Algunas consideraciones sobre los problemas del agua en México (segunda de varias partes)
23/07/2021
Autor: Dr. Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
Foto: Decano de Ciencias Sociales

De todos los recursos naturales de México que aún quedan, es quizá el agua el más valiosamente estimado: es indispensable para la agricultura, para la industria y para la generación de energía, además de su uso doméstico. El problema serio al que nos enfrentamos es que la deficiencia natural del agua en México se está agravando peligrosamente.

Los antecedentes de la problemática del uso del agua en lo que hoy es nuestro país los encontramos al desarrollarse los asentamientos humanos de los señoríos de Texcoco, Mexico-Tenochtitlan y Tlatelolco, entre otros, debido a los problemas de sequías, inundaciones y de calidad del recurso. Se llevaban a cabo acuerdos para definir el uso de las aguas y realizar obras de infraestructura necesarias. A los tiempos de Moctezuma Ilhuicamina se remonta la primera obra de defensa contra inundaciones en el Valle de México. Moctezuma gobernó de 1440 a 1469 y el dique de 14 km de largo fue construido por el gran Netzahualcóyotl. Al mismo tiempo, esta construcción fue una obra ambientalmente prudente, porque evitó que las aguas dulces se contaminaran con las saladas provenientes del lago de Texcoco. Netzahualcóyotl, “pionero de la ingeniería mexicana”, como lo llamó Juan Manuel Valero, también construyó acueductos para garantizar el abastecimiento de agua; el primero fue el de Chapultepec.

Si estudiamos los vestigios de la infraestructura hidráulica de mayas, toltecas y zapotecas, nos daremos cuenta de que trabajaban siguiendo un orden preestablecido en este renglón: era indispensable para ellos fijar un objetivo claro para el abastecimiento de agua potable y de algunas obras de riego; también necesitaban realizar y controlar las aguas tanto para su uso como para su disposición una vez que ya habían sido utilizadas.

En la Nueva España no encontramos normas legales que sean muestra de una política reguladora del aprovechamiento de los recursos acuíferos. Las disposiciones que encontramos se relacionaban con la propiedad de las aguas y en realidad solamente fueron respuestas a litigios paralelos a aquellos en los que se disputaba la propiedad de la tierra. Estas disposiciones no tomaban en consideración -por regla general- los usos de utilidad pública del recurso, sino que concesionaban su aprovechamiento a particulares, para su propio beneficio. Sin embargo, la creciente necesidad de agua para riego, para la naciente industria y para uso doméstico obligó a las autoridades locales a decidir sobre el uso de los recursos hidráulicos con un enfoque ya de utilidad pública.

Esta situación no cambió substancialmente en el México independiente, pues las disposiciones en materia de agua aseguraban fundamentalmente la propiedad, pero no regulaban su explotación ni su uso. Comenzaron a surgir problemas de jurisdicción que prácticamente no encontraron una solución definida sino hasta la promulgación de la Constitución de 1917, cuyo artículo 27º determina que la Nación tiene en todo tiempo la propiedad originaria de todas las aguas; además, por vez primera, la Constitución concede importancia a la regulación de su aprovechamiento y a su conservación. Es, por lo tanto, hasta el Siglo XX, con la Comisión Nacional de Irrigación, con la Secretaría de Recursos Hidráulicos y con la Comisión Nacional del Agua, entre otros organismos, cuando ya podemos hablar  de un “manejo de las aguas”, definido así por el Plan Nacional Hidráulico de 1981: es “el conjunto de actividades que se relacionan para adecuar la disponibilidad de este recurso en cantidad, calidad, espacio y tiempo a las crecientes demandas asociadas al desarrollo de las actividades humanas.”

Ahora bien, ¿cuál es la situación actual, a grandes rasgos, del agua en México?  Para poder contestar esta pregunta, debemos recordar primero que nuestro país tiene la mayoría de los climas que conocemos en el planeta, aunque en los últimos decenios nos hemos “esforzado” exitosamente para alterar notoriamente nuestro medio ambiente y destruirlo. Podemos decir que el clima es muy seco en el 21% del territorio nacional, seco en el 27%, cálido subhúmedo en el 21%, templado subhúmedo en el 23%, cálido húmedo en el 5% y templado húmedo en el restante 3%.

