El plan de “paz” para Ucrania: recompensando al agresor (Primera de dos partes)
26/11/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

En esta columna que perpetramos con inusual osadía cada semana, y que mis amables y fieles cuatro lectores leen con paciencia incomprensible, hemos afirmado y demostrado varias veces que a Donald Trump no le interesa en lo más mínimo el destino del pueblo ucranio. El aspirante a monarca estadounidense lo ha dicho varias veces: esa guerra debe terminar, para que Estados Unidos y Rusia puedan hacer negocios. Él no entiende que en Ucrania no se está jugando nada más el destino de ese sufrido país, sino de la arquitectura de seguridad europea y del hemisferio norte. Los ucranianos están impidiendo con su sangre el paso de los rusos hacia Europa, ya sea hacia el Báltico y / o hacia Moldavia y Rumania. Putin ya lo dejó muy claro en su discurso después de la anexión ilegal de Crimea en 2014: su propósito es la creación de una Eurasia, bajo la égida rusa, que abarque desde el Mar Báltico hasta el Océano Pacífico, pasando por el Mar Negro; sus pilares serían Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Lo único que le falló al plan putinesco es que los ucranios salieron respondones y prefirieron voltear la vista a Occidente. Cada soldado ruso caído en Ucrania y cada tanque destruido ya no podrán ser empleados por Putin en una futura agresión contra Europa.

El desprecio de Donald I hacia Ucrania se refleja en el proyecto de plan de paz que está comentándose en estos días en círculos diplomáticos, y que trataremos con más detalle en la segunda parte de esta colaboración, ya que haya más claridad al respecto. Este plan parte de la suposición de que Ucrania está derrotada y de que Rusia saldrá triunfante, lo cual es, hasta este momento, una visión poco objetiva, como hemos comentado en este espacio en días pasados.

Una amplia sección de la opinión pública en los países occidentales -y, sobre todo, en los países no democráticos con simpatías hacia Putin- considera que Ucrania no tiene nada que ganar en el campo de batalla, por lo que lo mejor es que capitule cuanto antes. Aquí ya hemos expuesto que es muy improbable que Ucrania pueda recuperar con la fuerza de las armas los territorios que Rusia ha ocupado, pero que esto no significa una derrota estratégica, porque Ucrania saldrá en varios aspectos fortalecida de la guerra: se incorporará a la Unión Europea, recibirá ayuda para la reconstrucción, tendrá fuerzas armadas modernas y experimentadas, su industria se moderniza a pasos agigantados y sobrevivirá como Estado libre y soberano. Rusia, aunque gane territorios, saldrá de la guerra con graves problemas económicos y sociales, seguirá aislada frente a muchos países, con menos mercados en los que vender sus recursos naturales (casi lo único que produce), con sus fuerzas armadas diezmadas y desmoralizadas, además de que habrá fracasado en sus intentos de debilitar a la OTAN y de impedir la inclusión de Ucrania en el mundo occidental; esto quiere decir que estratégicamente saldrá perdiendo. Por eso decimos que una derrota y una victoria resisten varias lecturas. Una tablita de salvación para Rusia sería el poder hacer negocios con Donald Trump, al menos mientras este permanezca en la Casa Blanca.

Seamos claros y realistas: no me imagino en este momento un escenario en el que vea a las fuerzas armadas ucranias arrojando a los invasores rusos (a los “orcos”, como les dicen) del territorio ilegítimamente ocupado por estos. Para muchos, eso significa una derrota cruel de Ucrania. Sin embargo, hay que considerar diferentes variantes en este escenario: si los ucranios siguen provocando pérdidas tan considerables a los rusos como hasta ahora (solamente en el mes de octubre pasado, las pérdidas rusas rondaron las mil bajas diarias), es posible que obliguen a Putin a mirar hacia la mesa de negociaciones y que al menos esté dispuesto a considerar algunos puntos imprescindibles para Ucrania: que permanezca como Estado soberano, que no se vea obligada a reducir sus fuerzas armadas y que no deba renunciar a la ayuda militar europea para protegerse de una próxima agresión rusa. De esta forma, Ucrania prevalecerá como Estado soberano, en donde sea su pueblo quien determine su propio camino, lo cual está a años luz de la otra opción: que Ucrania capitule incondicionalmente, como quisieran Putin y su aliado y admirador más entusiasta: Donald Trump.

Pero el hecho de que sea por el momento muy poco realista que Ucrania recupere por la fuerza los territorios ocupados, no significa que todo esté perdido y que lo mejor sea rendirse. Los países europeos deben seguir apoyando a Ucrania, pues en sus campos de batalla se está jugando el futuro europeo y allí están colapsando la economía, la moral y la fuerza militar del agresor ruso.

