Lenguaje científico y lenguaje político: ¿son terroristas los narcotraficantes?
13/02/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Nuevamente, como al inicio de su anterior mandato, el impresentable Donald Trump quiere catalogar a los grupos de narcotraficantes -particularmente los mexicanos- como organizaciones terroristas. Ya en esa época (noviembre de 2019) tocamos el tema en esta columna que perpetramos cada semana y que mis fieles y amables cuatro lectores toleran con franciscana paciencia. Hoy discutiremos el tema nuevamente, pero lo haremos abordándolo desde la perspectiva de las diferencias entre el lenguaje académico y el lenguaje de los políticos.

La principal diferencia entre el lenguaje académico o científico -que se expresa, por ejemplo, en textos académicos- y el lenguaje del discurso político es que los primeros están destinados a los académicos, estudiantes de nivel superior, técnicos, expertos y la comunidad investigadora de la sociedad, mientras que los segundos están destinados al público general de la sociedad, sobre todo a los electores, y a los congéneres del mundo de la política. Los textos académicos están destinados al mundo académico o científico, por lo que deben ser objetivos, formales y reflejar la realidad. Los discursos y textos de los políticos, en cambio, son generalmente casuales, informales y personales, están dirigidos al público en general, casi siempre a los votantes, y no son necesariamente un reflejo de la realidad objetiva, sino de la percepción subjetiva que de ella tenga quien hable.

Esto tiene que ver con los intereses de cada grupo en cuestión: el interés de un científico se explica a partir de su compromiso con la verdad, pues desea conocerla, estudiarla, explicarla y darla a conocer. El interés de un político tiene que ver con su deseo y necesidad de alcanzar el poder, de mantenerlo y de lograr un cierto orden político duradero. Por supuesto que puede haber científicos y políticos mentirosos y científicos y políticos honestos, pero el lenguaje que emplean es diferente en razón de los intereses científicos o políticos, de los fines que persiguen ambos grupos y de la cultura política que caracterice a la sociedad en cuestión.

Los textos académicos son textos críticos, objetivos y especializados escritos por profesionales o expertos en un campo particular del conocimiento. Están escritos en un lenguaje formal y tienen un estilo y tono igualmente formales. Al ser textos objetivos, se basan en hechos o pretenden basarse en ellos. En un texto científico no se expresan las emociones y sentimientos de los autores. Los textos académicos deben ser específicos, concisos, claros, precisos y bien estructurados. Se basan en información y pruebas objetivas, están libres de repeticiones, exageraciones, preguntas retóricas y siempre están escritos en tercera persona. Generalmente, los textos académicos discuten o brindan respuestas a una pregunta específica en un área particular. El objetivo principal de los textos académicos es, por lo tanto, mejorar la comprensión del lector sobre un área particular del conocimiento.

Lingüísticamente, el lenguaje académico no es un lenguaje completamente nuevo, pero podemos verlo como un registro lingüístico diferente, quizá nuevo, que puede desarrollarse a partir de habilidades lingüísticas existentes en el lenguaje cotidiano. Esto incluye términos técnicos específicos, estructuras de oraciones y tipos de texto (definiciones, mnemotécnicas, planteamiento de problemas, etc.) que solo se utilizan en una disciplina específica.

El lenguaje de los políticos, por el contrario, se expresa en discursos y textos muchas veces informales dirigidos a un público que, por regla general, no es especializado. En muchas ocasiones, como hemos dicho, sus destinatarios son los votantes o personas que toman decisiones políticas o que pueden influir en dichas decisiones, por lo que hay un interés político detrás del discurso o del texto. Dichos discursos o textos son, por lo mismo, emocionales, personales y subjetivos, y generalmente no requieren de ninguna investigación de índole científica, aunque esto puede variar de acuerdo al público destinatario. Un dirigente político que se dirija en su discurso a una comunidad académica o a un público de expertos en finanzas, por ejemplo, tendrá que cuidar más su leguaje, su tono y los hechos que presente, a diferencia del político en campaña que pronuncia un acalorado discurso en la plaza pública frente a sus seguidores fervorosos y entusiastas. En resumen: el lenguaje científico y académico busca basarse en argumentos, mientras que en la discusión y en el discurso de los políticos los argumentos no siempre son la parte central, sino las opiniones y las arengas.

Ya en la Edad Media se buscaba el “lenguaje perfecto”. Pero eso no puede existir, porque para que eso suceda, todas las personas tendrían que estar de acuerdo en la valoración de todos los conceptos del mundo. Pero es precisamente la inexactitud, la ambigüedad, lo que caracteriza a los idiomas y a nuestra forma de hablar. El lenguaje científico trata, por lo mismo, de reducir lo más posible esta inexactitud, mientras que los políticos, a veces, pareciera que se aprovechan de ella.

