Un elemento esencial de la doctrina social cristiana es el respeto a la dignidad de la persona humana. Pero como ocurre muchas veces con ciertos términos, el problema es que mucha gente los emplea sin saber a ciencia cierta qué significan. Un ejemplo de ello es, por ejemplo, “bien común”, que de pronto aparece en labios de muchos, sin que se tenga en claro exactamente qué se tiene en mente. Lo mismo ocurre con el término “dignidad”, pues se habla, por ejemplo, de darle a una persona la oportunidad de una “muerte digna”, o de garantizar una “vida digna” para una mascota, o de respetar la dignidad de los delincuentes, o las discusiones sobre la investigación con células madre embrionarias, donde se quiere mostrar, según se mire, una violación o una exigencia de la dignidad humana. En muchas de estas ocasiones, nos quedamos esperando una explicación acerca de qué se entiende en realidad con estas frases. Vemos entonces que el concepto de dignidad humana es difícil de comprender y se utiliza en contextos muy diferentes y a veces poco claros.
La palabra española “dignidad” procede del vocablo latino dignitas, y este, de dignus, con el significado de algo “que conviene a”, de algo merecedor o que merece, algo que tiene un elevado rango, lo que significa que algo tiene prestigio. De ahí las palabras como “dignatario”, “indigno”, “dignificación”, etc. La raíz indoeuropea es *dek-, que tiene el sentido de tomar o de aceptación, como en “dogma”, “decente”, “docente”, “disciplina”, etc. En griego, corresponde a axios (valioso, merecedor, apreciado).
Ya en la Antigüedad se hablaba de dignidad, aunque en dos contextos diferentes, los cuales todavía se pueden percibir en la actualidad. Por un lado, la dignidad como signo de posición social, pues las personas tenían diferentes grados de riqueza y poder, por lo que las personas en la cima de la sociedad se denominaban “dignatarios”. Así, se podía reconocer a estas “personas con dignidad” por su ropa, sus joyas y por los símbolos de poder. Reminiscencias de esto hoy en día son el collar que portan los alcaldes y los rectores universitarios en algunos países o el color púrpura de los cardenales. Por otro lado, incluso en la Antigüedad, la dignidad era algo a lo que todas las personas tenían derecho y que las distinguía de los animales: su capacidad de razonar y, en la tradición judía y cristiana, la imagen divina del Hombre, fundamentan esta concepción.
La historia de la dignidad humana como concepto ético comienza con el político y filósofo romano Cicerón (106-43 a.C.), pues al parecer es el primer pensador que asigna una posición especial al Hombre simplemente por su capacidad para razonar. Sin embargo, Cicerón pensaba que primero hay que adquirir la dignidad llevando una vida moralmente recta. En la Edad Media se añadió un nuevo aspecto, inspirado en la visión judeocristiana: lo que eleva al Hombre por encima de los demás seres de la Creación es que está hecho a imagen y semejanza de Dios; tiene una dimensión material y una dimensión espiritual, posee libre albedrío y además tiene una capacidad creadora. A diferencia de Dios, quien es un creador increado, el Hombre es un creador creado. Y, además, a pesar de todas sus debilidades, mereció a un redentor de la talla de Jesús, como lo recuerda el pregón de la Misa de la Vigilia Pascual: O felix culpa quae talem et tantum meruit habere redemptorem: "Oh feliz culpa que nos ganó tan grande, tan glorioso Redentor."
