El aporte del maestro Caso
11/11/2025
Autor: Dr. Roberto Casales García
Cargo: Profesor de Formación Humanista

Muchos son los que han escuchado su nombre, pero pocos son los que realmente le han hincado el diente a su pensamiento. Pero, ¿por qué tendríamos que conocer el aporte de Antonio Caso al pensamiento filosófico mexicano? Existen, a mi parecer, al menos dos razones de peso: la primera tiene que ver con la relevancia de Caso para comprender nuestra historia; mientras que la segunda tiene que ver, más bien, con la calidad de su aporte a la filosofía mexicana. Como personaje histórico, en primer lugar, Caso no sólo fue uno de los fundadores del Ateneo de la Juventus junto con intelectuales como José Vasconcelos y Alfonso Reyes, sino también uno de los grandes propulsores de la autonomía universitaria y de los grandes maestros de la Escuela Nacional Preparatoria. No en vano se le concedió el título de “Maestro de la Juventud”, un título con el que se reconocía su labor docente durante tiempos tan convulsos como los de la Revolución Mexicana. Caso, en efecto, fue de uno de los intelectuales que, a pesar de todos los conflictos que había en México, se mantuvo firme en su compromiso con la educación, algo que también se puede apreciar en su gran labor periodística. Caso se preocupó por llevar la cultura a todos, de modo que dedicó mucho tiempo a escribir artículos textos de carácter más divulgativo para periódicos de su época, como “El Universal Ilustrado”.

Aunque ésta sería razón suficiente para seguir sus pasos y buscar más sobre este gran intelectual, me parece que la razón más importante es la segunda: su aporte a la filosofía, aunque poco estudiado, es de mucha altura. Caso no sólo fue un gran maestro, sino también uno de los más grandes filósofos mexicanos. Basta enunciar la tesis principal de lo que, a mi parecer, es su obra más original, para darse cuenta de todo su potencial como intelectual. En La existencia como economía, como desinterés y como caridad, la que para muchos es su obra principal, Caso sostiene que la existencia se dirime en tres grandes niveles: el biológico, el estético y el moral o religioso. Mientras que el positivismo comteano y el nihilismo nietzscheano nos dicen que nuestra existencia se reduce al ámbito biológico, Caso nos dice que nuestra existencia está llamada a trascender este primer nivel, para alcanzar su plenitud en la caridad cristiana. En el ámbito biológico, la vida se reduce a una cierta economía vital, la cual se comprende en clave darwiniana. Para aquellos seres cuya existencia se reduce a este nivel, lo fundamental está en luchar por la sobrevivencia de la especie, es decir, en buscar su propia conservación, su persistencia en el ser, incluso cuando eso supone una existencia profundamente egoísta. De ahí que, inmersos en esta economía de la vida, los organismos deban buscar el mayor provecho con el mínimo esfuerzo.

Según Caso, la racionalidad y las ciencias positivas son parte de esta misma economía vital: razonamos y hacemos ciencia para solucionar problemas, hacernos la vida más fácil y, de esta forma, estar mejor armados para enfrentar la lucha por la sobrevivencia. Lo que no quiere decir que debamos renunciar a ambas, sino tan sólo que éstas se encuentran subordinadas a una visión de la existencia profundamente utilitaria y, por ende, egoísta. Educar a una persona sólo en estas disciplinas, dejando de lado la formación humanista, artística y espiritual, dice Caso, es educar a un individuo profundamente egoísta, incapaz de actuar de forma desinteresada. Entre los seres vivos, sin embargo, existen algunos organismos que poseen un superávit de energía vital, de modo que este excedente lo pueden usar para otras actividades que no estén directamente relacionadas con la mera sobrevivencia, como ocurre con el juego. Los animales que juegan, según Caso, son animales que, una vez realizadas todas las acciones necesarias para garantizar su sobrevivencia, siguen teniendo fuerzas para hacer otras cosas. Ese excedente de energía vital es lo que les permite jugar o, en el caso de los seres humanos, hacer otras actividades que no estén directamente relacionadas con la mera sobrevivencia de la especie. Gracias a este excedente es posible, por tanto, aspirar a una forma de vida que no esté restringida a lo estrictamente biológico ni, en consecuencia, a subordinar nuestra existencia a la mera sobrevivencia de la especie.

Los seres humanos, en efecto, no sólo poseemos razón, sino también intuición estética, lo que nos permite contemplar la realidad más allá de todo interés o utilidad: es en el arte donde descubrimos que la realidad no se agota en la mirada pragmática e interesada de la ciencia, sino que también se puede apreciar desde el valor que posee por sí misma. El arte nos revela una forma de contemplar la realidad de manera desinteresada, donde las cosas se nos presentan en su justa medida (no en la medida que nosotros le imponemos en función de nuestros propios intereses y fines). Lo bello, dice Caso siguiendo a Kant, es aquello que place sin concepto, una finalidad sin fin que se hace patente ante nosotros desde una mirada prístina, capaz de llegar a la esencia misma de las cosas y de advertir, por tanto, su valor. El arte nos abre las puertas al mundo de los valores, comenzando por los valores estéticos hasta llegar al ámbito de la moral. Al ser capaces de contemplar la realidad de forma desinteresada, así, nos damos cuenta de que nuestra existencia es más plena en la medida en que nuestras acciones se corresponden con esta nueva sensibilidad, es decir, cuando no están atadas a la mera lucha por la sobrevivencia. Es así como advertimos que la forma más plena de existir está, no en seguir meramente nuestros impulsos vitales, que son siempre egoístas, sino en ir más allá de toda economía de la vida.

Contrario a lo que decía Nietzsche, a saber, que el cristianismo era una moral de esclavos y que la caridad es un síntoma de debilidad, Caso sostiene que sólo el fuerte, el que es capaz de resistirse a sus impulsos vitales, es capaz de imitar a Cristo en su caridad. De ahí que el fuerte no es el que simple y llanamente se deja llevar por sus impulsos vitales, sin presentar ninguna forma de resistencia, sino aquel que es capaz de oponerse a esa economía vital para sacrificarse desinteresadamente por su prójimo. La lógica de la caridad es la única que es capaz de invertir esta economía de la vida y que puede proyectarnos a una forma de existencia más plena: quien se sacrifica no busca más por menos, sino que da más, da todo, sin esperar recompensa alguna. De ahí que Cristo, en su caridad, sea el auténtico superhombre, la forma más plena de existir y que nosotros, por tanto, debamos imitarle.