Todo lo anterior viene a cuento con el fin de discutir acerca del término “terrorismo”, que nuevamente está en boca de Trump. Pero lo que le interesa a Trump no es llegar a un concepto científico y preciso de lo que el terrorismo es, sino que lo que busca es imponer su visión de las cosas frente a sus votantes y frente al gobierno mexicano. Hay muchas definiciones de terrorismo, claro está, pero aquí podemos partir de esta: es la planeación y ejecución sistemáticas de actos ilegales de violencia por grupos de personas estructurados de manera temporal o permanente, que por lo general cooperan de manera subversiva y conspirativa, a nivel nacional o supranacional, con la finalidad de alcanzar objetivos políticos propios o por encargo de otros. Por supuesto, como toda definición, esta y otras tienen sus limitaciones, pues no dicen nada acerca de la cualidad de las amenazas ni sobre la forma de fijar los objetivos de los grupos terroristas.

Pero, de todas formas, podemos afirmar que la esencia del terrorismo político es la búsqueda por erradicar las relaciones existentes de poder, la eliminación de las élites gobernantes y la instauración de alternativas políticas radicales, con ayuda de la violencia, del miedo y del terror. Al mismo tiempo, los terroristas buscan encontrar adeptos y apoyo en ciertos grupos de la población, aunque, por regla general, las asociaciones terroristas carecen de apoyo amplio en la sociedad, por lo que no tienen la capacidad de oponerse abiertamente al régimen político. De ahí que muchos grupos terroristas busquen desesperadamente apoyo de gobiernos u organizaciones del extranjero.

Mientras más simple o general sea la definición que se emplee para hablar de terrorismo, más fácil será acomodarla a las particulares necesidades políticas y propagandísticas del momento. Esto significa que, si el gobierno de los Estados Unidos considera que toda organización que constituya una amenaza contra los ciudadanos estadounidenses debe ser considerada como terrorista, pues entonces no será nada difícil catalogar al Cartel de Sinaloa, al Cartel Jalisco Nueva Generación y a algunos otros como agrupaciones terroristas.

Sin embargo, lo que caracteriza a los terroristas no es simplemente el uso de la violencia, sino lo que buscan con ella: los efectos psicológicos en la población y en los adversarios. No es la brutalidad sino el miedo intenso. Es, podemos decirlo, una violenta estrategia de comunicación, que diferencia al terrorismo de otras formas de violencia motivadas políticamente. Hay que considerar entonces las consecuencias de los hechos violentos en el contexto social y no el fenómeno aislado. Aquí tenemos que hacer una diferenciación muy clara: cuando hablamos de “terror”, hablamos de un instrumento represivo que puede estar en manos de un Estado, por ejemplo, en las dictaduras militares o en las totalitarias. El terrorismo, por el contrario, es un instrumento de actores no estatales para combatir a un Estado. Por lo tanto, el terror se dirige, como mecanismo, de arriba hacia abajo, al contrario del terrorismo, que emplea la violencia de abajo hacia arriba. En el caso de este último, la fuerza de sus actos manda un mensaje a la población y a los adversarios sobre sus motivaciones y su fuerza. Por eso decimos que es una estrategia violenta de comunicación.

Agreguemos más características: el terrorismo se distingue por la motivación política, religiosa (o religiosa y política) o ideológica, unida al propósito de hacer colapsar al orden establecido o por lo menos cuestionarlo masiva y brutalmente; el uso de la violencia se inscribe en una estrategia a largo plazo para lograr las reivindicaciones políticas o religiosas, por lo que hechos aislados, espontáneos e inconexos no pueden ser considerados como actos terroristas. A esto hay que agregar un componente psicológico del terrorista: sed de aventura, fascinación por las armas y por la violencia, ansias de poder, motivaciones religiosas (recompensa después de la muerte, deseos de inmolarse, por ejemplo), etc.

Así que el hecho de que un grupo de narcotraficantes emprenda actos brutales de violencia no lo convierte necesariamente en una agrupación terrorista, pues no hay, por ejemplo, una motivación política o religiosa, falta el objetivo de derrumbar un orden establecido y fundar otro, el de mandar un mensaje más allá de las víctimas (por regla general, las víctimas de los actos terroristas son personas desconocidas para el grupo que perpetra el atentado), o la disposición para morir por objetivos considerados como elevados (en nombre de Alá o de la patria, etc.). Aquí, entre terrorismo y narcotráfico, es más fácil trazar una línea divisoria que entre terrorismo y guerrilla, o entre terrorismo y actos de resistencia política no pacífica, o entre terrorismo y activismo.

Por lo tanto, los narcotraficantes que tiene Trump entre ceja y ceja no son terroristas, sino vulgares matarifes. Y Trump no está gobernando como presidente de un Estado democrático, sino como reyezuelo.