San Benito
18/07/2023
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Como mis cuatro fieles y amables lectores saben, el pasado 11 de julio celebramos la festividad de San Benito de Nursia, uno de los santos más importantes tanto de la historia del cristianismo como de la historia de la cultura europea. Yo tengo modestamente para mí que la obra de este egregio personaje puede ser considerada como uno de los elementos que dividen claramente a la Antigüedad tardía de la naciente Edad Media. Ya veremos ahora por qué.

Generalmente, si bien identificamos a muchos de los santos y santas de la historia, poco es lo que sobre ellos sabemos en nuestra cultura general personal: no siempre tenemos claro qué hicieron, cuándo y en dónde vivieron o qué les debemos. Es por eso que esta columnilla que humildemente perpetramos cada viernes ha tomado como uno de sus objetivos el dar a conocer de vez en vez la vida de algunas de estas personas, con el fin de extraer algunas enseñanzas útiles para nuestra vida cotidiana.

Las iglesias ortodoxas, la católica, la luterana y la anglicana festejan a San Benito el mismo día: 11 de julio, mientras que la armenia lo sigue haciendo el 21 de marzo, como era antes del Concilio Vaticano II (de ahí que un santón del panteón político mexicano, San Benito Juárez, se llame así debido a que nació precisamente un 21 de marzo). San Benito de Nursia fue un ermitaño, fundador de la orden benedictina y abad del monasterio de Montecassino, en Italia. Está considerado como el padre del monasticismo occidental. Nació hacia el año 480 en Nursia (hoy Norcia, en Italia), en la Umbría. Murió un 21 de marzo, pero no está claro si en el año 547 o alrededor del 560. Lo único seguro es que ya murió. Así que este personaje es uno de los pocos santos cuya fiesta no se celebra el día de su fallecimiento, es decir, de su viaje a la casa del Padre, sino en otra fecha, en este caso, en la del traslado de sus reliquias al monasterio francés de Fleury, alrededor del año 700. Los benedictinos siguen celebrando su fiesta el 21 de marzo.

 Benedicto y su hermana gemela Escolástica nacieron en una familia noble; los niños fueron enviados a Roma con su nodriza cuando al llegar a los doce años; en esa misma ciudad estudiaría Benito más tarde. La primera biografía que conocemos sobre él procede de la pluma de San Gregorio Magno, ilustre pontífice fallecido en el 604 y él mismo monje benedictino. De su Vita, rica en leyendas, procede la historia de que la nodriza rompió sin querer el cernidor de harina cuando lo seguía a un lugar de contemplación interior, pero la oración de Benito le ayudó a volver a armarlo. Los relatos de la vida de Escolástica se remontan a Gregorio Magno, quien la retrató como una mujer dotada de los dones de la oración milagrosa y el perfecto amor de Dios, además de que actuaba como una especie de maestra espiritual de su hermano Benedicto, como su nombre ya insinúa. Algunos historiadores dudan de la existencia de Escolástica y creen que Gregorio quiso glorificar el triunfo de la caridad con su descripción. La biografía de Escolástica, escrita por Alberico de Montecassino en el siglo XI, amplió la narrativa de Gregorio con la adición de algunos milagros.

Horrorizado por la vida en Roma, que se caracterizaba por la decadencia –recordemos que la corte imperial ya se había trasladado a Constantinopla, la actual Estambul-, la ciudad estaba eclesiástica, política, económica, cultural y moralmente devastada. Benito se resolvió por unirse a una comunidad ascética cerca de Roma, luego se retiró a una zona deshabitada en el Valle de Anio cerca de Subiaco, donde vivió completamente solo durante tres años en una cueva. No sabemos exactamente si él quería desde un principio abandonar Roma para dedicarse al ascetismo o si sólo buscaba un lugar más tranquilo. Frecuentemente, el monje Romanus le bajaba una hogaza de pan en una cuerda, a la que había atado una campanita, para darle la señal. Las leyendas en torno a Benedicto nos dicen que el demonio lo acechaba, por lo que Benito tuvo que soportar muchas tentaciones y plagas del maligno ser, quien se le apareció como un pájaro negro y, luego, como una hermosa doncella.

Como fuere, la vida ejemplar de Benito en esa cueva apartada le permitió conocerse mejor a sí mismo y profundizar en las cosas de la fe. Pronto, su fama se extendió por la región, de tal manera que, cuando el abad de un monasterio cercano (quizá el de Vicovaro) falleció, su comunidad le pidió a Benedicto convertirse en el nuevo abad. Aunque este reconoció que habría dificultades, pues las formas de vida de él y de la comunidad de monjes era muy distinta (él vivía de una manera más estricta y disciplinada; ellos llevaban una vida algo relajada), aceptó, pero a la larga tuvo razón: tantas diferencias en las formas de vivir en comunidad y concentrados en Dios llevó a algunos miembros de la comunidad al extremo de intentar envenenarlo, al menos en dos ocasiones. En torno a estos intentos de matarlo surgieron después algunas historias sobre milagros. Benito optó por regresar a su cueva, cerca de Subiaco, rodeado de algunos discípulos. En más o menos 12 monasterios vivían doce monjes en cada uno, bajo la dirección de un abad. De ellos, sobreviven dos: el de Santa Escolástica y el llamado “Sacro Specco” (la santa gruta).

