Pienso que una de las categorías que mejor describen a la persona es la de “rostro”. Levinas nos acostumbró a tal sinónimo. En torno al rostro hay muchos aspectos interesantes a analizar, unos más profundos que otros, sin embargo, quiero compartir ahora uno que me parece muy significativo: el rostro es la sede fundamental de los cinco sentidos.
Por el rostro "escuchamos" al otro, atendemos su necesidad. Giramos el rostro cuando percibimos a alguien, cuando nos habla. El oído nos abre a la alteridad, a un mundo hermoso y lleno de sorpresas, donde radica el sentido fundamental de nuestra felicidad: el “tú”. Me llamaba mucho la atención que, de recién nacidos, mis hijos, aún sin ver o sin ver del todo bien, tenían muy desarrollado el oído; oían mi voz, ésa que antes les hablaba desde fuera del vientre y me reconocían. Por tanto, si somos rostros y el rostro implica escucha, seamos siempre antes y, sobre todo, un oído atento a nuestros colegas y alumnos, a la realidad.
En el rostro también está la vista. Es un sentido que nos muestra la mayor cantidad de diferencias –decía Aristóteles al inicio de la Metafísica–: la hermosura del color, la dimensión, la profundidad, el movimiento. La vista, al captar las estrellas, nos devuelve el conocimiento tanto de nuestra posición humilde en el cosmos como de nuestra gran capacidad y alcance. De los ojos siempre me han llamado la atención dos cosas: que lo más bello que pueden mirar son otros ojos y en ellos quedar atrapados; también el hecho de que se limpien con lágrimas, y tal vez sea ésta una metáfora de toda la vida: el dolor y el arrepentimiento nos habilitan a captar la belleza. Aprendamos todos a mirar y dejarnos asombrar por la realidad. En este sentido, si somos rostros y el rostro implica la vista, miremos con orgullo el progreso de nuestros estudiantes, miremos con preocupación la necesidad de nuestros estudiantes. La vista nunca nos dejará indiferentes.
Por el rostro nos expresamos. Todo el rostro es expresión, pero la voz es la expresión por antonomasia. Y así como por la boca gustamos, también gustamos las palabras que pronunciamos. Nos gusta comunicarnos y encontramos gusto en la verdad comunicada, en la verdad buscada a través del encuentro con otros. Que nuestro magisterio sea siempre un degustar la sabiduría, la cotidiana, la que nos enseñan los pequeños.
En el rostro está la sede del olfato, tan importante para la supervivencia al captar lo nocivo y lo benéfico. Uno sabe que está en su casa por el olor (a madera, a frijoles, a niños, a flores, a lo que sea...). No es casual que desde tiempos inmemorables los humanos nos perfumemos, pues el olor es la atmósfera de la presencia, es el espacio del encuentro. San Pablo decía que los cristianos debíamos ser el “buen olor de Cristo” (2 Cor 2,15). Que nuestra persona sea un perfume en la vida de los demás, así como la flor del Principito perfumaba todo su planeta. Que los egresados de la UPAEP sean perfume que haga agradable los ambientes y hogares donde ellos estén.
Por último, aunque todo el rostro es muy sensible en lo táctil (pasivamente) y asociamos a las palmas de las manos el tacto en sentido activo, me llama mucho la atención que la sede fundamental del tacto, en el rostro, son los labios. Y el tacto que a través de ellos activamente ejercemos es el tacto de la ternura y del amor. No sé si haya otra experiencia más sensible que unos labios que rozan otros labios. El besar es un acto excepcional, sólo los humanos lo realizamos. Besamos tal vez porque somos incapaces de expresar con palabras la intención amorosa: las palabras siempre se quedan cortas. Y también los labios son capaces de esbozar la sonrisa, de transmitir alegría, de hacer más agradable la vida a los demás. Por los labios se profesa la verdad y al profesarla se le besa, se le tributa un homenaje.
¡Somos rostros! Y en una Universidad como la nuestra, esta verdad debiera llenarnos de responsabilidad, de profundidad, de estupor.