Putin, la economía rusa y la guerra en Ucrania
03/11/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Rusia está bajo presión: Mientras el presidente estadounidense Donald Trump presiona por un alto el fuego en Ucrania, los países occidentales imponen sanciones y brindan ayuda militar a Kiev, el presidente Vladimir Putin pronto tendrá que firmar el presupuesto estatal ruso para 2026. Este incluye un elevado gasto militar en un contexto de disminución de los ingresos por petróleo y gas y un aumento de impuestos que tendrá que pagar el pueblo ruso.

¿Cuánto tiempo puede el Kremlin permitirse una guerra sin una solución negociada? ¿O acaso Putin está convirtiendo a su país en una verdadera amenaza para la Unión Europea y la OTAN? ¿Cómo debería reaccionar Occidente? Según el analista financiero Alexander Kolyandr, la mayor parte del presupuesto ruso para 2026 se destinará a los gastos militares. Si se incluye la seguridad interna, esto representa aproximadamente el 40 % del presupuesto, o sea, casi el 8 % del producto interno bruto (PIB). El segundo rubro más importante es el gasto social, destinado a mantener contenta a la población.

Estas cifras son muy elevadas. Si pensamos que países con economías más sólidas, como algunas naciones europeas, debaten actualmente si gastar el 3.5 % de su PIB en armamento es una medida responsable y necesaria -esto es, un poco más que el porcentaje que Estados Unidos destina al gasto de defensa- estamos ante un panorama que presenta a Rusia ahora como una economía puramente bélica en medio de una crisis. Si bien un colapso no es inminente, la economía rusa está estancada. Es probable que el crecimiento sea del 1 % o menos en 2025, y el déficit presupuestario va aceleradamente en aumento. Casi todos los sectores civiles están estancados o en contracción; solo crecen los sectores relacionados con el sector militar, del que depende en gran medida la economía rusa, privada y estatal.

Rusia está, de hecho, al borde de la estanflación, o ya la está experimentando: un crecimiento débil combinado con una inflación persistente. Esta combinación es extremadamente arriesgada y podría tener consecuencias muy negativas. Una historia muy similar no es ajena a los rusos: la Unión Soviética colapsó a finales de la década de 1980 porque no pudo mantener el ritmo de la carrera armamentista, entre otros factores. Pero, actualmente, un colapso requeriría impactos más extremos, como precios del petróleo muy bajos. La Unión Soviética se desintegró a lo largo de muchos períodos prolongados debido a numerosos problemas, mientras que la actual Rusia es quizá más resiliente y flexible, con una economía -en parte- de mercado; no debemos olvidar que China es su socio comercial y tecnológico, que además le apoya en la aventura ucraniana, y Rusia tiene menos compromisos globales que la antigua URSS.

Si la guerra con Ucrania finalmente termina algún día, la industria bélica rusa tendría que seguir funcionando a toda marcha, debido a tres razones: una, porque será necesario reabastecer las reservas, ya casi inexistentes; dos, porque Rusia se preparará para un eventual enfrentamiento contra la OTAN; y, tres, porque existe un mercado mundial para las armas rusas.

Sin embargo, estos elementos -la guerra, la carrera armamentista y las crisis económicas- no siempre afectan con mayor dureza a los más pobres: al comienzo de la guerra, hubo un fuerte crecimiento en 2023 y 2024. Los beneficiarios fueron los pobres y la clase media baja en regiones desfavorecidas: encontraron empleos en bases militares y en fábricas. El gobierno también aumentó las prestaciones sociales para apaciguar un posible descontento. Algunas personas adineradas también se beneficiaron mediante acuerdos comerciales con el gobierno para abastecer al aparato militar en guerra.

Sin embargo, la alta inflación sí afecta con mayor dureza a los más pobres, ya que destinan la mayor parte de sus ingresos a la alimentación y a artículos de primera necesidad. La clase media y las pequeñas y medianas empresas son las que soportan el peso del aumento de los precios, y los pequeños negocios ahora tienen que pagar el IVA porque el gobierno ha reducido el umbral de exención. Esto se traduce en mayores gastos y menores beneficios para muchas tiendas y cafeterías, por ejemplo.

