filosoFando # 8:  Medir
02/09/2025
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Vicerrector de Investigación

Daniel Kahneman, quien llegó a ser premio Nobel de economía, fue un famoso psicólogo y economista que estudió mucho la toma de decisiones y la conducta de las personas. En su libro Pensar rápido, pensar despacio, afirma que: “una manera segura de hacer que la gente se crea falsedades es la repetición frecuente, porque la familiaridad no es fácilmente distinguible de la verdad.” Tampoco es que Kahneman haya descubierto el hilo negro. La famosa falacia lógica ad nauseam justamente consiste en eso: en la reiteración excesiva de un argumento con la creencia de que, si se repite lo suficiente, se aceptará como verdad.

Pues bien, he aquí una de las frases que más he escuchado en los últimos 10 años: “lo que no se mide no se puede mejorar”. Creo que se le atribuye a Peter Drucker, pero la verdad no la he rastreado, tal vez él la tomó de alguien más. En fin, el tema es que se repite tanto y en tantos lugares -la dicen lo mismo los entrenadores deportivos que los encargados de calidad de una empresa, los contadores que los químicos- que ni nos preocupamos en refutarla cuando no ha lugar, y la aceptamos sin chistar. ¡Y vaya que hay ocasiones, ámbitos o aspectos de la existencia humana donde realmente no ha lugar dicha consideración!

Pero incluso en los dominios donde reina la precisión, como las matemáticas, hay fenómenos que escapan a la medición exacta. Los números irracionales han sido un monstruo fascinante para los matemáticos. Los antiguos griegos se dieron cuenta de que, si tenemos un cuadrado donde cada lado mide 1, no podemos determinar con exactitud cualquiera de sus diagonales internas. En otras palabras, dividamos el cuadrado en dos triángulos rectángulos y tendremos que la diagonal del cuadrado equivale a la hipotenusa de cada triángulo, pero ésta es √2, la cual es un número inconmensurable (como muchísimos otros: π, √3, ℇ -el número de Euler-, etc.), pues no puede determinarse con un número finito de decimales y no puede ser expresada como una fracción de dos enteros distintos a cero. Pero no son dos o tres casos aislados, muchas raíces son de este tipo, muchas cosas en las matemáticas son así. Lo mismo π. ¿Cuántas veces cabe el diámetro de un círculo en su perímetro? Tres veces y un cachito… solo que ese cachito (.14159…) resulta ser un número infinito, sin patrón alguno. π es una relación inconmensurable. √2, o como se decía antiguamente, la diagonal del cuadrado, no se puede determinar con exactitud (¡todas las hipotenusas de cuadrados cuyos lados son racionales (1,2,3,4…n) son inconmensurables!)

El quid de la cuestión es que asistimos a una obsesión por la medición. Medir se ha vuelto un acto fundamental. La gente mide con relojes sofisticados cuántas calorías quema al hacer ejercicio, o cómo va su ritmo cardiaco, o la cantidad de pasos. NO digo que medir esté mal, sólo que ver a cada rato el reloj para ver cómo voy en mi quema de kilocalorías, es ya una enfermedad. Hay gente que mide la ingesta calórica de alimentos con mucha frecuencia. NO digo que controlar lo que comemos esté mal, siempre existió y existirá la virtud de la templanza, sólo que cuando veo elementos obsesivos y compulsivos, me comienzo a preocupar.

Pero la anécdota ha pasado de los gimnasios y las cocinas hasta nuestras universidades. Hoy asistimos a una tristísima decadencia de la escritura académica. Nunca como ahora se había escrito tanta “literatura científica basura”, llena de obviedades, de falsedades, de repeticiones, de lugares comunes, de variaciones que no aportan nada, muchísimos son fake papers otros, de plano, garbage papers. Pero, al igual que los obsesivos que imaginamos en el gimnasio o en la comida, también estos académicos están atados a la métrica y al algoritmo, son auténticos esclavos de los sistemas. No destinan tiempo a platicar, compartir, ¡estudiar!, discutir, crecer, aprender… todo es, obsesivamente, “publicar”. NO digo que publicar esté mal, ¡por Dios! Sin la pluma de Homero, de Aristóteles o de Euclides, por mencionar tres clásicos del mundo griego, la historia misma de la humanidad hubiera sido distinta, sólo que cuando veo elementos obsesivos y compulsivos, gente con angustia por las evaluaciones y los sistemas, y no por encontrar la verdad, gozarse en ella y compartirla generosamente, entonces ya me empiezo a preocupar.

Intentar medir con exactitud un número irracional es pérdida de tiempo. Pero para el obsesivo no. He comentado que medirse en la comida, o llevar cuenta del tiempo destinado al deporte, incluso de vez en cuando ver qué destino ha tenido lo que publico es sano, el problema es cuando la medición misma de esa actividad se vuelve también una actividad relevante, costosa, angustiosa y dilatada en el tiempo. Lo mismo pasa en las Universidades: necesitamos recursos, presupuestos, estructura, salarios de personas que lo único que hacen es medir a otras personas. Eso sí, medirlas cada día con más exactitud, como añadiendo una cifra más a la secuencia π o √2. Como si ese decimal, el vigésimo segundo que acaban de encontrar, diera al clavo -¡por fin!- con lo que hace falta para mejorar, cambiar y de verdad, llegar a la cima del éxito.

Las cosas deben cambiar, y esto nos corresponde a todos, de lo contario, los que no medimos tendremos que trabajar más para pagar, entre otras cosas, a los que nos miden, y a los que miden a los que miden, y a sus sofisticados aparatos de medición, y graficadores y hacedores de algoritmos de predicción. Si así siguen las cosas, muchos académicos no resistirán y morirán de cáncer de páncreas o de estrés crónico. Otros abortarán la misión y se dedicarán a vender ropa de catálogo. Tal vez muy pocos tengan aún fuerzas para retornar al origen: saliéndose del sistema, juntarán a dos o tres personas que libre y apasionadamente busquen algo y nada más que eso: la verdad. Pero si no cambiamos, una cosa es cierta, las universidades serán un lugar de enfermos obsesivos, de pragmáticos conseguidores de metas, de gente permanentemente cansada y sin sentido de vida.

Por eso las cosas deben cambiar.