Casi al inicio de su Suma contra gentiles, Tomás de Aquino declara el doble oficio del sabio: reconocer lo que de verdad hay en el otro y combatir el error. Ambas actitudes son fundamentales, incluso el orden en que él mismo las presenta también lo es.
Así como propio del sabio es contemplar, principalmente, la verdad del primer principio y juzgar de las otras verdades, así también lo es luchar contra el error. Por boca de la Sabiduría se señala convenientemente, en las palabras propuestas, el doble deber del sabio: exponer la verdad divina, meditada, verdad por antonomasia, que alcanza cuando dice: “Mi boca dice la verdad”, y atacar el error contrario, al decir: “Pues aborrezco los labios impíos” (Prov 8,7).
Tomás de Aquino, *Suma contra gentiles*, lib. 1, cap. 1, n.7.
En efecto, el primer acercamiento de un sincero académico -y por qué no, de cualquier ser humano maduro y razonable- es buscar y escudriñar la verdad, es encontrar esos chispazos de genialidad, es reconocer la elegancia de los razonamientos y la contundencia de las demostraciones, es rendir homenaje a los análisis certeros y a los diagnósticos objetivos, gústenos o no.
Pero también es válido criticar, brindar contraargumentos y objetar, levantar la mano y disentir. Vivimos en la era de una hipersensibilidad exacerbada, donde nos parece que si alguien critica una de nuestras ideas, critica nuestras personas. Cada vez somos de piel más delgada; personas a las que no se nos puede rozar ni con el pétalo de un silogismo.
Se atribuye a Aristóteles una frase que muy probablemente nunca mencionó, pero que forma parte del imaginario colectivo: “amicus Plato sed magis amica veritas” (Platón es mi amigo, pero es más amiga mía la verdad). Aristóteles supo diferir, en su momento, de su gran maestro y mentor. Supo aquilatar por una parte el torrente de sabiduría que circulaba por la doctrina platónica, en la cual ya corría también una tradición pitagórica e incluso de otras culturas como la babilónica y la egipcia. Sin embargo, Aristóteles supo cribar los elementos inconvenientes, incluso inconsistentes, que viajaban también por tales doctrinas. Supo operar una crítica sana y puso una distancia igualmente sana.
Esta actitud de criterio nos falta en este siglo XXI del cual ya hemos gastado un cuarto. Asistimos a una era demasiado problemática, donde hay tópicos intocables, auténticos dogmas culturales incuestionables, ante los cuales, si uno levanta la más mínima de las críticas, le cae todo el peso de la cultura de la cancelación. He visto gente ser despedida de universidades donde se supone que se defiende a capa y espada la libertad de cátedra. Pero lo vemos también en las redes sociales y en los noticiarios, en las sobremesas familiares o en boca de algunos clérigos buenistas.
Hasta hace algunos años se decía que ciertas posiciones religiosas o políticas, tildadas de conservadoras, eran castrantes y limitativas (por cierto, ¡nadie duda que en el flanco conservador hay fanatismos variopintos! ) Pero hoy, reconozcámoslo, los que han desenvainado la cimitarra turca y están prestos a degollar cabezas reeditando, con sus medios tecnológicos y su creatividad marketera, una cruzada contra los que piensan distinto, son los que detentan el poder y se han instalado en el pensamiento único y políticamente correcto. El movimiento pendular ha sido trágico.
El buen Tomás de Aquino era más sensato de lo que nos imaginamos. El justo medio que aprendió de los griegos y de los latinos lo aplicó como la hermenéutica conveniente en los más acalorados debates de su tiempo. Penetró el pensamiento de Séneca y de Averroes, de San Agustín y de Proclo, de Maimónides y de Beda el venerable. Y a todos intentó aproximarse con ese doble movimiento que expusimos al inicio: buscar lo que de verdad había, y luego -sólo después- exponer y combatir el error. Hacer lo segundo sin haber hecho lo primero es injusto, reduccionista y fanático; hacer lo primero sin lo segundo, es ingenuo, relativista y torpe. Y Tomás no era ni lo uno ni lo otro.
Seamos críticos. Realmente críticos. Porque ‘crítica’ no significa la mera oposición, como tampoco la mera aprobación. Se requieren ambas actitudes.