Uno de los pasos fundamentales para la elaboración de cualquier proyecto de investigación, sea el de una tesis de grado o el de un proyecto de ciencia básica que pretende presentarse ante las más altas esferas del mundo académico, es lo que tradicionalmente se conoce como justificación. Si a mí me preguntaran qué es eso de la justificación o qué es lo que uno debe escribir en ese apartado, diría simplemente que es el espacio en el que uno da las razones por las cuales cree que vale la pena invertir tiempo, dinero o lo que fuere, en ese proyecto. ¿Por qué alguien tendría que leer nuestra tesis, nuestro artículo, o un libro de nuestra autoría, si al final del día existe una infinidad de textos por leer o estudiar? ¿Por qué alguien tendría que interesarse por leerte? Esta la pregunta con la que quisiera comenzar mi participación en este espacio: ¿por qué tendríamos que leer Reverberaciones? ¿Por qué alguien tendría que interesarse por profundizar en el pensamiento de Ratzinger/Benedicto XVI?
Cuando lo pienso a fondo, me acuerdo de una peculiar experiencia que tuve en una librería poblana, donde ingenuamente pregunté por la obra de Ratzinger, creyendo que todo mundo debería saber quién es el susodicho. Grande fue sorpresa cuando descubrí que esto no era del todo así. Quien amablemente me atendió, al no encontrar ningún texto de Ratzinger, se dio a la tarea de investigar de quién se trataba: muy pronto su rostro estaría lleno de admiración al descubrir que no le era del todo desconocido, aunque sólo lo conociera como Benedicto XVI. Es así como me di cuenta de que algo que para mí era tan de conocimiento común, ¡tan básico!, para otro podría ser una auténtica novedad. Pero también advertí algo más: que aquí mismo se encuentra una primera pauta para atender a las preguntas anteriores, ya que no es posible decir porqué es importante leer Reverberaciones sin antes dilucidar un poco quién es Ratzinger.
Con esto no me refiero a conocer uno que otro dato biográfico sobre Ratzinger, sino a ahondar en su pensamiento para descubrir a ese Virgilio que capaz de acompañarnos “por las densas junglas de la duda, lo mismo que por los suaves valles del encuentro personal con la persona de Jesús” (p. 36), como sostiene Aranda. Con el presente libro se nos invita a ahondar en su figura como un intelectual cristiano que, así como nos ayuda a librarnos de los excesos del racionalismo moderno para situar la razón en su justo medio, también nos ayuda a comprender el carácter revolucionario de la Revelación, ya que, como afirma Colasanti, “sin la Revelación, la sabiduría humana hubiese quedado incompleta” (p. 26). Ratzinger/Benedicto XVI se nos presenta como un modelo ejemplar del intelectual católico, un modelo que nos previene de los excesos del mundo posmoderno y sus variantes relativistas -como el pensiero debole de Vattimo o el nihilismo consumado de Nietzsche-, al mismo tiempo que nos invita a repensar ciertas relaciones fundamentales como aquella que hay entre fe y razón, o entre verdad y caridad.
Ratzinger nos ayuda a comprender, en este sentido, que el Dios cristiano no es simple y llanamente el dios de los filósofos: mientras que el primero es “pensamiento puro que se contempla a sí mismo”, el Dios del cristianismo es una divinidad que, como sostiene Bernal, “busca, que espera y que sale al encuentro del hombre”, donde verdad y amor se encuentran “no como dos realidades yuxtapuestas, ni mucho menos contrarias, sino como única realidad absoluta” (pp. 66-67). Creer en Dios no es una mera formalidad ni un mero aserto teórico, cuanto un acto que toca profundamente nuestra vida: nuestra praxis, que “es interpelada y profundamente transformada por la Revelación” (p. 78), sólo es auténticamente plena cuando es iluminada por la fe. Tan decisiva es la fe en nuestra vida, según Ratzinger, que ésta no es ni puede ser ajena al ámbito político, como se hace patente en la teología de la elección que nos presenta Gutiérrez. Para Ratzinger es claro, según este último, que “el cristianismo tiene como misión ayudar a la política a eliminar sus patologías mediante la razón” (p. 87).
Una de esas patologías que debemos eliminar es la de buscar un poder “que quiere pasar por mesiánico” (p. 90), pero que, hundido en la vanagloria -o mejor dicho, en la “vanidad del poder”-, termina por ser del todo nocivo y ajeno a la justicia. Ratzinger nos invita a pensar el poder desde la cruz, desde el encuentro y la entrega propia del amor, que descubrimos en la fidelidad a la Verdad y a la Palabra, con mayúsculas, como bien señala Arbesú (cf. p. 105), recordándonos también que la forma básica de la fe es el encuentro, la confianza (cf. pp. 108-109). Nos abrimos al mundo y a sus circunstancias para ir más allá de lo calculable y descubrir al Dios encarnado del cristianismo, cuya presencia en el mundo conlleva un “enriquecimiento del significado de lo humano”, patente en la comprensión de nuestro vínculo con Dios, según Arbesú, “como algo público e íntimo al mismo tiempo” (p. 111). La fe nos impulsa, de acuerdo con Ratzinger, a salir “de lo visible y lo mesurable”, en busca de algo mayor que nos sitúa “bajo la medida de lo eterno” (Fe y futuro, pp. 37-39).
