Ética, política y medio ambiente (primera de varias partes)
08/09/2021
Autor: Dr. Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Como seguramente recordarán mis cuatro fieles y amables lectores, en esta columna que perpetramos cada viernes hemos tocado en repetidas ocasiones el tema del deterioro ambiental, ya sea refiriéndonos a los problemas del agua, de la desaparición de especies animales, de la desaparición de ecosistemas completos, etc. Ofrezco cordialmente mis disculpas si es que alguien esperaba aquí sesudas reflexiones sobre el informe presidencial del miércoles pasado, pero la verdad es que dicha tarea no me entusiasma, pues no hubo nada que resaltar. Así que mejor reflexionaremos hoy acerca de las relaciones entre la ética, la política y los problemas del medio ambiente. Es decir, nos acercaremos a las políticas públicas frente al problema ambiental desde la perspectiva de la ética. Es decir, partiremos de un enfoque normativo de la política, en lugar de hacerlo, como generalmente sucede en esta columna, desde un enfoque histórico-empírico.

La política es una actividad humana indispensable y superior, aunque muchos la ven como oportunidad de dominio sobre los demás. Por eso el papa Pío XII afirmaba: "Entre las actividades humanas más importantes, sin duda la más destacada y noble es la vida política." La política debe posibilitar un orden dinámico que permita, de acuerdo a las circunstancias históricas concretas, la conservación y el incremento del bien común. Una recta conducta política es por lo tanto no sólo lícita, sino necesaria y estrictamente obligatoria, buscando la rehabilitación moral de dicha actividad.

Si sabemos que el hombre se reúne en sociedad no solamente para vivir, sino para vivir bien, es lógico que un medio ambiente degradado llega a obstaculizar inclusive al mismo "vivir": se trastocan los fines de la sociedad, la búsqueda de un pleno desarrollo espiritual y material se dificulta, y -si la situación se agrava- la existencia misma del hombre y de la sociedad se ve amenazada. Es muy necesario entonces que la sociedad cuente con una suficiencia y abundancia de recursos naturales renovables para garantizar a las personas, en primer lugar, su sobrevivencia, y en segundo, su pleno desarrollo material y espiritual; es así mismo indispensable el poder defenderlos y conservarlos.

Es el Poder Ejecutivo -como parte del Poder Político- quien debe encargarse en primer lugar de la administración de los recursos naturales renovables. La ley debe definir y respaldar sus funciones, establecer sus facultades y marcar sus límites de acción; también deben contemplarse las circunstancias de la cooperación de los miembros de la sociedad civil al bien común en materia ambiental. Así, podremos hablar de que una "Política Ambiental" se ha instaurado; en ella, el ambiente toma una connotación más general, más sistemática y relevante, constituyendo el marco de referencia para todas las actividades que busquen el bienestar social.

En el desarrollo de la labor del Estado en materia ambiental no deben pasarse por alto los principios de Solidaridad y Subsidiaridad. Hay que recordar que los bienes y riquezas del mundo están para servir a la utilidad y provecho de todos y cada uno de los hombres y de los pueblos. De allí que a todos y cada uno les competa un derecho primario y fundamental, absolutamente inviolable, de usar solidariamente estos bienes, en la medida de lo necesario, para una realización digna de la persona humana. Otros derechos, incluidos, por ejemplo, el de propiedad y el de comercio libre, le están subordinados. Hay que comprender, entonces, que sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social. Ahora bien: todos tenemos un derecho primario a usar los bienes de la tierra, el cual sí es compatible con la propiedad, pero entendida esta como un poder de gestión y administración que, aunque no excluye el dominio, no lo hace absoluto ni ilimitado. Sólo así será fuente de libertad para todos, y no de dominación de unos pocos sobre los demás.

Para todo lo anterior es necesario conocer para qué son los recursos ambientales y saber usarlos para lo que son; de esta manera descubriremos sus valores naturales, entendidos éstos como las capacidades que tiene cualquier realidad para satisfacer una necesidad humana auténtica. De hecho, el valor ético de la ciencia está en descubrir para qué son las cosas. El filósofo López-Gatell diría, henchido de sabiduría: “Las cosas sirven para lo que sirven, y no sirven para lo que no sirven”. Ahí, en el uso correcto de los valores naturales, está lo que entendemos como valor moral. El primer elemento para el uso correcto de los valores naturales es por lo tanto el usar las cosas para lo que son; y el segundo, usar los valores naturales para el bien humano, familiar y colectivo, lo cual a su vez significa la realización de la vocación humana en toda su plenitud. De la idea que se tenga de lo que son las cosas y de para qué son depende la idea que se tendrá de cómo debemos usarlas: del ser depende el deber. Vemos así que estamos ante el reto de armonizar debidamente los ideales, los intereses y las relaciones entre persona, sociedad y Estado, en donde la primera -la persona- busca en los otros dos los medios para realizarse plenamente.   