Más adelante, con la capacidad de autodeterminación, el Siglo de las Luces (S. XVIII) puso en juego otro criterio: la libertad. Immanuel Kant va un paso más allá y define la dignidad como la característica de todo ser humano que es imperecedera, inalienable e incondicional, y cree que el hombre se muestra digno a través de su propia moralidad. Kant derivó la dignidad humana principalmente de la autonomía humana. El hombre tiene una opción: puede decidir cómo quiere actuar y la decisión depende de sus valores morales, que han sido desarrollados por los propios humanos durante milenios. Para explicar el significado de la dignidad, este filósofo prusiano afirma: las cosas son valiosas cuando podemos usarlas. Los zapatos son valiosos, por ejemplo, si nos quedan bien y podemos caminar bien con ellos. Pero si los zapatos se rompen y ya nadie puede caminar con ellos, dejan de tener valor. Esto es diferente con las personas. Por eso dice Kant: todo tiene un valor, pero el Hombre tiene dignidad. Lo que tiene dignidad siempre es valioso: una persona siempre es y será valiosa, incluso si está enferma o si ya no puede trabajar. Lo que tiene dignidad tiene incluso un valor especial. Por ejemplo, cuando una persona muere, no puede simplemente reemplazarse con otra persona y ya.
A mediados del siglo XIX, el término se convirtió en consigna política del movimiento obrero, que exigía condiciones dignas de trabajo y de vida. Luego, en el siglo XX, el desarrollo de las doctrinas de los “Derechos humanos” crea el marco en el que todo ser humano debe vivir en integridad física y mental. Estas ideas formulan al mismo tiempo el deber indispensable del respeto mutuo: la garantía de que la dignidad de los demás seres humanos debe permanecer igualmente intacta, como podemos ver con lo que sucede actualmente entre rusos y ucranianos: cuando Putin y sus secuaces niegan que los ucranianos tengan el derecho a vivir de manera libre e independiente, están negándoles una vida digna, algo que ellos merecen, como se lo merecen también los rusos, pero no por ser rusos o ucranianos, sino por ser personas humanas y por constituir pueblos y naciones que tienen todo el derecho a vivir como lo deseen, siempre y cuando sea sin molestar a los demás.
Esta dignidad es base en la que se asientan y de la que derivan todos los derechos humanos, pues la conexión de un derecho con la dignidad humana es la que lo convierte en derecho fundamental. La dignidad humana no es una cualidad como la sabiduría, la belleza, la fortaleza o la generosidad. El concepto de dignidad humana se basa en la idea de que todo ser humano es valioso simplemente por su existencia y por poseer un alma humana.
Siempre me ha llamado mucho la atención la frase, contundente y precisa, con la que empieza la Constitución de la República Federal de Alemania (Art. 1°), pues reza: “La dignidad humana es inviolable”, y esta afirmación categórica también está en el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Subrayemos que la dignidad humana no tiene que ser ganada, no hay que trabajar para obtenerla, sino que todas las personas la tienen desde su concepción, pues tienen un destino humano aún antes de nacer. Así que incluso criminales como Vladimir Putin poseen una dignidad ontológica, aunque no moral.
Para terminar con estas breves reflexiones, nada mejor que hacerlo con uno de los pasajes más hermosos de un texto escrito en 1486 por el humanista italiano Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494):
… Tomó (Dios) entonces al Hombre, obra suya imaginada como de naturaleza indeterminada, lo puso en medio del mundo, y le dijo: “No te he dado sede, ni figura propia, ni menos algún peculiar don específico, oh Adán, con el fin de que seas tú quien de manera libre escojas, bien por tu voluntad o bien por tu juicio, lo que tendrás y poseerás respecto de tu sede y de lo que harás”. Y agregó: “La naturaleza de las otras criaturas ya ha sido definida según las prescripciones de las nobles leyes que la constriñen. Para ti, en cambio, no habrá coerción irremediable, pues será tu propio arbitrio, que he puesto en tus manos, el que predefinirá lo que serás. Te he puesto en medio del mundo para que desde allí contemples, con comodidad, todo cuanto éste contiene. No te he hecho ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, para que seas tú mismo, como árbitro y honorable escultor y modelador, quien puedas darte la mejor forma que elijas. Podrás entonces degenerar a la condición inferior de bruto, o podrás regenerar en la condición superior que es divina, extraída del juicio de tu ánimo…
Sí, lo adivinaron mis cuatro fieles y amables lectores: se trata de un fragmento de la Oratio de hominis dignitate (“Discurso sobre la dignidad del Hombre”), publicada de manera póstuma en 1496.