Lo que Donald I desea es que la guerra termine, no para que cese el sufrimiento del pueblo ucranio, sino para poder hacer negocios con Rusia, en cuyas materias primas está interesado, particularmente porque así no dependería de China, en quien ve al adversario más temible para Estados Unidos. Su objetivo es trabajar con Putin para debilitar a China, pero creo que los planes de Putin no van precisamente en el mismo sentido. Para estos proyectos de la Casa Blanca, la guerra en Ucrania es una piedra en el zapato. Lo malo es que esto somete al gobierno de Zelensky a una fuerte presión política, que se agrega a la presión militar de los ejércitos de Putin, quien está tratando a toda costa de conquistar Pokrovsk, sin importarle las enormes pérdidas rusas.

Esta aparente debilidad doble de Ucrania es la oportunidad que ambos tiranos -Putin y Trump- quieren aprovechar para obligar al gobierno de Zelensky a sentarse a negociar. Lo malo del caso es que la sociedad ucraniana se está cansando de la guerra, lo cual es normal para un pueblo más pequeño que el ruso y que sufre la agresión brutal de Putin: hace dos años, alrededor del 80% de los encuestados en Ucrania estaba en contra de hacer concesiones territoriales a Moscú; hoy en día este porcentaje es del 55%. De todas maneras, si el gobierno ucranio cediera sin resistencia a las exigencias territoriales de Putin, caería sin remedio. No hay gobierno en Ucrania que pueda sobrevivir si hace tales concesiones al Kremlin.

Hay aspectos que Ucrania de ninguna manera puede aceptar, como la exigencia de reducir a la mitad sus fuerzas armadas. Eso dejaría la puerta entreabierta para que Rusia la abra cuando se sienta capaz de emprender de nuevo la guerra. Ya lo hemos dicho aquí: una “paz” dictada por Putin y Trump sería solamente un paréntesis antes de que Rusia se lance de nuevo a la lucha, ya sea para acabar de ocupar Ucrania, o para atacar por el flanco oriental de la OTAN. “Paz” no es simplemente que la guerra aparentemente termine. Las exigencias que este proyecto de paz plantea a Ucrania han provocado que el general Keith Kellogg, enviado por Trump como enlace con Kiev, haya anunciado su renuncia a partir de enero de 2026. Este honorable militar es el funcionario de la Casa Blanca más favorable a las causas ucranianas, por lo que ni Putin ni Trump lo quieren ver más en sus actividades de enlace.

Como sea, sería totalmente ingenuo y tonto firmar un acuerdo con un tahúr como Putin, quien, al menor pretexto, desconocerá lo firmado y volverá a las andadas.

En resumen: si Moscú logra obligar a Kiev a negociar y a substituir a Zelensky por un gobierno títere, si logra que Ucrania reduzca sus fuerzas armadas a la mitad y entregue los territorios del Dombás que aún están bajo su control, si no se logran garantías creíbles de seguridad para Ucrania, si Rusia recibe las facultades de intervenir en los asuntos internos de ese país, Ucrania dejará pronto de existir como Estado libre y soberano. Si, por el contrario, Ucrania se impone, aunque pierda algunos territorios, saldrá fortalecida de la guerra, pues habrá detenido el avance ruso; si logra consolidar fuerzas armadas que ronden los 700 000 o el millón de soldados, si puede mantener una industria militar que produzca armamento sofisticado, como misiles y drones de alta tecnología, si consigue estrechar sus vínculos económicos, políticos y militares con los países occidentales, habrá demostrado que puede luchar y que es un socio y un aliado confiable, por lo que quedará fuera del alcance de las garras rusas. Esa es una victoria.

Lo que es un hecho es que esta guerra ha sido una verdadera catástrofe no sólo para Ucrania, sino particularmente para Rusia: ha perdido cientos de miles de soldados (alrededor de un millón), sus fuerzas armadas están mutiladas y desmoralizadas, su industria civil y militar en crisis y su economía está destrozada. Por conquistar cuatro provincias, poco menos del 20% del territorio ucranio, ha perdido cantidades inmensas de vidas rusas, de material militar y de recursos. Un desastre brutal. Por eso es que Putin se encuentra empantanado: no puede echar marcha atrás, pero si sigue adelante, cada metro cuadrado que sus tropas avanzan cuestan una cantidad desproporcionada de vidas y recursos. Es increíble que la sociedad rusa pueda soportar esto.

Cierto: el pueblo ruso tiene ya alrededor de mil años de existencia, pero en este largo caminar hasta nuestros días, hay una cosa que nunca ha tenido, una cosa de la que nunca ha disfrutado, una cosa por la que no parece querer luchar: la libertad.