Quiere la tradición que nuevamente hubo un intento de envenenamiento, del que lo salvó su cuervo, al llevarse de allí el pan envenenado. Benedicto huyó y buscó a su hermana Escolástica, fue testigo de su fallecimiento y de cómo su alma, de nuevo nos dicen las leyendas, subió al cielo en forma de paloma. Con algunos de sus monjes se marchó Benito, quizá hacia el año 529, hacia el monte Casinum, en donde en aquella época había un templo pagano, y halló allí un nuevo refugio, fundando el hasta hoy existente monasterio de Montecassino, que ha sido destruido varias veces en la historia, la última de ellas en la Segunda Guerra Mundial. La comunidad de monjes creció rápidamente, debido a un par de factores: la fama de santidad de Benedicto y la inseguridad en los valles, asolados por bandas de bárbaros. Los monjes construyeron una iglesia dedicada a San Martín de Tours, de quien en esta columnilla ya hemos hablado, y un oratorio consagrado a otro de los grandes ejemplos de Benedicto: San Juan Bautista.

Un hecho fundamental ocurre alrededor del año 540: Benito escribe su famosa Regula Benedicti, una especie de “Constitución” para su monasterio, pero que pronto se extendió a otros, de tal manera que se convirtió en la regla fundamental en el occidente cristiano durante la Edad Media y que sigue vigente hoy en día. Es la regla básica de todos los monasterios de la orden benedictina que se extendió desde allí por todo Occidente, poniendo el acento tanto en la oración como en el trabajo, por lo que después surgiría el lema Ora et labora. También hace reconocibles sus características personales: búsqueda del orden, amor a Dios y al prójimo, disposición a la indulgencia con los débiles, el orden del día de la mano de la oración y el canto, y la preocupación pastoral.

La regla benedictina coloca en el centro a la vida en comunidad y al trabajo corporal; los monjes no deben poseer nada, las comidas se hacen en común y se evita la plática inútil. Orar y trabajar, además de obedecer y de ordenar la vida de todos los días por el trabajo, la oración y el cántico. Las bibliotecas de los monasterios no se contemplan en la regla, pero con el paso del tiempo, de la mano de un contemporáneo de Benito, Casiodoro, se convertirían en un elemento fundamental de la vida monástica y de la cultura occidental. Benito logró una maravillosa fusión de elementos contemplativos, meditativos, prácticos y productivos, moldeando la mentalidad piadosa monástica occidental.

Es cierto que Benito nunca quiso, hasta donde sabemos, formar una red de monasterios, pero su ejemplo se extendió como la pólvora y pronto se formaría en Europa una enorme y densa red de monasterios tanto masculinos como femeninos que fungieron como una especie de “islas de paz y de cultura” en el convulsionado mundo medieval. Allí, en esos monasterios, se preservaría gran parte del legado cultural de la Antigüedad; allí, en esos monasterios, se fraguarían importantes movimientos reformadores y renovadores de la cultura medieval. Allí, en esos monasterios, se escribirían obras de literatura y de música sin los cuales la cultura occidental cristiana no sería lo que es hoy. Allí, en esos monasterios, se realizarían grandes avances arquitectónicos a partir del estilo románico monástico que desembocarían, más adelante, en el estilo gótico de las ciudades medievales. Allí, en esos monasterios, se desarrollarían las diversas actividades en torno a la creación y copia de libros (códices), que llegaron a constituir una importantísima veta de trascendencia económica y cultural que sigue despertando nuestra admiración.

Benito es, pues, uno de esos personajes, de la misma altura intelectual y creativa que Casiodoro o Boecio, que servirían como una especie de “puente” entre la cultura de la Antigüedad tardía y eso que hoy damos en llamar Edad Media. Su maravillosa Regula Benedicti abreva en una fuente anónima del temprano siglo VI, en San Pacomio y en la regla de San Basilio, ambos del siglo IV. La regla de San Benito, escrita en principio para consumo propio, se extendió a partir del siglo IX por todo el imperio carolingio, impulsada por la decisión de Ludovico Pío, hijo y sucesor de Carlo Magno, de hacer observar esta regla en todos los monasterios de sus dominios.

Para Benedicto, la residencia permanente (stabilitas loci) y el sedentarismo de los monjes era de gran importancia, esto en un momento en que se producían intensos movimientos migratorios en Europa. La renuncia a la propiedad, el silencio, la humildad, la castidad y la obediencia son las reglas más importantes de Benedicto hasta el día de hoy. Benedicto ve la relación entre el abad y los monjes como patriarcal, pero con un toque democrático que involucra a los monjes responsables y perspicaces en el proceso de toma de decisiones. Sin embargo, se requiere de los monjes una obediencia absoluta a las decisiones del abad.

Los atributos de San Benito son el libro con su “regula”, un cernidor, un cuervo, espinas y un cáliz del que sale una serpiente; es patrono de Occidente y Europa, de escolares y maestros, de los mineros, de los espeleólogos, de los caldereros, de los moribundos; ayuda contra la peste, la fiebre, la inflamación, los cálculos renales y biliares, el envenenamiento y la magia.

Para Benedicto no había distinción entre los “civilizados” griegos y romanos y los “bárbaros” germanos o francos, por lo que todos podían ingresar en sus monasterios. Este espíritu inclusivo lo hacen aparecer como un creador de la paz. Puesto que todos pueden ser bautizados, todos pueden entonces vivir en armonía. Este ejemplo sigue teniendo una actualidad enorme a 15 siglos de distancia. Es una lástima que el ser humano siga sin aprender a vivir en paz y respetando la dignidad de los demás. Ejemplos como el de San Benito están allí para recordarnos por dónde deberíamos transitar.