El ser humano es un ser social. Su existencia se entiende solo en su relación con los otros. A lo largo de la historia y en todas las culturas, las personas han vivido en grupos familiares y comunidades de distintos tipos que incluyen vecinos, amistades, compañeros, relaciones amorosas, o asociaciones para realizar actividades específicas como la caza, la pesca o la recolección. Dependemos de la cooperación para sobrevivir y prosperar porque poder conectar de manera genuina es una aspiración humana.
Es a través de estas relaciones que aprendemos, desde la infancia, a navegar todas las situaciones que enfrentamos. Sin embargo, pese a la necesidad de vivir en relación, la sociedad está sufriendo una pandemia de soledad. La mayor parte de los estudios sobre el tema aseguran que el confinamiento agotó las relaciones sociales y redujo de manera importante la capacidad del ser humano de establecer nuevas conexiones y más aún de mantenerse en contacto y formar vínculos más sólidos con relaciones existentes.
Organismos internacionales aseguran que casi una tercera parte de todas las personas adultas en el mundo experimentan, o han experimentado, soledad. Ejemplo de ello es la falta de una red de apoyo cuando las personas enfrentan una ruptura, un problema de salud física o mental, alguna pérdida, un despido, situaciones de acoso, o se ven afectados negativamente por comentarios de otras personas -o la falta de estos-, incluso a través de las redes sociales.
Pese al aumento en conectividad digital, el sentimiento de soledad no se ha reducido, por el contrario, ha aumentado. La soledad debe entenderse como una experiencia subjetiva y se puede definir como un estado de angustia o malestar resultado de la diferencia que existe entre las conexiones sociales que una persona desearía tener y las que considera que realmente experimenta, o bien como el aislamiento social percibido.
La gran crisis de aislamiento tiene un costo social y económico importante y genera más muertes anuales que ciertas patologías de importancia como la obesidad. Además incide en gran medida en enfermedades cardiovasculares como el caso de infartos, afectando tanto el clima laboral y salud organizacional general, como la productividad.
Un concepto emergente, llamado la salud social, ha tomado un lugar predominante en las discusiones sobre bienestar a nivel internacional, que está vinculado a la protección contra riesgos sociales. La salud social se refiere al sentimiento general de bienestar que surge de las conexiones y de la comunidad. Mientras que la salud física hace referencia a todo aquello que ocurre con el cuerpo humano y la salud mental a los procesos cerebrales, la salud social se construye a través de relaciones de alto valor.
Así, las relaciones y las conexiones son a la salud social lo que la nutrición adecuada es a la salud física y el sueño a la salud mental. Pero no se trata de generar relaciones de poca trascendencia. La salud social requiere de confianza, compromiso y respeto que resulta en relaciones auténticas.
Estudios del Departamento de Salud en los Estados Unidos han indicado que las conexiones sociales requieren de tres componentes esenciales. En primer lugar, destaca la estructura que se refiere al número de relaciones que uno tiene, la variedad de estas y la frecuencia con que se llevan a cabo las interacciones. Es decir, que una persona requiere múltiples relaciones de naturaleza diferente, como familiares, amigos, relaciones amorosas y colaboradores, con quienes se reúna de manera frecuente.
En segundo lugar, está la función de dichas relaciones, es decir, el grado en el que se puede confiar en ellas para necesidades diversas, como cuando hay una pérdida, una celebración, etcétera.
Finalmente, la calidad de las relaciones se basa en el grado en el que las interacciones con otros tienen un impacto positivo, generan acciones de ayuda y permiten que la persona se sienta satisfecha, o, por el contrario, son negativas, perjudican más que ayudan y resultan en insatisfacción.
En este sentido, no es suficiente tener muchas relaciones para lograr conectar con otros, y hay muchas formas de conectar que pueden no resultar en relaciones de valor. Esto nos permite entender por qué aún con un gran número de conexiones, una persona puede sentirse sola.
El trabajo es la actividad humana por excelencia y uno de los principales promotores de la salud social porque genera la posibilidad de contribuir con otros hacia un bien mayor. La salud social se percibe cuando en una organización se produce una sensación de que existe compañía, que una persona se puede integrar adecuadamente a su equipo de trabajo e incluso sostener conversaciones valiosas con personas de otras áreas, y en los momentos en que una persona se siente en sintonía con los demás y existe una red de apoyo. Sin embargo, no es poco frecuente que un empleado sienta que el lugar de trabajo es un espacio de soledad, porque sin salud social, las organizaciones se sienten vacías.
Al interior de las organizaciones se vive la salud social cuando las personas son capaces de adaptarse a distintas situaciones sociales, desarrollan las habilidades de asertividad y evitan los comportamientos pasivo-agresivos. Cuando se logra un verdadero compromiso con los otros, se valora la diversidad y se trata a otros con respecto, se desarrollan incluso relaciones de amistad que exceden los límites del trabajo, los empleados ríen con frecuencia en sus interacciones con otros y crean redes de apoyo que se extienden incluso a los familiares.
Las organizaciones socialmente saludables están mejor equipadas para hacer frente a los desafíos y adaptarse a los cambios, asegurando su sostenibilidad en el largo plazo. Esto se debe, principalmente, a que las conexiones sociales de valor generan optimismo en el trabajo, confianza, lealtad y mayor compromiso, resultando en la construcción de capital social.
La soledad es una de las más grandes amenazas de nuestros tiempos, con efectos devastadores, que genera negatividad social lo cual constituye una de las principales amenazas a la paz. Desde las organizaciones tenemos una obligación de invertir en la promoción de conexiones sociales, como la creación de redes de apoyo y el desarrollo de normas de reciprocidad que no se limiten a una cuestión transaccional, sino que busquen la promoción del bien común.
Tratar bien a los demás es la primera forma de relación. En el ámbito personal, debemos reconocer cuándo necesitamos pedir ayuda, esforzarnos por mantener y reforzar las conexiones existentes, empezando por nuestras familias y amigos, y entender que en el trabajo confluyen otros que, como nosotros, tienen también la necesidad de conectar.