no hay pruebas fehacientes de que en realidad hayan sido delincuentes, por lo que ahora los criminales serían los gringos.

Aquí podríamos preguntarnos si Venezuela, con sus reservas petroleras y su gobierno socialista, sería el blanco perfecto para un personaje inestable y peleonero como Donald I. Quizá sí. No olvidemos que una parte de la oposición venezolana, durante años, ha intentado convencer a Estados Unidos de que intervenga, argumentando que Venezuela, como dictadura, viola los derechos humanos y representa una amenaza. Esto resonó en muchos políticos estadounidenses, como el Secretario de Estado Marco Rubio, quien tiene un poquito más de convicciones democráticas que su jefe, aunque se cuida mucho de externarlas, no sea que pierda su trabajo.

El tema del narcotráfico proveniente de Sudamérica también relacionado con las políticas de Trump y su retórica antiinmigrante: ya durante su primer mandato, habló de México y de cómo construiría un muro. Ahora Venezuela es el centro de atención porque encaja en su narrativa de "narcoterrorismo" y de peligrosos migrantes latinos que buscan socavar a la civilización estadounidense. Trump combina incidentes individuales con una narrativa de venezolanos que "inundan" y “enferman” al país, lo cual resulta políticamente útil para justificar medidas migratorias más severas.

El Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado, la lideresa de la oposición venezolana, atrajo aún más la atención sobre los acontecimientos en el Caribe. El hecho de que ella haya recibido tan elevada distinción fue una sorpresa, pues había cientos de nominaciones y Trump deseaba recibir el premio con toda su alma. El Comité del Nobel citó las actividades de Machado, sobre todo las del año pasado, para justificar su decisión de premiar a una luchadora por la democracia. Machado, recordémoslo, apoyó a un candidato substituto a la presidencia porque a ella se le había prohibido registrarse como tal. De todas maneras, la lideresa de la oposición sigue siendo ella.

En este contexto de la campaña de Trump contra Maduro, Machado queda en medio, como una figura desafortunadamente ambivalente. Sin su energía y liderazgo, es cierto, la oposición no habría ganado las elecciones, aunque Maduro no lo reconozca. Ella es valiente y permanece en el país a pesar de ser acusada de traición; en cualquier momento podría ser arrestada por los esbirros del régimen. Pero está dividiendo al país, pues en lugar de promover la unidad, quiere "aniquilar el socialismo" al precio que sea y regresar a la democracia quizá con demasiada rapidez. Muchos analistas recomiendan una transición gradual en lugar de abrupta, además de que Machado debe tener cuidado con lo que pide: no es lo mismo solicitar que Estados Unidos, bajo Joe Biden, intervenga, a pedir que lo haga Donald Trump. Lamentablemente, Machado parece estar más cerca de la línea dura de Donald I, aunque ya se exprese con más cautela que hace unos meses.

Ahora podríamos reflexionar sobre las opciones estratégicas que los EE. UU. puedan tener sobre la mesa y sobre cuáles podrían ser las posibles consecuencias. ¿Se animaría Trump a enviar a la Armada para bloquear puertos o para invadir Venezuela? Trump tiene muchas opciones, pero ninguna está exenta de problemas. Es muy complejo establecer un bloqueo o la restricción de las exportaciones de petróleo: antes de que la Armada estadounidense patrullara las costas, el gobierno de Venezuela permitió a la empresa estadounidense Chevron reanudar la producción petrolera, por lo que algunos asesores estadounidenses quieren evitar cualquier cosa que perjudique la economía y prefieren un acuerdo con Maduro. Esto podría dar a EE. UU. un mejor acceso a las instalaciones petroleras y a la recuperación económica de su país. Algo así es posible, en vista de la inconsistente estrategia de Trump hacia Venezuela. Además, los asesores de la Casa Blanca promueven diferentes enfoques. Y Trump es impredecible.

Una invasión a gran escala con tropas terrestres parece improbable porque Trump quiere evitar interferir en guerras extranjeras. Y eso lo alejaría quizá de manera definitiva del Premio Nobel de la Paz. Más plausibles son acciones limitadas: ataques a instalaciones seleccionadas, como supuestos laboratorios de drogas o aeródromos clandestinos, asesinatos selectivos o incursiones, y sabotaje de infraestructura. Algunos asesores sueñan incluso con secuestrar a Maduro. Han de haber consumido cocaína colombiana.

A Trump no le preocupan los despliegues militares cortos y económicos, sino la perspectiva de una ocupación militar prolongada y costosa. Simplemente hay que pensar que los venezolanos no están mancos: el mero desembarco de tropas en Venezuela podría costar muchas vidas estadounidenses.

Así que hay que buscar otros caminos, piensan algunos en la Casa Blanca: ¿Cuáles serían las consecuencias para Venezuela de un cambio repentino de gobierno? Los riesgos son enormes. El colapso del gobierno sin consultar a actores clave, como los militares, provocaría desorden, violencia y un nuevo gobierno inestable, además de que una guerra civil agravaría el problema migratorio y la crisis humanitaria. Una intervención militar podría generar flujos adicionales de refugiados que los países vecinos no podrían absorber, pues ya de por sí están al límite de sus capacidades. La alternativa sería, como muchos expertos coinciden, en buscar una transición negociada y gradual que involucre a los militares y genere estabilidad, en lugar de la instalación abrupta de un gobierno de oposición dirigido por opositores que vivan en el extranjero.

Es probable que Maduro permanezca en el poder y que Estados Unidos no logre derrocarlo. La Armada se retirará, después de haber hundido quizá un par de botes más, y la atención de la opinión pública se centrará en otros asuntos. Trump tiende a buscar victorias rápidas y, si no lo logra, pierde interés y voltea hacia otro lado. Mientras tanto, es probable que la situación en Venezuela continúe deteriorándose. El país lleva más de una década sufriendo una crisis humanitaria cada vez peor.

Así que Corina Machado debe pensar bien sus pasos: el hecho de que anhele una vida democrática para su país no la hace aliada natural de Trump, pues eso no le interesa a él. Si se coloca de su lado y la maniobra fracasa, quedará como aliada de un enemigo extranjero. Y si Trump llegara a triunfar -cosa muy improbable- y Maduro cae, Machado podría convertirse en títere de los Estados Unidos. Un triste papel.