Para otros estratos sociales más privilegiados, por ejemplo, para quienes deseen mantener sus niveles de consumo de antes de la guerra, con iPhones, autos de lujo y vacaciones en Italia o Suiza, también el día a día se volverá más caro y difícil. Muchos han adaptado su estilo de vida a las nuevas condiciones, comprando productos chinos y viajando de vacaciones a Turquía. Y pasa un poco como en la antigua Unión Soviética: la gente se queja en voz baja, pero de ahí no pasa. Eso es un fenómeno típicamente ruso, si bien hay que entender que era muy peligroso en la URSS salir a protestar en la calle, al igual que hoy en día es muy arriesgado hacerlo.

Así que Europa está en mejores condiciones que Rusia en lo que a la economía se refiere. Lo que es urgente en el viejo continente es fortalecer sus capacidades militares para lograr mayor independencia y tener un instrumento que sirva como elemento disuasorio ante Putin. Europa está entre una Rusia más agresiva y unos Estados Unidos impredecibles y poco dignos de confianza. Entre Putin y Trump. Sin embargo, el rearme europeo difiere del ruso: la Unión Europea necesita asegurar básicamente su flanco oriental, y no necesita financiar una guerra prolongada. Su economía es mayor, más flexible, abierta y moderna. Por lo tanto, el aumento de las exigencias de defensa supone un desafío menor que la aventura en la que Putin se encuentra atorado.

Mientras la economía rusa hace agua, la invasión a Ucrania continúa, por lo que muchos analistas se preguntan quién podrá erigirse como vencedor en el conflicto. Para esta pregunta no hay una sola respuesta. Podemos definir “victoria” y “derrota” desde el punto de vista territorial y desde el punto de vista estratégico. Desde el punto de vista estratégico, resultaría victorioso el país cuya situación mejore o que alcance sus objetivos estratégicos, es decir, de largo plazo: para Rusia sería que mejorase su posición frente a la OTAN y frente al Occidente, para facilitar, en caso de que así se decida en el Kremlin, abrirse camino hacia el Báltico. Para Ucrania, las metas estratégicas serían poder rechazar la agresión rusa y garantizar la independencia nacional. Lo más seguro es que cada bando resultará con algunas victorias y con algunas derrotas al terminar la guerra. Estratégicamente, Rusia perderá porque habrá convertido al pueblo ucranio, que hasta hace unos años era un pueblo hermano suyo, en un archienemigo, que se habrá aliado con la OTAN, aunque no se convierta en miembro formal. Y Rusia también perderá porque habrá alcanzado lo contrario de lo que anhelaba: en lugar de debilitar a la OTAN, habrá ayudado involuntariamente a fortalecerla. Además, está haciendo añicos a su economía, que tardará mucho en reponerse.

Desde el punto de vista territorial, es casi indudable que Rusia saldrá victoriosa de esta guerra, aunque se quede solamente con los territorios ucranios que están hasta ahora bajo su control, incluyendo Crimea. Ucrania perderá territorialmente, pero estratégicamente ganará, porque se habrá acercado al Occidente, será arropada en la Unión Europea, verá garantizada su independencia y se distinguirá por su enorme capacidad militar. O sea: aunque pierda territorio, es muy probable que Ucrania salga de esta guerra en una mejor posición que al comenzar la invasión. Ya no es esa nación corrupta, con enormes disputas políticas internas y a quien nadie volteaba a ver.

Así que Rusia, aunque conquiste territorios, podrá perder la guerra; y Ucrania, aunque los pierda, podrá salir más fuerte de ella. La diferencia entre derrota y victoria es, por lo tanto, más profunda y compleja de lo que generalmente, a primera vista, podríamos pensar.