Una mujer polémica: Leni Riefentstahl
20/03/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Como mis cuatro fieles y amables lectores saben, en este mes de marzo escribimos acerca de mujeres destacadas que han sido ejemplo de entrega, generosidad, energía y talento, aunque la historia, generalmente escrita por hombres, tienda a ignorarlas o a minimizar sus logros. Hasta ahora, en estos años, hemos hablado de mujeres verdaderamente ejemplares, de mujeres dignas de elogio, cuyas vidas nos mueven a la admiración y a la emulación. Sin embargo, hoy hablaremos de un personaje polémico en grado superlativo: por un lado, se trata de una mujer que destacó en su vida profesional, imprimiendo su sello en la entonces naciente industria cinematográfica y dejando una enorme cantidad de novedades sin las que no podríamos entender la historia del cine. Se le ha valorado como una persona de espíritu altamente creativo e innovativo, con un elevado sentido de la estética, cuyos trabajos e imágenes siguen inspirando a cineastas y productores hasta nuestros días. Es sin duda una de las figuras más polémicas y discutidas de la historia del cine, porque esta gran cineasta se destacó por ser una de las más convencidas y entusiastas propagandistas del régimen nacionalsocialista dirigido por Adolf Hitler. Es decir, estamos ante una profesionista del cine, quien se hizo notable por su enorme capacidad artística, pero que puso todos sus talentos al servicio de un régimen asesino y criminal.

Estamos hablando de Helene Bertha Amalie Riefenstahl, conocida como “Leni” Riefenstahl. Este polémico personaje nació el 22 de agosto de 1902 en Berlín; murió, a muy avanzada edad, el 8 de septiembre de 2003 en Pöcking, una pequeña ciudad en Baviera. Fue directora de cine, productora, actriz, guionista, editora, fotógrafa y bailarina.

Leni Riefenstahl tuvo una vida verdaderamente extraordinaria. Desde niña quiso ser bailarina, lo que escandalizó a su padre, un comerciante próspero muy conservador. No debemos perder de vista que, en esas épocas, ser bailarina no era muy bien visto en ciertos círculos sociales, pues dicha actividad implicaba bailar muchas veces con muy pocas prendas frente al público, por lo que las bailarinas no gozaban precisamente de un reconocimiento social. No obstante, la niña Leni logró, con la complicidad de su madre, comenzar su carrera de bailarina, que la llevó a éxitos iniciales, hasta que una lesión en una rodilla le obligó a terminar su carrera prematuramente. Pero no se dio por vencida, pues en la década de 1920 se hizo de cierta fama como actriz en el género, muy alemán, de las películas de montañas (Bergfilme), cuya trama se desarrollaba en los paisajes alpinos, al lado de hombres rudos y en paisajes agrestes. Las historias narradas tenían que ver con aventuras en esos lugares nevados e inhóspitos, terribles tormentas de nieve, peligrosas expediciones y, obviamente, relaciones amorosas. Leni, con el ímpetu que la caracterizaba, grababa ella misma escenas peligrosas, que ya en esa época eran rodadas generalmente por “dobles”. Destacar siendo mujer en un mundo dominado por varones era ya sin duda algo excepcional.

Esta vida de actriz de cine fue muy enriquecedora para ella, pues aprovechó la ocasión para aprender a rodar, a fotografiar, a producir y a editar, de tal manera que en 1932 dio a conocer la película “Das blaue Licht” (“La luz azul”), en la que ella era la protagonista, directora, coproductora y guionista. La película alcanzó tal éxito, que llamó la atención de Adolf Hitler, a la sazón jefe del Partido Nacionalsocialista, y de uno de los cabecillas en la misma organización, Joseph Goebbels. Hitler pidió se le organizara un encuentro con la joven estrella, quien aceptó, encantada. La relación entre Hitler y Riefenstahl los llevó a trabar una estrecha amistad, basada en una admiración mutua (recordemos que Hitler era un artista fracasado). Desde entonces se sabía que ella compartía las mismas ideas del partido nazi, aunque después siempre lo negó, afirmando que su trabajo siempre fue cinematográfico y artístico, no político. Sobre esto volveremos más adelante.

Una vez que Hitler llegó al poder en 1933, Riefenstahl recibió el encargo de producir una serie de documentales llamada “Reichsparteitagstrilogie” (“Trilogía del Congreso del Partido”), que estaría constituido por “La victoria de la fe”, “El triunfo de la voluntad” y “¡El día de la libertad! – Nuestras fuerzas armadas”, y que ella rodó entre 1933 y 1935. La segunda de estas películas le hizo ganar el premio nacional alemán del cine en 1934/1935, el premio para la mejor producción extranjera en el festival de Venecia de 1935 (cosa nada rara, pues fue en la Italia fascista de esa época), y el Grand Prix en París.

