El movimiento Slow Food en México promueve la consciencia sobre la alimentación como acto político, destacando la importancia de decisiones alimentarias reflexivas frente a un sistema controlado por grandes corporaciones que amenaza la biodiversidad y soberanía alimentaria de las comunidades locales.
La UPAEP fue sede de un encuentro sobre el movimiento internacional Slow Food, nacido en Italia en 1986 como respuesta a la expansión de la comida rápida y la agricultura intensiva.
El evento contó con la participación de Dalí Nolasco Cruz, mujer indígena nahua e integrante de la Red de Pueblos Indígenas de Slow Food, actual miembro del consejo directivo internacional del movimiento, y de Ireri Orgel, antropóloga social originaria de Toluca que colabora con Slow Food México en temas de agroecología y soberanía alimentaria. Ambas compartieron sus perspectivas sobre los desafíos globales y locales de la alimentación.
Durante su intervención, Valentín López López destacó que la alimentación trasciende la nutrición: "Comer es un acto político y esto es de lo que vamos a hablar hoy. Debemos cuestionarnos qué estamos llevando a nuestra boca, porque son también decisiones personales y decisiones políticas".
Por su parte, Ireri Orgel subrayó que reflexionar sobre nuestra alimentación constituye un ejercicio fundamental de autocuidado: "El autocuidado comienza con detenerme, analizar con qué me voy a alimentar, qué me estoy llevando a la boca, qué decisiones estoy tomando".
Las ponentes presentaron cifras alarmantes: más de 811 millones de personas en el mundo padecen hambre, mientras que 690 millones viven en inseguridad alimentaria. Paradójicamente, muchas de estas poblaciones vulnerables son también las que producen los alimentos.
Nolasco Cruz alertó sobre la pérdida de biodiversidad y la concentración de poder en las multinacionales: "Es muy grave que cuatro empresas estén decidiendo qué vamos a comer". Actualmente, más del 50% de las semillas en el mundo está controlado por cuatro corporaciones, lo que limita la diversidad agrícola y compromete la soberanía alimentaria.
En el contexto nacional, Orgel explicó que el movimiento cuenta con 45 comunidades activas en 17 territorios, conformadas por campesinos, cocineras tradicionales, académicos y consumidores. Estas comunidades trabajan en la protección de semillas nativas, el impulso de la agroecología y la recuperación de saberes ancestrales. Enfatizó que el futuro de la gastronomía reside en una relación ética con el territorio: "Por más urbana que sea nuestra vida, siempre va a depender de la naturaleza para comer y para vestirnos".
La Dra. Cynthia Montaudon, Decana de la Escuela de Negocios, presentó diversos proyectos impulsados desde la materia de responsabilidad social universitaria, como la creación de un comedor itinerante en el barrio de Santiago para atender a personas en situación de calle y programas dirigidos a estudiantes foráneos. Estos esfuerzos se alinean con la visión de Slow Food, que propone sistemas alimentarios buenos, limpios y justos, vinculando la investigación académica con acciones comunitarias.
Las ponentes invitaron a los asistentes a participar en la transformación del sistema alimentario mediante un esfuerzo colectivo, sin subestimar el poder de las pequeñas acciones. Reforzaron la idea de que Slow Food no es solo un movimiento gastronómico, sino un proyecto cultural y político que busca rescatar la diversidad biocultural, fortalecer la soberanía alimentaria y recordar que en cada elección sobre qué comer, también se decide el futuro del planeta.