Como un libro que nos permite conocer distintas aristas del pensamiento de Ratziger/Benedicto XVI, Reverberaciones también es un libro que nos da pie a descubrir su interés por comprender la misión de la universidad. De acuerdo con Medina, cuando Benedicto XVI afirma que el origen de la universitas está en el afán humano por conocer o buscar la verdad, también dice que su fundamento reside en la apertura del logos: “la universidad es, por esencia, apertura… suscitada por la verdad” (p. 125), en el más pleno sentido del término -i.e., como apertura metodológica, apertura interdisciplinaria, o apertura al diálogo-. Pero, así como la investigación es lo que distingue a una universidad de otras instituciones educativas, así también su vocación a no ser muda frente a las grandes interrogantes existenciales es lo que debe distinguirla de cualquier instituto o centro de investigación. Sólo atendiendo a este saber vital es que las universidades pueden elevarse a ser “laboratorios de esperanza”, como decía Tolentino, o, mejor aún, “laboratorios de humanidad”, como las define Benedicto XVI.
Estamos, sin lugar a duda, ante un intelectual católico que, así como nos ofrece pautas para comprender los problemas inherentes a la modernidad, también nos proporciona los medios intelectuales para afrontar la crisis a la que asistimos en la actualidad. Una crisis que, como sostiene Méndez, “también enfrenta el arte, al poner en entredicho la posibilidad de responder a las grandes cuestiones de la vida, vinculadas con el carácter propiamente humano” (p. 141). Consciente de esta crisis antropológica y de su repercusión en el arte, Ratzinger nos ofrece una nueva lectura del arte sacro, entendida no ya como una espiritualización, sino como una fiesta, capaz de expresar “otra realidad posible”, a saber, la del “profeta” (p. 146). De la mano del profeta, nos dice Méndez, “el arte sacro estará cargado fuertemente de un lenguaje simbólico y metafórico, que responderá profunda y expresivamente a la experiencia que se vive, permitiéndole ser lugar de redención a fin de que Dios sea reconocido como Señor” (p. 149).
Pero en el basto mundo del arte sacro, vemos que la música juega un papel fundamental para la liturgia, ya que para el cristiano existe una “unificación de rezo y canto”, la cual sirve, según Sánchez de la Barquera, “para arropar la Palabra de Dios, para ayudar en la reflexión y encauzar la oración” (p. 153). La música excita en nosotros ternura, pero también devoción: la música puede ser un “elemento que arropa y da solemnidad a la Palabra, al Logos divino” (p. 155). No es un mero ornamento o adorno, cuanto la liturgia misma: la música no sólo nos permite ser “tocados” por el amor o por el dolor, sino también, en cuanto encarnan el “lenguaje de la Creación”, asistir al “encuentro con lo divino” (pp. 164-165). Algo que sólo se da en la medida en que se canta, según Sánchez de la Barquera, “con y desde el corazón” (p. 166). De ahí que sea indispensable cuidar no sólo qué himnos se incluyan en las celebraciones, sino también el modo en el que son entonadas.
Ratzinger, en este sentido, nos recuerda la importancia de vivir la liturgia “de la forma correcta”, como bien nos recuerda González, pues esta comprende “el orden de toda la vida humana” (p. 172). Que exista una forma correcta u ortodoxa de vivir la liturgia, significa que no cualquier forma de vivirla le es agradable a Dios. Para vivir de manera auténtica la liturgia, así, existe todo un camino a seguir, que va desde la preparación misma de la liturgia (la procesión hacia el altar) hasta la consumación de la acción transformadora del sacramento y el envío a dar testimonio. Una liturgia que debiera conducirnos a “la restauración de la visión sacramental de la existencia humana”, gracias a la cual sería posible “redescubrir que todas las cosas son señales que nos remiten más allá de lo que son materialmente” (p. 189).
Reverberaciones, en este sentido, nos da la oportunidad de conocer y apreciar el talante intelectual de semejante Virgilio, de una mente profundamente inquieta y deseosa de alcanzar la Verdad, de un intelectual católico ejemplar en su más auténtica acepción. Tan ejemplar que me atrevería a decir, sin temor a faltar a la verdad, que es un modelo paradigmático para todos los académicos católicos. De ahí que Reverberaciones, al darnos un amplio panorama de su pensamiento, sirva también como una profunda invitación a repensar nuestra labor como académicos, docentes e investigadores que apuestan por la búsqueda sincera de la verdad. Esto se ve con total claridad en la cátedra magistral que nos legó al estudiar no sólo la relación entre fe y razón, sino también entre creación y evolución: para Benedicto XVI es claro que, como menciona Gutiérrez, “no se puede optar por un creacionismo cerrado en sí mismo a la ciencia y un evolucionismo que tiene sus lagunas y que no quiere mirar cuestiones que van más allá de su método” (p. 199).
Pero si Ratzinger/Benedicto XVI es un modelo paradigmático de intelectual católico es quizá, sobre todo, porque fue un pensador de la esperanza, entendida fundamentalmente como “actitud existencial” que se opone a “la angustia y la desesperación”, i.e., como algo que es, según Ferrer, “inseparable del existir qua humano o qua ético” (p. 213). Comprendida en su forma antropológicamente más radical, la esperanza es una actitud existencial que “viene dialógicamente prefigurada con el existir humano”, de modo que “es muestra de la índole relacional de la persona humana” (p. 214). De ahí que la esperanza admita, además de una dimensión individual-existencial, una dimensión comunitaria, patente en “la historicidad propia de la persona y de las comunidades en que vive” (p. 220).
Link para descargar el libro (https://investigacion.upaep.mx/images/img/editorial_upaep/biblioteca_virtual/pdf/Reverberaciones_FINAL.pdf)