Con el título “Olympia”, Riefenstahl publicó en 1938 un documental en dos partes sobre los juegos olímpicos de 1936, celebrados en Berlín. Esta producción fue alabada como una obra maestra de la estética cinematográfica, un avance notorio en el aprovechamiento de la técnica y de la tecnología y una muestra excelsa de la estética del cuerpo humano; pero también fue duramente criticada por sus elementos propagandísticos e ideológicos en favor del régimen nacionalsocialista, que ya se había desenmascarado como perseguidor de las minorías étnicas (judíos y gitanos, por ejemplo) y como partidario de la supremacía aria, denigrando y discriminando a quienes supuestamente no lo fueran. La obra fue nuevamente premiada en múltiples foros: nuevamente el premio nacional alemán de cine 1937/1938, la Coppa Mussolini, una medalla de oro del Comité Olímpico Internacional y el premio Kinema-Jumpo, en Japón.

Tan cerca estaba Riefenstahl del régimen nacionalsocialista, que filmó con su equipo la invasión alemana a Polonia en septiembre de 1939. Durante toda la guerra se significó por sus trabajos de propaganda del régimen hitleriano, ya para entonces un régimen genocida.

A pesar de sus estrechos vínculos ideológicos, personales, cinematográficos y profesionales con los nazis, en el proceso de “desnazificación” después de la guerra, Leni logró que solamente la catalogaran como “seguidora” (“Mitläuferin”), lo que le permitió evadir la cárcel o alguna otra pena corporal. No obstante, ya era una figura muy conocida y la gente la ligaba sin mayor duda al criminal régimen que había traído la desgracia y la muerte al mundo entero, por lo que se volvió muy difícil que alguien la contratara o le hiciera algún encargo como directora y productora de cine. A partir de la década de los 60 se dedicó a la fotografía, por lo que publicó varios volúmenes con ellas. Dos de sus trabajos más logrados fueron el reportaje fotográfico sobre el pueblo de los Nuba, en Sudán, y un documental sobre la vida submarina. Muchos críticos estaban y están seguros de que el primero de esos reportajes, el que hizo sobre esa etnia africana, tenía el objetivo de que el público no la ligara más a la ideología de la superioridad aria, al poner en el centro de su atención a un pueblo al que los nazis, indudablemente, habrían calificado de “inferior”. En 2002, es decir, cuando estaba cumpliendo cien años de edad, publicó su última obra: “Impresiones bajo el agua”.

Leni Riefenstahl es la cineasta nazi por excelencia, la que ayudó con su cámara a crear la imagen de Hitler. Muchos afirman que ella y Orson Wells cambiaron el cine, pero no niegan que era ególatra, arrogante, narcisista y testaruda. Leni siempre repitió lo mismo después de la guerra: “Soy apolítica, soy una artista, Hitler me sedujo, yo no sabía de los crímenes de guerra”. Por eso es que nunca, jamás, se disculpó por haber apoyado a ese genocida; afirmaba abiertamente que no tenía por qué disculparse. No podemos negar su talento, pero tampoco que era una persona malvada que persiguió sus intereses fríamente y que nunca reconoció sus errores y su colaboración con un régimen despiadado, asesino, criminal y abominable, al que glorificó con sus películas y documentales.

Riefenstahl utilizó técnicas pioneras de montaje y de rodaje para transformar la realidad y llevarla al culmen de la épica. Su estilo marcó y sigue marcando la forma de hacer anuncios publicitarios, sobre todo de perfumes y deportes, videos musicales y escenas de numerosas películas, como algunas escenas de “La guerra de las galaxias”, que recuerdan a algunas de “El triunfo de la voluntad”. Su manejo del ritmo, de luces y sombras y de las emociones es verdaderamente fascinante.

Pero el debate continúa: ¿fue una artista ingenua o una nazi convencida? ¿Fue a la vez un genio del cine y un monstruo en la política? Sus producciones cinematográficas son en verdad admirables por lo que lograban, pero lamentablemente puso todos sus talentos y capacidades al servicio de uno de los más repugnantes y siniestros asesinos de la historia. Probablemente Riefenstahl no sabía que vendría un proceso de exterminio de amplios grupos de la población, pero para entonces ya estaba demasiado involucrada como para echar marcha atrás, y no sabemos ni siquiera si lo intentó. Al parecer, no.

La vida y la obra de Leni Riefenstahl nos hacen ver que el arte es o puede ser político, pero que puede corromperse con su cercanía con la política. El arte puede ser un instrumento de poder y de propaganda, como podemos ver a lo largo de la historia. Esto nos adentra en el difícil terreno de la ética en la política: ¿cuándo debe llegar el momento de decir que no? Riefenstahl logró maravillas cinematográficas y artísticas, pero no supo o no quiso decir que no en la política. Estar cerca de un tirano nos convierte, queramos o no, en sus cómplices, y aún más si lo glorificamos con nuestras obras. Por ello, Riefenstahl es una muestra del éxito creativo y, a la vez, del fracaso moral.