La Ética es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre, estudia las acciones de la persona en cuanto deben considerarse como moralmente buenas o malas; una conducta será ética si se atiene a normas morales. Una conciencia rectamente formada nos manifestará si una acción es éticamente buena o mala, lo cual es al mismo tiempo un dato abrumador que nos habla de nuestra condición de seres libres. También nos damos cuenta de que el valor moral no depende de nosotros, pues algo más allá de nuestra subjetividad decide de manera absoluta sobre la moralidad o inmoralidad de una acción, en cuanto a que contradiga o no el recto orden de la naturaleza, como por ejemplo el ejercer violencia injusta sobre los demás.

Por su parte, S.S. Juan Pablo II, en su discurso a la XXXIV Asamblea General de la O.N.U., expresó que la política procede del hombre, se ejerce mediante el hombre y es para el hombre (entendiendo por “hombre” a la persona humana, claro está). Si tal actividad es separada de esta fundamental relación y finalidad, se convierte, en cierto modo, en fin de sí misma y pierde gran parte de su razón de ser. Más aún, puede incluso llegar a ser origen de una alienación específica, puede resultar extraña al hombre, puede caer en contradicción con la humanidad misma. "En realidad -afirmó el Papa-, la razón de ser de toda política es el servicio al hombre, es la asunción, llena de solicitud y responsabilidad, de los problemas y tareas esenciales de su existencia terrena en su dimensión y alcance social, de la cual depende, a la vez, el bien de cada persona..."

Otto Suhr, un político alemán fallecido en 1957, empleó la expresión "urbanidad política", tomándola de Robert von Mohl, para referirse al código de conducta que lleva al éxito político. La sagacidad se emplea para llegar al poder y mantenerse en él (táctica política). Pero como hay que orientarse hacia objetivos a largo plazo, se requiere de la estrategia política, de los preceptos de la prudencia. Pero hay que fomentar un sentimiento del derecho con la formación política y considerarlo como precepto de la ética política para que la colectividad pueda conservarse en medio de un mundo cambiante. "Preparar esto es cosa de la sabiduría", decía Suhr. Aquí entendemos a la "formación" con un doble sentido, es decir, como proceso y como resultado, pues practicamos y poseemos formación, lo que nos lleva al conocimiento de la propia tarea.

Estamos entonces hablando de las categorías de la táctica, estrategia, formación y ética, que adquieren su verdadera dimensión y un carácter ontológico si consideramos al bien común en su amplitud total, como lo estamos entendiendo en estos apuntes. Por lo tanto, no estaremos hablando de simples reglas de habilidad psicológica o de moral abstracta, sino de órdenes del ser. Las cuatro categorías no sólo deben ejercitarse, sino que deben compenetrarse mutuamente. Estamos aquí ante el problema fundamental de toda ética social, a saber, que ninguna persona debe ser empleada como medio para un fin, por muy elevado y bueno que este sea, y, por otro lado, que todo orden y dirección en la política debe emplear a los hombres e integrarlos al conjunto: "...Sin regatear esfuerzo en la formación política, la ética política debe someterse a prueba con los problemáticos métodos de la táctica y la estrategia...", afirmaba el pensador alemán.   

La libertad del hombre es el primer criterio de toda ética. Los actos públicos de un político y los actos políticos de un ciudadano cualquiera, al ser realizados con conocimiento, deliberación y libertad, son actos humanos, por lo que, o son realizados conforme a los principios de la ley natural y son moralmente buenos, o no lo son y por lo tanto son moralmente malos; un acto humano moralmente indiferente o neutro -amoral, como dicen algunos- no existe. La ética en general se ocupa de las relaciones del hombre con los demás, con las cosas y las circunstancias, por lo que la ética política debe ser objetivamente justa. Aquí hay que mencionar otro criterio aparte del de la libertad y que fue introducido por Friedrich Julius Stahl en su "Filosofía del Derecho":  el "imperio moral", a saber, un orden objetivo de acuerdo al orden fundamental del mundo, pero acorde con la medida humana. La justicia objetiva se refiere en primer lugar a las cosas, es decir, a la naturaleza exterior del hombre, pues este, al tratar con ellas, las configura, las humaniza, las incorpora a la sociedad.  Podemos así entender la frase de Vladimir Soloviev: "La materia posee un derecho a ser espiritualizada por el hombre", presuponiendo que la naturaleza está preformada para el cuidado con el que el hombre la debe tomar; esto es, el hombre configura las cosas. Algunos autores hablan de una configuración para el uso doméstico, es decir, cuidar las cosas en lugar de explotarlas.

La semana próxima, Dios mediante, seguiremos con estas reflexiones acerca de las relaciones entre la ética política y los problemas ambientales.