Todos sabemos que la situación del medio ambiente en México es sumamente preocupante; el problema se agrava si recordamos que México no solamente es uno de los doce países más ricos del mundo en cuanto a diversidad genética, sino que además somos uno de los cinco países con megadiversidad, lo que aunado a nuestra privilegiada posición en el continente -y no lo digo por los vecinos que tenemos en el norte, sino por meras cuestiones biogeográficas-, nos hace gozar de ecosistemas de la región Neártica y de la región Neotropical. Por eso somos el país con el mayor número de especies de reptiles, el segundo en mamíferos y el cuarto en anfibios y plantas. Pero también para destruir somos buenos: baste resaltar que el 4% de los bosques y selvas que se pierden al año en el mundo corre por cuenta nuestra: más de 600 000 hectáreas.

Se calcula que el 95% de la superficie mexicana está ya afectada por procesos de degradación de diversos tipos. Y pasando ahora al tema central que nos ocupa, que es el del agua, vemos con preocupación que, de toda el agua que encontramos en México -en aproximadamente 320 cuencas hidrológicas, con un escurrimiento medio anual de 410 000 millones de metros cúbicos en promedio- solamente el 0.2% -sí, el cero punto dos por ciento- es de una calidad considerada como excelente, el 8.4% es aceptable, el 70.9% está levemente contaminada, el 8.0% se encuentra fuertemente contaminada y  el 12.5% lo está en forma excesiva. Esto nos dice que únicamente el 8.6% del agua es aceptable o excelente, y que el resto se encuentra alterado en diferentes grados. Todas las cuencas importantes de nuestro país están ya contaminadas. Todas.

En los mares y océanos del mundo hay aproximadamente 1 375 000 kilómetros cúbicos de agua, de los cuales el ciclo hidrológico transporta, mediante evaporación solar, el 12.7% de esta cantidad hacia los continentes. México recibe el 0.75%, esto quiere decir que 1 510 km3 de agua caen anualmente en nuestro país, de los cuales el 25% escurre superficialmente hacia el mar por medio de 20 ríos principales. El 50% de estas aguas superficiales escurre por sólo 5 ríos: el Papaloapan, el Coatzacoalcos, el Tonalá, el Grijalva y el Usumacinta, cuyas áreas de drene combinadas abarcan nada más el 10% del territorio nacional. Además, como dato curioso pero revelador, tenemos que decir que la descarga media en m3/seg de todos los ríos mexicanos juntos es inferior a la de los siguientes ríos considerados individualmente: Amazonas, Congo, Orinoco y Mississippi, y es apenas superior a la del Ganges. Así pues, todo lo anterior nos muestra que además de haber poca agua en México, se encuentra ya por naturaleza pésimamente distribuida, al menos para fines de aprovechamiento humano, ya que en el norte del país tenemos nada más el 3% del escurrimiento total de agua, en una superficie del 30% del total nacional, mientras que el 50% del escurrimiento lo tenemos en el sureste, en un área no mayor del 20% del territorio nacional. Ha habido inclusive épocas en estos últimos años, en los que las plantas hidroeléctricas del sureste han estado trabajando un promedio de únicamente una hora diaria por falta de agua.

Otro dato interesante y que forzosamente tenemos que mencionar es el de la disposición de agua por habitante, ya que se trata de un indicador muy importante para darnos cuenta de la situación crítica en muchas partes del mundo. No podemos más que recordar que, en América, es Canadá el único país que prácticamente no tiene problemas de abastecimiento de agua: ahí existe una disponibilidad de 100 000 metros cúbicos por habitante al año; un estadounidense dispone de 10 000; en México, la disponibilidad es de 5 125; en Israel de 330, en Libia de 150, en Arabia Saudita de 140 y en Egipto de 30 metros cúbicos.

El problema que tenemos en México es, por lo visto, grave por partida doble: por la poca cantidad (por cuestiones en principio naturales) y por la pésima calidad (por la acción humana). Si San Francisco de Asís bajara del cielo para visitarnos en México y viera de qué color es el Atoyac y oliera sus fragancias, se cuidaría mucho de pronunciar sus hermosas palabras:

¡Alabado seas, Señor, por nuestra Hermana Agua,

servicial para con todos, y humilde, preciosa y

cristalina!